Destino del país, en juego peligroso

Guillermo García Oropeza

No niego que me acerco a este 2012 “con temor y temblor”, en medio de una paranoia que día a día me van justificando los hechos pero, ni modo, diríamos en México, qué le vamos a hacer.

Sin embargo, en medio de mis sentimientos negativos se van afirmando también actitudes positivas y maduras, como el deseo de que todos los mexicanos, y especialmente la clase política, realizáramos ciertos cambios fundamentales en nuestros hábitos de pensar.

Y partiendo del ruidoso incidente de los desencuentros de cierto candidato con el libro se me abren las ganas de descubrir o redescubrir, según sea el caso, ciertas lecturas y meditaciones sobre esa sabiduría que tanto necesitamos en estos tiempos y sobre todo que los hombres del poder también llegaran a ellas. Meditaciones y lecturas que provendrían de la literatura y de la historia pero también de la filosofía y que corresponden no a los dominios de los especialistas o de los altos académicos sino del lector inteligente, cultivado, simplemente.

Y comenzaría con uno de los libros más hermosos que nos heredó el mundo clásico, aquellas Meditaciones de Marco Aurelio donde se enseña la conducta ideal del hombre de poder. Un libro que debería estar en el buró de todo “príncipe”, como dirían nuestros clásicos. Junto, claro el Plutarco que biografíó a los grandes modelos del hombre político en el mundo de Grecia y Roma, hombres que después los príncipes cristianos hubieran tenido que emular.

Y ya metido en estos menesteres habría que darle un repaso, no al cínico y realista Maquiavelo o al chino que nos explica cuál el es arte de la guerra y por lo tanto de la política, sino a nuestro hispánico Baltasar Gracián cuyas frases ricas y barrocas alzan el dedo magistral; “Presencia y ausencia según conveniencia…” (cito de memoria) que nos enseña cuando estar y cuando huir y callar.

Y claro, para refrescarnos de estas lecturas difíciles volver a la entrañable experiencia de recordar los consejos que nuestro señor don Quijote le daba a Sancho, amigo metido en los berenjenales de su gobierno de la Insula Barataria. O en esos retratos de los políticos y sus locuras que tantas veces describió Shakespeare en el Julio César, en el Ricardo III o en el Rey Lear, literatura, claro, literatura pero también historia como la que se refleja en la obra monumental de nuestro Martín Luis Guzmán, cuya sombra de su caudillo sigue oscureciendo la historia nacional, en este México, que como el de él está cercado por la violencia.

Y por qué no, releer alguna biografía de Juárez, como aquella de Pérez Martínez que leímos hace tantos años. Por bibliografía no paramos, lo importante es detenerse en la carrera de la enajenación y salir de los vacíos de la ignorancia para meditar qué hacer en estos momentos en que el destino de la nación está en peligroso juego.