Ignacio Trejo Fuentes

Varias veces, en entrevistas o en charlas personales, escuché a Juan José Arreola lamentarse, indignado, porque su lugar de origen hubiese perdido su nombre original, Zapotlán el Grande, para recibir el de Ciudad Guzmán (Jalisco). A la cabeza de otros que pensaban como él, durante mucho tiempo pugnó porque las cosas se recompusieran y su tierra recuperara su nomenclatura prístina: lo planteó a senadores, gobernadores, presidentes municipales y de la República y a jaliscienses prominentes (Agustín Yáñez); pero sus reclamos no fueron escuchados y murió sin ver concretados sus anhelos.
Juan José Arreola jamás aceptó llamar Ciudad Guzmán a su terruño, y se refería a él como Zapotlán, lleno de orgullo. Quizá desde el más allá siguió en su lucha, porque ahora Zapotlán se llama otra vez Zapotlán, aunque a medias. Trato de explicar: por acuerdo del senado jalisciense, la capital del municipio sigue llamándose Ciudad Guzmán, en tanto aquél, el municipio, se denomina oficialmente Zapotlán el Grande.

En una visita reciente a esa población, como profesor del Diplomado en Creación Literaria que la Coordinación Nacional de Literatura del inba desarrolla en la capital del país y en varios estados, Orso Arreola, hijo del maestro, me dijo que el primer cambio de nomenclatura obedeció a que Guzmán fue un militar que participó en las intervenciones norteamericana y francesa, que luchó al lado de Benito Juárez, que se hizo masón como aquél y que luego desempeñó cargos políticos relevantes, por lo que fue considerado héroe, mérito suficiente para darle su nombre al hasta entonces Zapotlán el Grande. Sin embargo, no todos le guardan el mismo respeto al militar, porque fue —dicen— también cacique y por lo tanto explotador, marrullero y violento: pillo y héroe. Los zapotlanenses —o guzmanenses— están divididos en cuanto a aceptar o no la decisión finalmente tomada: el cambio implica líos políticos, administrativos y aun particulares; mas concuerdan en la aceptación de que la ciudad se llame de un modo y el municipio de otro, opinan que fue una determinación justa, equilibrada: Orso Arreola es uno de ellos, aunque recuerda que su padre lo reprendía cuando llamaba Ciudad Guzmán a Zapotlán.

Por cierto, Orso se encarga de mantener vivo el recuerdo de su notabilísimo progenitor, y el que fuera domicilio familiar es ahora la Casa Taller Literario “Juan José Arreola”, donde hay un museo de sitio, galería de arte, videosala, fonoteca y visitas guiadas; se recibe a conferenciantes de varias partes de México y del extranjero. A la entrada de la Casa puede verse una efigie del maestro (hay otra estatua en un rumbo distinto de la ciudad). Pero no sólo el hijo del autor de La feria (y otros prodigios) mantiene viva la memoria de Arreola: casi todos los pobladores hablan de él, de su importancia: el taxista que me trasladó de la estación de autobuses al hotel disertó ampliamente sobre el escritor, y me llevó a dar un paseo (sin cobro extra) por la ciudad de los dos nombres.

(Al Diplomado auspiciado por el inba en esa ciudad de nombre dual asisten alrededor de treinta personas, que escuchan atentas las disertaciones sobre poesía, cuento, novela, guión cinematográfico y radiofónico y televisivo, teatro, ensayo, literatura para niños, biografía, etcétera, sostenidas por especialistas en cada una de esas materias).