HUMBERTO GUZMÁN

Alguna vez comenté que es válido adoptar influencias de los maestros en cuento y novela, en aras de desarrollar nuestras propias cualidades literarias y artísticas. De inmediato reaccioné, ya que pudo haberse entendido que yo estaba avalando la copia. Y no era la intención. He escrito que, a la manera antigua, es acertado que un aprendiz de escritor elija a un maestro para seguirlo. Pero no recomendaría imitarlo, copiarlo, sino tan sólo admirar y estudiar su trabajo.

¿Cuándo es un plagio y cuándo es una influencia benigna? En el Diccionario de uso del español de María Moliner dice de “plagio”, entre otras acepciones: “Hecho de copiar o imitar fraudulentamente una obra ajena; particularmente, una obra literaria o artística”. Y pasarla como propia, añadiría. Hace muchos años, un amigo, de un grupo de jóvenes que queríamos ser escritores, intentó dar un salto mortal, sin grandes sacrificios. Por esos días circulaba un libro de cuentos que causaba algún impacto. Perros noctívagos, se titulaba. 

Un día visité a otro de mis amigos y me dijo: fulanito está escribiendo bien, mira, allí me dejó un cuento suyo. Asombrado, tomé las hojas mecanografiadas y cuál no sería mi sorpresa cuando observé que era un cuento de aquel libro en boga, con el mismo título, puntos y comas, excepto que lo firmaba él. Increíble ingenuidad (y desesperación), pero cierta.

Por otro lado, supongamos que un escritor envía su novela a un sonado concurso de una editorial comercial. Entre los miembros del jurado se encuentra uno de los que quieren triunfar (como escritor) a como dé lugar. En la novela en cuestión se da un interesante ménage à trois en una ciudad extranjera. Al personaje le gusta la idea. Lo que le conviene hacer es no premiar la novela concursante, mantenerla oculta. Pero conserva el manuscrito. Se trata de un tipo con algunos recursos y se da a la tarea de escribir una novela donde se dé el ménage à trois en una ciudad extranjera (claro, otra), pero con diferente planteamiento, más desarrollado inclusive. En apariencia, es otra cosa. No hay manera de comprobar el plagio, la copia. Es una interpretación sobre lo mismo. Una coincidencia. Es más, como el sujeto es famoso y publicará antes que el concursante, podría cambiarle los papeles:  acusarlo de plagio, de copión.

Existe el Indautor, de la SEP, en donde se pueden registrar las obras literarias y de otra índole. Pero, una vez me dijeron que lo que se registraba era el título. La fecha. Aunque se quedan con una copia, podría leerse, consultarse, si fuera necesario. Ya es algo. Si posteriormente el autor cambia o le cambian el título al publicarlo, ya no tendría ni el registro del mismo. Incluso, muchos escritores de ficción se muestran renuentes a registrar sus obras. 

A propósito, encontré por la red una página de la Universidad Simón Bolívar/ Departamento de Estudios Ambientales: “¿Por qué ocurre el plagio en las universidades y cómo evitarlo?” Y allí se recuerda que “con el fácil acceso a la información por internet, el hacer propias ideas de otros sin reconocer al autor original de las mismas es hoy en día un hecho muy frecuente”. Obvio que se incurre en la figura de plagio, “cuando se usan ideas de otras personas y no se reconoce adecuadamente la fuente de información”. Luego especifica algunos tipos de plagio que vale la pena repetir: “Copiar un texto sin tener la aprobación de la fuente consultada”, o “no colocar referencias” obligadas. Hacer una paráfrasis de algún texto, de preferencia ya publicado, “sin la documentación adecuada”, es decir, sin citarlo debidamente. 

Después está la consabida transcripción de una frase, un párrafo, de un texto publicado (aunque se cite la fuente) sin colocar en el sitio oportuno las misteriosas comillas. Naturalmente, dicha página va dirigida a su población estudiantil, pero, por lo que se ve, es útil para quienes escribimos de diferentes maneras.   

Por último, y fuera de esa página, puede surgir un tipo de plagio involuntario. Cuando después de leer una obra literaria, ver una película, etc., que nos gustó,  se nos quedan algunas impresiones, quizás inconscientes. Si no tenemos cuidado, pasado el tiempo, podemos reproducir tales impresiones –de otra manera seguramente- en nuestro propio texto: cuento o novela, artículo o crónica, etc. Esto no se relaciona con el ejemplo hipotético dado arriba. Hay diferencias entre dejarse llevar —inconscientemente— por el entusiasmo de una “impresión” de lectura y el hecho de hacer suya a la letra, la imagen, el contexto, con toda la intención de cometer un robo, ocultando las pruebas —como en todo delito—: sin citar la referencia, para quedar como el autor del hallazgo, como el original. Y ocurre con frecuencia. Creo que esto lo tendría que resolver un juez, que sólo esperaría yo que fuera diferente a los de El proceso, de Franz Kafka.