Mundo de magia y ensoñación
Mario Saavedra
Hace ya casi treinta años que el deslumbrante sueño de los quebecuas Guy Laliberté y Gilles Ste-Croix se detonó por las calles de su ciudad natal, en una especie de explosiva resurrección contemporánea de esa no menos destellante representación quimérica de la realidad que fue el Teatro del Arte renacentista italiano. Auténticos humanistas de nuestro tiempo, concibieron y llevaron a cabo la conformación del “Gran Espectáculo del siglo XXI”, a partir de una tecnificada decantación de las más complejas y eclécticas virtudes del “perfecto histrión” capaz de actuar, de cantar, de bailar, de saltar, de contorsionarse, de hacer reír y llorar, de sorprenderse y sorprender con toda clase de actos ilusionistas, con el talento y los recursos imprescindibles para generar esa envolvente atmósfera dentro de la cual todo se torna posible y la imaginación no tiene límites.
Me refiero, por supuesto, al ahora ya mundialmente reconocido Cirque du Soleil, novedoso y creativo proyecto que ha venido diseminando una noción muy distinta del propio espectáculo circense, sin el uso y el abuso de animales, entre otros tantos clichés desgastados. En cambio, la inclusión casi absoluta de todas las suertes artísticas y atléticas en las cuales predominan la habilidad y el talento humanos, contenidos el decorado escenográfico y la ambientación, la composición de una partitura ex profeso, el trazo coreográfico, la delineación de un vestuario y un maquillaje sugestivos, el uso de un no menos ambicioso proyecto de iluminación, o incluso la escritura de una o varias estructuras dramáticas como hilo conductor, más la concepción de arias cuasi “belcantísticas” para lucimiento de la voz…
El Cirque du Soleil condensa en sí mismo todas las artes escénicas del pasado y el presente, con el empleo igualmente aprovechado y creativo de la tecnología, siempre en beneficio de la ilusión sensitiva que hace de la sinestesia absoluta su mayor signo distintivo. El propio arte del clown, por ejemplo, ha alcanzado en esta compañía su máximo desarrollo en cuanto a expresiones corporal y gestual heredadas de los más extraordinarios genios en dicha especialidad, a través de personajes en los cuales es posible ahora distinguir además muchas otras habilidades propias de los acróbatas, los prestidigitadores o los contorsionistas. La técnica y el oficio convierten a estos esmerados artistas-atletas en una suerte de demiurgos de la expresión integral, cuyos ejercicios y números signados en la perfección ponen un especial acento tanto en la natural destreza como en el impostergable trabajo, es decir, en la técnica y el oficio decantados hasta el nivel mismo de la perfección.
Influencia que paulatinamente se fue diseminando primero por otras ciudades de Canadá y más tarde de la Unión Americana, el Cirque du Soleil apostó desde sus primeros espectáculos al riesgo y a la audacia, conforme sus fundadores iban proponiendo presentarse en diversos festivales y con las entradas costear la construcción de una carpa cada día más sofisticada. El esfuerzo terminó por valer la pena y con ello no sólo fue posible sostener la cuantiosa inversión inicial, sino además ir perfeccionando la infraestructura y robusteciendo el equipo; en la medida en que el negocio crecía, también se diversificaban los espectáculos y el número de compañías estáticas y nómadas. Así fueron naciendo y a su vez puliéndose Saltimbanco, Quidam, Alegría, Dralion, entre otros proyectos generados en su sede en Montreal, distintos por su temática y por su fuente de inspiración, diferentes tanto por su ritmo como por la conformación del público al que primordialmente se dirigía cada uno, eso sí todas las veces con la excelencia y la innovación como códigos de identidad.
Después de haber corroborado su éxito en México con la extraordinaria acogida primero de Alegría en el 2002, y luego de Dralion en el 2003, y más tarde de Saltimbanco en el 2005, el Cirque du Soleil ha regresado con un nuevo espectáculo de proyección internacional, promovido igualmente en nuestro país, como los anteriores, por el plurivalente consorcio OCESA: Ovo. Si Alegría se caracterizó por dar especial cabida a destrezas anglosajonas y latinas, y Dralion por estar cobijado sobre todo por todas aquellas especialidades orientales y africanas en las cuales el manejo del cuerpo y las más inusitadas acrobacias dominan el escenario —con el uso de ritmos y formas musicales de similar procedencia—, y Saltimbanco por su fuerza y sentido poéticos, Ovo sorprende por la diversidad de suertes y habilidades dentro de un espectáculo signado por el eclecticismo étnico y cultural.
Y si aquí prevalecen el sincretismo y la variedad, dentro de una compañía cuyo espíritu está permanentemente abierto al mundo, a las más significativas aportaciones de todos los pueblos de la aldea global, Ovo lleva hasta sus últimas consecuencias, a manera de homenaje, el que ha sido el signo distintivo de una compañía iluminada por la creatividad. Ovo es el origen de la vida, el principio de todo, con el leitmotiv de que en la naturaleza misma se concentra todo y sólo nos convendría cuidarla y trata de imitarla, para beneficio de todos, porque ella es sabia y nosotros como humanidad ciega y homocéntrica sólo hemos alterado su orden.
Ante un mundo de magia y ensoñación donde todo se torna posible y convincente, sin el menor resquicio para que la razón intervenga con cuestionamientos necios, Ovo nos introduce nuevamente en otra más de las sobrecargadas atmósferas del Cirque du Soleil, donde se nos restituye la maravillosa posibilidad de volvernos a sorprender ante un espacio en el que las virtudes mismas de la naturaleza y de la vida nos sorprenden a partir de lo que Alejo Carpentier dio en llamar lo real-maravilloso.
