Donde las dan, las toman

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Aquí, en España, como en México, donde las dan las toman, aunque callar no es bueno.

Allá, en la tierra de Dios y María Santísima, en el Michoacán de Lázaro Cárdenas, en las cátedras de Isidro Fabela, durante la época en que José Vasconcelos cambió su ideología, los acontecimientos estimulan la imaginación de los incultos, de los inteligentes (que no es lo mismo) y se desprecia el trabajo manual aunque es el sostén cínico de políticos y negociantes.

Entre los miles de muertos, asesinados, ultimados por el narcotráfico, coludido por soldados, policías, jueces, funcionarios públicos, empresarios nacidos por generación espontánea, viven los que pueden, agachados, temerosos, frustrados en espera del milagro que nunca llega porque no existe.

España, la tierra de las once mil vírgenes (cada pueblo tiene la propia) se mueve entre lo absurdo, las violaciones, los fraudes, las ganancias ilegales de la nobleza, la corrupta trama Gurtel que imputa a los ex presidentes de Valencia y de las Islas Baleares. También salpica a la gente de bien, cuyo nivel de vida empeora.

Las formas de hacer el amor

Los caminos que Juárez recorrió, por los que anduvo en su peregrinaje libertario, han quedado en el olvido. Es imposible distinguir entre políticos y fantoches. Los advenedizos buscan y encuentran a las victimas de sus devaneos.

¿Se imagina usted al cardenal Norberto Rivera Carrera diciendo que “algunas de las escuelas incitan a la fornicación?” ¿Existe una sexualidad desordenada? Desde luego que no. Pero en Córdoba, la sultana, y en esta Andalucía, gitana y alegre, donde ya no suenan las castañuelas, el obispo Demetrio Fernández acaba de descubrir la tumba de Tutankamón. En una de sus homilías, campaña infame, señala desde el púlpito que hay que hacer el amor como mandan los cánones, con respeto, con cuidado, con esmero, para que la penetración sirva sólo para dar hijos a la Iglesia católica.

Así es. Léalo así, distinguido lector.

En nuestra tierra americana, los fieles caminan de rodillas por la Calzada de Guadalupe, con la piel sangrante y el hambre en el rostro ante la benevolencia de clérigos y agnósticos.

Lo mismo pasa con los adictos a otras religiones. No hay exclusividad. Los que practican doctrinas axiomáticas miran hacia otro lado. Musulmanes, protestantes, evangélicos, mormones y los que se cobijan en otras sectas, contribuyen a desorientar a los verdaderos religiosos.

Todos estos templos se han convertido en recipientes para descargar los abusos que cometemos. La señal de la cruz o la inclinación de los cuerpos hacia la Meca son eventos tradicionales históricos que sólo unos cuantos respetan y creen en ellos.

Amparados por la parafernalia que nos invade, el hombre camina sin rumbo fijo. No sabe a dónde va ni piensa en su destino. Los atajos, las estrechas veredas hechas con el sudor de los campesinos y de los obreros, están destrozados.

Se cubren de polvo y de alimañas. Se desdibujan en un horizonte invisible.

Caminan, caminamos a ciegas.

Coincidencias

¿Hay coincidencia entre este pedazo de Europa y nuestra geografía? Pues sí, es sorprendente. Véanlo si no.

Andrés Manuel López Obrador, el defensor de los pobrecitos, el que prometió el edén desde abajo, es ahora un alma de Jesucristo. Pregona el amor para todos. Acaricia, en su oratoria, a la belleza que se esconde ruborizada. Recuerda a los apóstoles de la buena nueva. Es paloma torcaza cuyo vuelo rasga los cielos para derramar el maná de la unidad nacional. Menudo hipócrita. Pillo. Se confabuló con Vicente Fox y Ernesto Zedillo en actos deleznables para conseguir su propósito e inmunidad.

En estas tierras carpetovetónicas, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, la derecha al poder con legitimidad, abre plaza con cara de circunstancias. Su rostro aparece, las pocas veces que ocurre, contrito, con síntomas de haber llorado, de “no hay otra”, de compasión… De compasión por los que sufren. Ama a los españoles, sin duda, pero les corta las manos, no ya las alas porque no tenemos. Da tijeretazos por órdenes superiores y dulcifica el lenguaje de sus ministros que, compungidos, dan la cara para justificar las amputaciones sociales.

La carga, justo es reconocerlo, la lleva a hombros la brillante conservadora y vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría.

El pontevedrés ya parece una entelequia, enmudece. Habló con Merkel en Berlín, fue a Marruecos a convalidar su respaldo a un rey divino y regresa de Bruselas para aleccionar a sus conciudadanos.

Algo anda mal. El desgaste de sus principales funcionarios es evidente.

En dos meses, la trayectoria del tren conservador cambió radicalmente. Durante tres años explicó con insistencia que “no subiría impuestos” e hizo todo lo contrario. Es que tiene que observar obediencia infinita a los mercados.

Poco falta para que su política se convierta en fanatismo porque practica ritos ajenos sin convicción, recibe órdenes y las cumple a rajatabla.

Mientras no se termine con el imperio de los ricos y la sociedad cambie de epidermis, la situación seguirá igual o empeorará sin remedio.

En la Unión Europea, las brujas de Merkozy y Sarkomezk no sueltan sus presas; su sombra apaga las ilusiones, destroza el ánimo, inhibe al emprendedor y alienta a los depredadores.

En nuestra nación, con más de 3 mil kilómetros de frontera con Estados Unidos, en el país donde se mezclaron las sangres, los logros y las utopías de Cuauhtémoc y Cortés, hacemos alharacas, gastamos lo ajeno y damos circo al pueblo. El pan, dice el presidente Calderón, ¡que se lo ganen ellos!

Don Felipe (nombre también del Príncipe de Asturias) intenta tapar la basura con cascotes inservibles, engaña y evidentemente está derrotado. Con su puño se golpea el pecho para un mea culpa que no sirve de nada. Ahora sólo piensa en el relevo.

Ni Sánchez Camacho, ni Borrego, ni el más pintado, tienen el visto bueno de un partido manchado que antaño estuvo en manos dignas como las de Adolfo Christlieb Ibarrola y sus respetables fundadores.

Porque, ¿hay en estos momentos, ideólogos, pensadores o políticos que defiendan posiciones conservadoras, pero creíbles?… No, en el pasado, aunque no se comulgara con ellos, su influencia y capacidad atrajeron, convencieron. Tuvieron sustento popular, no el suficiente. Por fortuna.

Los sudacas

Otra aberración. En España, a todos los latinoamericanos les llaman sudacas. Vengan de donde vengan, sean intelectuales u obreros, asesinos o catedráticos. No distinguimos ni siquiera el lugar geográfico en el que se encuentran las naciones de allende el Atlántico.

México es Sudamérica, lo mismo que las cinco naciones del centro. En las películas, se imita a Hollywood; los sudacas son gente malencarada, de perversos sentimientos, despreciable carroña. Hablo en general. Hay muchos españoles y mexicanos que no piensan así y es necesario dejarlo claro.

Los protegidos por el poder, los espías internacionales, los marrulleros, viven de la especulación y sacan provecho por “vivos”, sinónimo de amorales, que disfrutan de canonjías a ambos lados del océano.

Los periodistas nacionales expresan que la posible llegada del PRI al poder es algo oprobioso. Publicaciones autollamadas de izquierda dicen que volverá el totalitarismo. Echan mano, ¡qué imaginación!, de la frase de Vargas Llosa: “México es una dictadura perfecta”, y se frotan las manos.

También hay historiadores, gente de la cultura, filósofos, que expresan su repudio a las naciones bananeras. Quizá nosotros, los mexicanos, estemos aún a salvo de estos calificativos, pero también somos tercermundistas insufribles, sólo útiles para trabajar como mulas de carga y lo peor es que tales ideas se apoderan del pensamiento de las clases medias.

En definitiva, nunca hemos estado tan lejos unos de otros como en esta era de la comunicación. El ciberespacio, Internet y sus adláteres sirven para sembrar más confusión.

Nos queda la esperanza de que habrá un cambio social, una evolución positiva, porque el actual sistema está roto y hay que echarlo a la fosa séptica.