Ignacio Trejo Fuentes

Las ferias del libro se hacen en muchísimas partes del mundo, y se dice que la de Frankfurt, Alemania, es la más importante de todas debido a su volumen y a la participación de los editores de (casi) todo el mundo. En México cada estado organiza una feria una vez al año. La Feria Internacional de Guadalajara y la del Palacio de Minería (del Distrito Federal) son, sin duda, las más importantes.

Se entiende que el motor de las ferias son los libros, pero les faltaría brillo si no se hicieran presentaciones de novedades editoriales, exposiciones, mesas redondas, conferencias… lo que congrega multitudes. Una ganancia adicional es que en el mismo espacio se puede conseguir obras que de otro modo sería imposible: por ejemplo, las que producen pequeñas editoriales del interior de la República, las de los gobiernos y las de las universidades. Y algo que  también se agradece es que en las ferias uno se encuentra con amigos y colegas que no suele frecuentar, y luego de comulgar con los libros se cambia de escenario: el café, el restaurante o la cantina. (En la fil de Guadalajara me encuentro, cada año, con amigos que no veo en el df.)

La Feria del Libro del Palacio de Minería es organizada anualmente por la Facultad de Ingeniería de la unam, y siempre es un éxito, aunque todo mundo coincide en que el espacio es  insuficiente: determinados días, durante algunas horas, es prácticamente imposible transitar en el Palacio debido a la presencia de tanta gente que ojea y compra libros, y la que entra y sale de las presentaciones y conferencias, de modo que se pide una vez y otra que la feria se mude a otro lado o que consiga espacios alternos en la misma zona céntrica en que ahora está; sin embargo propios y extraños opinan que debe continuar donde está, por eso de la tradición, pero sobre todo porque en ese sector está prácticamente todo lo que se desee: bancos, restaurantes, museos, cantinas…
(No debe olvidarse que también se efectúa la Feria del Libro de la Ciudad de México que organiza el gobierno capitalino en la plancha del zócalo, que también es insuficiente para acoger a tantos editores y a tantos lectores o curiosos: ¿a dónde podría ir?)

Una vez, en Guadalajara, el Fondo de Cultura Económica organizó un cena para dar la bienvenida a sus amigos y clientes en un restaurante típico del centro de la ciudad, pero como era el inicio y casi todos habían llegado ese día, se marcharon muy temprano, de modo que los alimentos y bebidas y la música quedaron intactos: el personal del restaurante (meseros, cocineros) se apoderó de la fiesta, aunque no dejó de atendernos a Roberto Vallarino, Leonardo Dajandra, su esposa Agar y yo, últimos sobrevivientes del escuadrón original.

Por supuesto, cada quien habla de la feria como le va en ella, y diría que la gran diferencia entre la fil de Guadalajara y la de Minería es el espacio (y claro, que en la primera los editores organizan un baile sensacional en el salón Veracruz).