Ignacio Trejo Fuentes

A finales del siglo xix y principios del xx la literatura narrativa mexicana fue invadida por lo que se llamó “indigenismo”: caciques, peones explotados, abusos de poder, corrupción, mujeres indígenas abusadas… eran pan de cada día, de modo que los lectores cayeron en el hartazgo. La Revolución planteó otras posibilidades, hasta que también saturó novelas y cuentos.

Por supuesto la literatura indigenista tenía como escenarios pueblos y haciendas; más tarde los temas cambiaron y se trasladaron a las ciudades. Sin embargo, de vez en cuando se publican historias que ocurren en pequeñas poblaciones. Ya he hablado aquí de libros de Jesús Gardea, Daniel Sada, Severino Salazar y Raúl Criollo, entre otros. Ahora voy a referirme a Sergio Ortega y Rodríguez a propósito de su novela El retorno.

La obra contiene varias historias sucedidas en dos siglos y en por lo menos tres continentes. Una parte ocurre en China, otra en Francia y el resto en México, específicamente en Puebla (de donde es originario el autor, nacido en 1950). Los descendientes de los primeros, antiguos personajes confluyen en México y propician los recuerdos de familia y dan paso a las mencionadas múltiples historias.

Alejandro Villard es un cacique cruel y asesino, que abusa de sus  trabajadores, de sus clientes y sobre todo de las mujeres. En su hacienda convive con su esposa y cohabita con la cocinera; además, tiene amantes en otras poblaciones. En consecuencia, la desatendida esposa se enreda con el caballerango, y todo se vuelve nudo de traiciones e infidelidades, que dan pie a secuestros y crímenes. La descripción de los sucesos sigue la fórmula de la literatura realista, y por eso el autor pone énfasis en el paisaje, lo que no resulta difícil debido a las largas y casi siempre penosas travesías que los protagonistas hacen una y otra vez.

Y lo que llama la atención es la abundancia de escenas eróticas, que Ortega y Rodríguez desarrolla con admirable capacidad: parece que quienes leemos estamos presenciando las escenas al pie de los amantes, vibrando con ellos, oliendo sus aromas. Quizá los episodios de este tipo, junto con los cargados de extrema violencia, sean lo mejor de El retorno, aunque tampoco hay que descartar la configuración de algunos personajes, realmente memorables, como el terrateniente, su esposa y la prostituta. (Es un deleite pasear con los personajes por la  hermosa ciudad de Puebla, en tiempos en que la mayoría de sus calles eran empedradas y recorridas por carruajes jalados por caballos.)

Es muy probable que los lectores de literaturas de vanguardia, experimentales, rechacen novelas como la que reseño: les parecerá monótona, démodé. Mas aún existe gente a la cual gusta este tipo de obras: aseguro que la disfrutará.

Sergio Ortega y Rodríguez, El retorno.
Siena Editores, Puebla, México, 2011; 174 pp.