Obra maestra de un gran director
Mario Saavedra
Adaptación de una exitosa obra infantil del escritor e ilustrador Brian Selznick, la nueva cinta de Martin Scorsese: Hugo (Estados Unidos, 2011), supone además el más sentido homenaje del autor de Taxi Driver al séptimo arte, a ese peculiar mundo de ensoñación donde él ha tenido una participación estelar. Su película más costosa dentro de una nutrida filmografía que entre otras cosas se ha caracterizado por hacer grandes producciones, con este preciosista y hermoso poema visual accede además a la tecnología 3D, a través de una nostálgica historia protagonizada —como Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, otro gran tributo al cine— por un niño atrapado por la magia de la imagen en movimiento.
A los orígenes
De vuelta a los orígenes de un arte para el que el mismo Scorsese ha abonado algunos de sus títulos más antológicos, en la cinta sobrevuela continuamente la figura nada menos que del propio George Méliès (a quien da vida el gran actor inglés Ben Kingsley) en un París de la primera postguerra de cuento, cuando en la década de los veinte fue rescatado del olvido, en un quiosco de juguetes en la estación de Montparnasse, por el director de Ciné-Journal, Léon Druhot. De la mano de un melancólico huérfano de 12 años que vive solo en el interior de la estación, la historia de Selznick se mueve entre el género fantástico y el de ciencia ficción, en la medida en que el mundo real de todos los días es sacudido por la intromisión de elementos extraordinarios o mecánicos que la imaginación de un niño potencia.
En cierto modo también una película de aventuras, cuando no detectivesca, lo cierto es que Scorsese utiliza en La invención de Hugo recursos de varios géneros, en una especie de híbrido que a la vez recorre varios de los momentos estelares de la gloriosa historia del cine que, contrariamente a quienes desde hace varias décadas han presagiado su deceso, se resiste a morir. El también autor de El aviador es de quienes se oponen entonces a frases como “el cine es el gran embeleco del siglo XX”, porque a pesar de la aparición de otros nuevos lenguajes y tecnologías, ha ido aprovechando todos esos avances y así adaptándose a cada nueva época, como cuando pasó de la muda a la sonorizada, y más tarde del blanco y negro al tecnicolor.
Tributo a toda la maquinaria inventada para capturar imágenes en movimiento y proyectarlas en pantallas, en Hugo muestra Scorsese su profundo conocimiento y su amor por la historia del cine, en una superproducción a través de la cual vuelve a resaltar la magnificencia de un arte que desde sus orígenes ha apostado a la creatividad y la propia tecnología.
Otra bella imagen de la Ciudad Luz por antonomasia, como la reciente de ese otro gran acercamiento a su fisonomía que es París de medianoche de Woody Allen, Scorsese realizó de principio a fin este retrato mágico de la capital francesa de los veinte, recreada en los estudios Shepperton en las afueras de Londres, donde reconstruyó la propia estación de Montparnasse como eje conductor.
Obra maestra de un gran director que pareciera ya lo ha dicho todo y de todas las formas posibles, porque cada película suya es una auténtica sorpresa y corresponde a una nueva búsqueda personal, Hugo es no sólo el gran homenaje de un notable artista del cine moderno a los genios que crearon esta magia que es la imagen en movimiento, sino también una especie de autobiografía imaginaria del propio Scorsese.
Bella metáfora
A partir de una adaptación a la medida de John Logan, La invención de Hugo reproduce en buena medida la poética de este siempre propositivo realizador norteamericano de ascendencia italiana, cuando ha expresado que el material con el que se crean los sueños cinematográficos son producto de un creativo y sabio manejo de la tecnológica y demás recursos a la mano. Y La invención de Hugo es precisamente eso, una bella metáfora de esa gran máquina que es la industria cinematográfica, que hace arte cuando, como dice Scorsese, todos los elementos a su alcance son utilizados con talento, creatividad y conocimiento de causa, empezando, desde luego, por una buena historia…
Bellamente fotografiado y editado, este cuento infantil de Selznick sirve a Scorsese de pretexto para sensibilizar a los nuevos espectadores con respecto a la estética de las primeras obras de los hermanos Lumière, y por supuesto de Georges Méliès seducido a su vez por los Lumière, de todos los creadores de este nuevo lenguaje que acompañó prácticamente a todo el siglo XX. Espléndidamente interpretada y con todos los actores en casting, incluidos los incidentales que enriquecen la ambientación, como otro rasgo distintivo del mejor cine de Martin Scorsese, Hugo es también un sentido canto al amor, a la fidelidad, a la creación como acto reconstructivo de un mundo atrapado por la sinrazón y el olvido.
Ampliamente nominada y con varios premios en los más de los certámenes y festivales antesala de los Oscares, esta nueva cinta de un Martin Scorsese en plenitud de facultades, de una auténtica leyenda viviente, figura como uno de esos productos artísticos que ya no busca convencer a nadie.
Por el puro gusto de haberla hecho, Hugo es desde su aparición una de esas películas que hacen época, porque más allá de su extraordinaria manufactura, de su exquisitez y su cuidado en todos los rubros, contribuye a definir la personalidad de uno de los más importantes directores de las más recientes cuatro décadas.
