La institución musical más antigua del mundo
Mario Saavedra
La institución de filarmónicos más antigua del mundo, la Orquesta Filarmónica de Nueva York, fue fundada por Ureli Corelli Hill y dio su primer concierto el 7 de diciembre de 1842, con la Quinta Sinfonía de Beethoven como número estelar del programa.
Una de las orquestas más exitosas dentro y fuera de los Estados Unidos, compitiendo en dicha supremasía con las sinfónicas de Boston, Chicago, Cleveland o Los Angeles, la Filarmónica de Nueva York fue ganando prestigio conforme la Gran Manzana iba atrayendo a grandes músicos de todo el mundo y a la vez estrenaba obras de suma importancia en el contexto orfeonístico, entre ellas, por ejemplo, la Sinfonía No.9 “Del Nuevo Mundo” que el eslavo Antonin Dvorak escribió precisamente a partir de su contacto con Nueva York y el Continente Americano en 1892.
Pero la verdadera trascendencia de la Orquesta Filarmónica de Nueva York tuvo lugar, como organización profesional de tiempo completo, cuando en 1909 contrató nada más y nada menos que al compositor austriaco Gustav Mahler como director titular, teniendo así en el podio a uno de los músicos de mayor calibre.
En este contexto, y después de la muerte del autor de “La Canción de la Tierra” en 1911, esta notable institución euterpeana arrancó una etapa de enorme reconocimiento, conforme comisionaba nuevas obras a otros importantes compositores modernos y de igual modo se colocaba a la vanguardia en avances técnicos…
Iniciada la década de los veintes, por ejemplo, fue la primera orquesta importante en transmitir conciertos en vivo por la radio, a la vez que se unió con su rival de largo tiempo, la Orquesta Sinfónica de Nueva York, formando así la Orquesta Sinfónica Filarmónica de Nueva York, que a la postre desembocaría en la actual Filarmónica de Nueva York.
Hoy una de la orquestas más importantes del mundo, la Filarmónica de Nueva York fue la primera en ofrecer transmisiones por toda América, tradición que se mantiene hasta la actualidad. Y si bien entre 1937 y 1954 rivalizó fuertemente con la Orquesta Sinfónica de la NBC establecida entonces también en Nueva York, con Arturo Toscanini como director titular —antes lo había sido precisamnete de la filarmónica neoyorkina, con la que había llegado a Estados Unidos—, a la postre se convertiría en la que mejores sueldos pagaba y por lo mismo atraía a los mejores músicos de todo el mundo.
Las dos guerras habían terminado por lesionar la condición y la economía de las grandes orquestas europeas, y para mediados del siglo XX ya había quedado muy lejos, al menos para una orquesta de tanto abolengo y con un patronato promovido por grandes empresarios y capitales, la depresión económica de 1929, la cual había sacudido prácticamente todos los espacios de la vida norteamericana.
Otros de sus grandes directores en diferentes èpocas fueron, por ejeplo (aparte de la sabida desaprobaciòn en 1934 de Wilhelm Furtwängler por considerarlo pro nazi), John Barbirolli, Bruno Walter, Leopold Stokowski, Dimitri Mitropoulos, Pierre Boulez, Zubin Mehta, George Szell, Kurt Masur y Lorin Maazel, nombres todos ellos que ayudaron a darle lustre.
La Filarmónica de Nueva York ha desarrollado y mantenido de igual modo una una no menos sólida reputación como sobresaliente instrumento para la educación musical, con lo que los famosos Conciertos para Jóvenes (Young People’s Concerts) iniciados por Ernest Schelling en 1924 promovieron una nueva tradición, consagrada por Leonard Bernstein en la década de los sesenta como uno de sus periodos de mayor esplendor. Establecida hasta 1962 en el Carnegie Hall, la orquesta tiene desde estonces su sede en el Avery Fisher Hall, dentro del Lincoln Center, y en èl ofrece cada 31 de diciembre, para acabar pocos minutos antes de la media noche, con todo y brindis y campanadas, su ya no menos tradicional Concierto de Año Nuevo, al igual que el encendido del árbol del Rockefeller Center y el espectacular ballet del Cascanueces de Tchaikovsky en el Ballet Center.
Bajo la conducción de su otrora titular Alan Gilbert (el primer neoyorquino y el más joven en dirigirla), la Filarmónica de Nueva York interpretó en esta ocasión piezas igualmente tradicionales del repertorio clásico estadounidense, del musical Candido precisamente de Bernstein (a partir de la novela homónima de Voltaire), las melodías “El mejor de los mundos posibles”, “Música de batalla” y “Glitter y ser Gay”, y de George Gershwin, su hermoso y difícil Concierto en Fa para piano y orquesta”; y en la segunda mitad, también de Bernstein, de su popular musical West Side Story, entre otras piezas, las siempre envolventes “Prologue”, “Something’s Coming” y “I Feel Pretty”, y como casi todos los años, de igual modo de Gershwin, su inspirada y estelar obra para piano y orquesta “Rapsodia en azul”.
El solista invitado para la ocasiòn fue el sobresaliente pianista Jean-Yves Thibaudet, quien con su talento y su dotada técnica viene a confirmar otra sabida tradición más de grandes concertistas galos que han basado su fama en buena medida con el complejo, sinnigual y brillante repertorio del también autor (el màs genial y significativo de los compositores norteamericanos) de la no menos popular ópera Porgy and Bess.
Gala esperada por los melómanos, la Orquesta Filarmónica de Nueva York volvió a refrendar por qué es una de las instituciones musicales de mayores prestigio y solvencia en el mundo, con atrilistas de primera lìnea y un sonido ejemplar en todas sus secciones, ahora de la mano de un joven director que si bien no tiene los arrestos de batutas legendarias como las arriba mencionadas, sorprende por su temple y su aplomo al podio, al frente de una orquesta que exige lo mejor, de lo mejor.
