Poema para la memoria
Mario Saavedra
Sólo un poema para la memoria como El artista (Francia-Bélgica, 2011) de Michel Hazanavicius podía haber desbancado en la pasada 84 Entrega de los Oscares a la también ampliamente nominada cinta Hugo del experimentado y celebérrimo Martin Scorsese. Y resulta más significativo este hecho porque ambos filmes representan un sentido y valioso homenaje al séptimo arte, en el caso del joven realizador galo mucho más atrevido y hasta arriesgado tratándose de una película en blanco y negro y silente, casi a contracorriente, porque su encanto radica precisamente en la originalidad con que se acerca a lo que fue el paso del cine mudo al sonoro, con la solvencia y la gracia a las cuales se referían los clásicos cuando una nueva obra planteaba una novedosa manera de volver la vista al pasado, sin olvidarse del pasado…
El personaje principal, la estrella del cine mudo George Valentin, especie de simbiosis de Rodolfo Valentino y John Gilbert, interpretado magistralmente por el actor francés Jean Dujardin, es la representación de un pasado glorioso que se resiste a morir, porque como lo impone la ley implacable de la vida, la sangre de lo nuevo viene empujando sin piedad. A través de una historia sin mayores pretensiones, dentro del habitual esquema del melodrama de la época, esta hermosa, nostálgica y por demás cuidada cinta de Hazanavicius reproduce el que debió de haber sido el drama de una época que, como cualquiera otra, vivió su esplendor y después su decadencia, desplazada por la fuerza arrolladora de lo joven/nuevo de la sonoridad que a futuro igualmente sería removida por el tecnicolor, y así sucesivamente, porque la existencia avanza y nunca se detiene. En cuestión de años, de meses, pasaría de ser un astro del celuloide a un fragmento olvidado de una época lejana, algo así como una pieza de museo.
Nueva camada
Pero El artista también insiste con toda justicia y sobre todo admiración en las mayores virtudes de un arte para el que pareciera ya no estamos hechos para ver y apreciar en todo su potencial, y que Hazanavicius muestra en su mayor esplendor, en la inigualable estética del blanco y negro y la dramatización de una expresividad que por la ausencia del sonido tenía que enfatizarse, con la presencia siempre impactante e irremplazable de la música en vivo. Obsesionados por la tecnología, por la alta definición y la tercera dimensión, por el sonido digital de 5.1 canales, El artista apuesta por la belleza al margen de etiquetas y de chalecos tecnológicos, por tocar a un espectador ideal todavía sensible y abierto a las emociones a flor de piel, porque en la esencia de ese ser humano aún palpita —aunque sea muy en el fondo— todo aquello que es esencial a su condición de ente transitorio e imperfecto, vital y doliente, compasivo y soñador.
Y la joven actriz que encarna a la nueva camada que llega con el cine sonoro, no menos sensible y exquisitamente interpretada por la franco-argentina Bérénice Bejo, por cierto esposa de Hazanavicius y cómplice suya en otros de sus anteriores proyectos (este ascendente quizá propició que en la extraordinaria y no menos protagónica banda sonora original de Ludovic Bource, Oscar indiscutible en su categoría, se haya utilizado un tema del compositor clásico más importante de argentina Alberto Ginastera, de su bello ballet Estancia), representa el ímpetu y a la vez la inconsciencia de lo nuevo que irrumpe. Y ahí estriba el mensaje positivo de El artista, cuando plantea que generaciones distantes y distintas no sólo puedan no pelearse, sino incluso coincidir armónicamente, conforme el amor es aquí esa sustancia divina que los románticos decimonónicos sugerían como única posible tabla de salvación.
Más allá de poder resultar cursi en una época en la que la gente sigue enamorándose pero prefiere no hablar del tema por temor al qué dirán, el joven director francés consigue construir una película de época que trasciende precisamente por la fuerza de un amor todavía capaz del sacrificio y la clemencia, del respeto y la admiración. Y en esa unión de dos generaciones que trascienden a través del amor figura también, a manera de catalizador, el que por algo la sabia popular ha denominado “el mejor amigo del hombre”, nuestro hermano, el perro sabio y leal, agradecido y sensible, valiente y ejemplar, al que aquí da vida un pequeño y simpático can que se roba la atención —y la admiración— del público por su carisma y su inteligencia. Sabemos que ha habido sobre todo perros que han sido premiados en otros certámenes cinematográficos, por lo que Uggie se merecía al menos una nominación.
Tributos merecidos
Película hecha con talento, oficio e ingenio, con conocimiento de causa con respecto a una época gloriosa del cine en que apenas se estaba conformando una gran industria (un homenaje en especial al Hollywood de los veinte, incluidas dos figuras cimeras como Ginger Rogers y Fred Astaire, y musicales emblemáticos como Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen y Gene Kelly de 1952, o Una Eva y dos Adanes de Billy Wilder de 1959), con la dosis de drama y humor necesarios para penetrar en la epidermis rugosa y más bien impávida de nuestro tiempo, El artista de Michel Hazanavicius ha recibido los tributos merecidos en una contienda donde no siempre son todos los que están ni están todos los que son, con sorpresas que las más de las veces suelen atender más otros intereses extra artísticos y cinematográficos, pero que ahora dio en el clavo con toda justicia, más allá de tratarse de una película de manufactura extranjera, si bien se ocupa y rinde tributo a una época dorada del cine norteamericano.
Por lo demás, una cinta circular, impecable en todos sus rubros, con diez nominaciones y cuatro premios en la pasada 84 Entrega de los Oscares: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Banda Sonora y Mejor Actor.
