Elecciones presidenciales, hoy 20 de noviembre

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Tras un debate cara a cara, en un escenario helado dentro de un enorme salón y a ambos extremos de la mesa distanciados, reiterativos, sin brillo ni vigor, con las cuentas bien hechas y los asuntos arreglados y acordados de antemano, se ratificó lo que todos tenemos pensado: salvo un imponderable —no vaya a ser que el manzano dé peras— el señor Mariano Rajoy, presidente del Partido Popular, será elegido hoy presidente del gobierno de España para los próximos cuatro años.

Es admirable la habilidad que tuvieron lo encargados de elaborar la escenografía y la coreografía del lugar donde discutieron con amabilidad corrosiva, pero sin ningún dato relevante, los dos hombres que se supone son de los mejores políticos de este país.

El debate

Todos los pronósticos anteriores, y hasta hoy, han dado resultados que no llevan a la duda: el conservador gallego, con un programa de gobierno ambiguo y sin tocar en él asuntos importantes como el de la sanidad, eludió contestar las preguntas directas que Alfredo Pérez Rubalcaba le lanzaba desde allá lejos, sentado en su silla, cómodo, y sin ningún signo de vehemencia ni atracción.

Rajoy no leyó antes el programa que le elaboraron sus ayudantes. O por lo menos sólo le dio una ojeada para centrarse en lo de siempre: tenemos cinco millones de parados [desempleados], estamos al servicio de la Unión Europea, el Partido Socialista Obrero Español es el culpable de todos los errores y él se proclama como el redentor de una nación que no merece tenerlo como su máximo dirigente político.

Por su parte, Pérez Rubalcaba, de quien se habló bien y se le reconoció inteligencia y proyecciones sociales, tampoco se distinguió por apuntar alguna solución a la crisis que nos envuelve. Si acaso, dijo que de llegar a la Moncloa —él bien sabe que no será así— pediría a Bruselas que prorrogara dos años el plazo para cubrir las exigencias que le impone el Eurogrupo.

Está claro que el candidato socialista, hombre de poco atractivo físico-electoral, que apuntaba formas de ser un buen propiciador del coloquio, no pudo acercarse a su adversario porque el hielo que los separaba —una mesa casi blanca, alada, prácticamente invisible— lo impidió.

Utilizamos un estribillo que ya va siendo hora de dejarlo a un lado y de no tapar los defectos de los gobiernos y el desconocimiento de las verdaderas prácticas de la democracia occidental.

Los encuentros entre candidatos a un gobierno en otras partes del mundo se realizan sin miedo, ambientados, sujetos los participantes a las preguntas de los reporteros, con un público que escucha atentamente y aplaude o protestas, sin ditirambos, sin protocolos excesivos. Si nadie esperaba que cambiase la inclinación de los españoles a la hora de depositar su voto en las urnas, sí hubo una esperanza que se deshizo en hora y media de un fallido y pobre enfrentamiento político entre dos personas que no están preparadas para ello.

En nuestro país, como en muchas otras partes de Europa, no escarmentamos. Se nos llena la boca de democracia y no aprendemos de las que verdaderamente lo son en todos sus estratos, pisos, condiciones y actitudes.

 

Se equivocaron los dos candidatos

Se equivocaron los dos cuando hablaban. Eso no está mal. Acaba de ocurrir en un debate entre candidatos republicanos en Estados Unidos. Pero allí sí hubo periodistas que recriminaron a los que fallaban y los pusieron en evidencia. Aquí, el moderador, Manuel Campos Vidal, intervino muy poco y tieso, más tieso que el palo de una escoba.

Los analistas posteriores que intervinieron en otras reuniones para opinar sobre el asunto fueron mucho más explícitos. Aunque la mayoría de ellos, socialistas y populares, comunicadores de derecha e izquierda, de centro, ultras y algún que otro entrometido, tampoco descubrieron el Mediterráneo.

Se dijo, mal dicho, que Rubalcaba se convirtió en un periodista que entrevistaba al jefe del gobierno. Y esto lo manejaron, en estas últimas dos semanas, por todas partes sus seguidores sin el mayor recato ni un mínimo de reconocimiento a la falsedad de su interpretación.

El candidato socialista no tuvo más remedio que preguntar a Rajoy sobre su programa. Porque todo él contenía generalidades y hasta omisiones. Estoy seguro que Rubalcaba leyó con mayor detenimiento el programa popular que don Mariano.

Hubo algo evidente. En el legajo que se le entregó al ex ministro del Interior con José Luis Rodríguez Zapatero, y que contenía, al parecer, el proyecto de gobierno de Rajoy, precisaba de aclaraciones precisas sobre cada asunto. Para el pontevedrense la sanidad no existe. Si no habla de ella es porque seguramente considera que se da por hecho su aplicación debidamente. Pero eso no es cierto. Está habiendo recortes en la salud y en la educación, en las comunidades autónomas que maneja el partido conservador.

Al mismo tiempo, no se habló de ETA ni de la inmigración, ni del endeudamiento de las comunidades autónomas, ni de los casos perversos de fraudes como la Gürtel y otros cuatro o cinco más. La corrupción no se llevó ni un segundo en el discurso de los candidatos. La participación de Bildu —Partido de la Izquierda Aberxale— fue olvidada.

Las desabridas frases de Joseph Antoni Durán i Lleida sobre los extranjeros, el repudio a los andaluces y murcianos “a quienes no se entiende”, y la declaración de Artur Más, presidente de la Generalitat catalana, sobre que “se ha roto la transición” y que hay que ir pensando en un nuevo enfoque para dar mayor transcendencia a ese territorio, se quedaron sin comentarios. Fueron inescrutables para los dos personajes.

No cabe duda que Rubalcaba arrastra un lastre imposible de deshacerse de él en este tiempo que duró la campaña electoral. Pero ofreció —otra vez considerando ya presidente del gobierno a Rajoy— que su partido apoyará todas las medidas que el Partido Popular proponga pendientes a mejorar la situación económica y social de España.

La única propuesta que hizo Rajoy fue algo que ya está acordado por ley desde hace tiempo. Se trata de que se moverán hacia arriba las pensiones a partir del primero de enero.

No es un invento de él, esto aparece ya en el BOE desde hace dos años. Luego, está mintiendo a los votantes.

El cántabro, a mi juicio, defraudó. Desde luego tuvo argumentos y abordó los pocos temas acordados previamente con una mayor claridad, pero su figura y su forma de expresarse eran las de un hombre firme de ideas y muy débil de sentimientos, de habilidad carismática. Tiene una ausencia total de atractivo para los electores. Su personalidad —claro que esto es secundario por lo general— no despierta ningún interés de votar por él.

De algo hay que estar seguro. A don Alfredo le faltaron dos meses o tres para optar por la posibilidad de ganar en las urnas de hoy. Si Rodríguez Zapatero no hubiese adelantado las elecciones, como se lo pidió y exigió, el Partido Popular y mucha de su gente, otro gallo cantaría para la social-democracia nacional.

Se arropó el que hoy perderá con Felipe González y Alfonso Guerra, desde que por primera vez desde 1996 no se habían vuelto a encontrar ni mucho menos a abrazarse. Evidencia fiel de que las cosas andan muy mal para el socialismo primigenio y actual español.

González disfruta con sus intervenciones oníricas y ríe y ríe cuando habla en pro de Rubalcaba y dice verdades sobre algún que otro periódico inmundo, pero lo tiene premeditado, estos días perdidos en la campaña lo recuperará con un nuevo matrimonio y el disfrute del dinero que recibe de las transnacionales a las que asesora desde hace ya mucho tiempo. Amén de que es depositario del salario permanente como ex presidente del gobierno.

Es difícil ver —y lo decimos por experiencia—una campaña política tan sosa y clara. Volverán los neotradicionalistas. Echarán la culpa de su incapacidad para resolver los problemas económicos que nos agobian al gobierno anterior. Dirán, solemnemente, que encontraron la situación económica peor, mucho peor, pésimamente. Que no se imaginaban lo grave que está la situación financiera y lo difícil que será revivir a algo que casi es un cadáver.

Por lo menos, algo sí ocurrirá hoy cuando unos 27 millones de españoles vayan a votar, aunque es de esperarse que no acudan más del 60%. La ventaja que llevaba el Partido Popular sobre el Partido Socialista Obrero Español hace un mes, era escandalosa. Estaba 18 puntos arriba de su contrincante y obtendría entre 190 y 195 curules y sólo entre 116 y 121 el Obrero Español.

Nación que da grima

En este momento, ahora mismo, las casetas de votación en esta latitud española recibirán un mayor número de votos a favor de Rubalcaba  y la distancia se reducirá en forma considerable. Es muy posible, hay una gran cantidad de probabilidades, muchísimas, que la derecha no logre la mayoría absoluta. Y esto lo saben en la cúpula de su partido y han empezado a ponerse nerviosos.

Para Rajoy, los días pasados se le hacían de 48 horas y a Rubalcaba de 12.

Sin más, la derrota socialista está cantada. Y, por si acaso, como en un principio diremos que será así, salvo un imponderable.

Da grima, estremece ver a España metida en un túnel sin luces ni esperanzas próximas. La verdad es que no lo merecen sus habitantes.