Ignacio Trejo Fuentes

El empresario de origen libanés más rico del mundo pide a un escritor de cierta fama que lo visite en su oficina-búnker de la Ciudad de México, y éste asiste emocionado: ¡cuánto puede salir de esa entrevista! Mas se lleva una sorpresa desagradable, pues el magnate sólo quiere que enseñe redacción a su secretaria principal. La visita termina con la huida del invitado, luego de matar (o ayudar a bien morir) al poderosísimo empresario de la forma más absurda.

Lo que sigue inmediatamente es en cierta medida previsible: la conmoción que provoca el deceso del poderosísimo hombre de negocios, las disputas de sus herederos y, por supuesto, la búsqueda incansable del asesino. Éste se traslada a Hidalgo, donde atestigua crímenes de otra magnitud y, claro, la presencia de los sabuesos que lo buscan, aunque no saben bien a bien quién es él.

Esta línea temática bastaría para sostener la novela, o thriller, pero el autor no se conforma con eso y alimenta la obra con una incontenible sucesión de subhistorias, todas ellas cargadas de violencia y de implicaciones sociales y políticas de indudable peso. Se siente la sombra omnipresente de los narcotraficantes, pero también de la guerrilla; y por supuesto de delincuentes comunes y corrientes que hacen valer el refrán de “a río revuelto…”. Todo es un marasmo, un pozo sin fondo, un laberinto sin salida posible. Es, ni más ni menos, el México de nuestros días lo que Agustín Ramos sondea y ofrece a los lectores con sus indiscutibles cualidades narrativas, que lo colocan entre los más importantes no sólo del país, sino de otras partes.

Ramos se cuida de no nombrar ni al poderoso magnate ni al escritor-asesino ni a los gobernantes y políticos que aparecen en la novela; pero qué falta hace, todos conocemos, con pelos y señales, a los autores de esta debacle viva y creciente que padecemos los mexicanos y los forasteros que tienen la desgracia de aparecerse por aquí. La corrupción, las componendas y golpes bajos, la impunidad, la complacencia de todos a tanta tropelía enchinan el cuero de quien los vive en carne viva, y también cuando los reconocemos en esta vibrante novela. Olvidar el futuro es, paradójicamente, una invitación a no olvidarnos ni del pasado ni menos del presente: el futuro traerá su propio ropaje, seguramente siniestro.

Agustín Ramos (Tulancingo, Hidalgo, 1952) ha incursionado con fortuna en la novela política y la histórica (Al cielo por asalto, La vida no vale nada, Ahora que me acuerdo; Tú eres Pedro, La visita: un sueño de la razón), otra difícil de encasillar, como La noche. Y hay que decir que desde sus novelas de juventud hasta las de madurez ha exhibido una fuerza narrativa impresionante, que conjuga el ir y venir de ideas con una elegancia verbal incuestionable (se le considera el mayor heredero de José Revueltas, lo que no es poco). Y es, también, un novelista que pese a lo disímil de sus propuestas temáticas no deja, nunca, de lado la premisa celebrable de contar historias siempre atractivas. La novela que ahora reseño debe contarse entre sus mejores trabajos.

Agustín Ramos, Olvidar el futuro. Tusquets Editores,
México, 2010; 310 pp.