¿Estoy paranoico?

Guillermo García Oropeza

 Tengo  muchos años de vida y muchos también de observar (y sufrir) la política nacional pero nunca había sentido el nerviosismo  o la paranoia, como ustedes quieran calificarlo, que me va invadiendo en este principio de año 2012. Año en el que este pobre país se está jugando su futuro y en el que está corriendo riesgos escalofriantes. Es cierto que el final de los periodos de Luis Echeverría y José López Portillo fueron tensos por el malestar de la economía pero, al menos, se estaba seguro de que los mecanismos políticos aseguraban el cambio sexenal, el relevo que todos esperábamos que fuera positivo.

Buenos o malos, los presidentes mexicanos sólo gobernaban seis años, “ni un día menos ni un día más” como decía la conseja política. Lo que había sido el fruto de muchas luchas violentas en el pasado revolucionario hasta la aparición del partido que impuso la disciplina entre los caudillos. Así nunca la crisis política del fin del sexenio había alcanzado el nivel crítico de la de ahora cuando al comenzar el año electoral  estamos sumidos en la más ominosa incertidumbre provocada por un presidente que está poseído por dos obsesiones: llevar adelante su absurda guerra contra el crimen que ha generado un nivel de violencia que no sufríamos desde las luchas armadas de la Revolución, y, por otra parte, su fanática decisión de no permitir que el PRI vuelva a Los Pinos como ha declarado en múltiples ocasiones.

Felipe Calderón, este político duro, heredero de un antipriísmo del PAN más reaccionario, tiene un odio intolerante hacia lo que el Tricolor representa según testimonio de compañeros suyos en el Congreso donde se negaba a saludar a los representantes del odiado partido. Este Calderón que, se sabe, ha sentido una admiración por ese gran modelo de la derecha extrema en el mundo hispánico y católico que fue Francisco Franco, aquél que con la “Cruzada” liberó a España del peligro liberal, de “la conspiración judeo masónica”. Calderón que según rumores tiene una gran carga emocional que no encuentra fácil alivio y que, al tener la mecha corta, amenaza a quien se atreva a juzgarlo como esos veintitantos mil mexicanos que lo han denunciado en el Tribunal de La Haya por incontables actos de violencia de sus soldados y policías. Este presidente, en fin, que al perder su hermanita la gubernatura de Michoacán se suma a la excusa que Cocoa dio extemporáneamente por su derrota, la fácil acusación a un narco anónimo y poderoso, pese a que Calderón todos los días del año le atiza un golpe mortal. Y se da la amenaza de cancelar los comicios michoacanos como un ensayo de lo que se podría hacer con los comicios nacionales de este año para instaurar, lo tememos, una dictadura como la del admirado Caudillo de España por la gracia de Dios. ¿O es que estoy paranoico, querido lector?