Cierra el diario que se casó con la verdad

Regino Díaz Redondo                                    

Madrid.- Náuseas da que lo previsto en estas líneas hace dos meses se haga realidad: el diario español Público dejó de imprimirse el 25 de febrero.

Desapareció en papel, pero sobrevive en el entusiasmo y el valor de un grupo de profesionales que se casó con la verdad, destapó cloacas, dio voz a los enmudecidos por la corrupción y defendió los principios básicos del periodismo —ya tan escaso— para recuperarlos de las garras del contubernio político-financiero que nos asfixia.

Público fue referente y ejemplo de la libertad de expresión; se comprometió a desarrollar un proyecto viable que quiso desafiar a la mafia de cuello blanco y denunciar los fraudes. Abrió un camino para el tránsito de las ideas y las reivindicaciones sociales.

Sus sepultureros son la infamia y el poder omnímodo.

La gente pequeña, que tiene enormes capitales, cerró sus puertas para no darle aire; los bancos y las grandes empresas ensordecieron a sus justos llamamientos para obtener créditos.

Nadie acudió al rescate

Los anunciantes redujeron su cuota por miedo y los agentes sociales no han sido capaces de responder con la dignidad que se esperaba de ellos.

Citó a un concurso de acreedores y mantuvo la esperanza de seguir adelante. Nunca imploró ayuda condicionada ni se plegó a intereses que cambiasen su criterio. Nadie se atrevió a rescatarlo y la sádica ultraderecha de siempre —impertérrita y secular española— tuvo la desfachatez de burlarse y aplaudir con su rictus amargo.

Duele el estómago y el cerebro protesta; el mundo de la noticia, ayuna; sus articulistas dejan de teclear y van a engrosar el paro. Los golpes que soportó Público llegaron también de la izquierda que no lo es, de los progres que, en su infinita comodidad, le dieron un adiós imperceptible y perturbador.

Llegó a alcanzar un tiraje de cerca de cien mil ejemplares y se colocó en tres años como el tercer medio con mayor circulación en España.

Pero todo el esfuerzo fue inútil.

Nunca hablé con algún miembro de su plantilla. Sólo fui, desde el principio, suscriptor por empatía y sospecho que sus reporteros-redactores y comentaristas consideran que han perdido una batalla pero no la guerra. El germen de la inconformidad y de la angustia ahí queda. Algunos habrán de recoger la cosecha y sus frutos se multiplicarán pronto.

Ambiente enrarecido

Esta nación está acogotada, inmersa en contradicciones; tiene la cara sucia, la ropa ajada y el organismo enfermo. Pero no morirá. Los nuevos demócratas son comparsa, actualmente, de un sistema que aprieta el cinturón con el que ellos mismos se ahorcarán en breve.

El ambiente se enrarece. El gobierno conservador ya no se esconde, toma decisiones como si a diario dieran un golpe de Estado. Algunas son inconstitucionales.

El Partido Popular apaga la luz en millones de hogares, arremete contra la inteligencia y aplasta a cuanto ser humano se cruza en su camino rumbo a la alfombra roja y ardiente del Reischtag.

El pueblo ya no tiene gobierno. Vota por costumbre, si lo hace. Se abstiene por pereza; la esperanza renace cada cuatro años —en México cada seis, recuerden— y fallece de inmediato. Antes, contagia enfermedades incurables y la desesperación corroe sin descanso.

Anote: se cambiará la ley para la educación de la ciudadanía “porque adoctrina a los estudiantes hacia el socialismo”. Mientras, y en contraposición, los populares reafirman que su partido tiene “una orientación cristiana”.

Agregue a esta maratoniana transformación de leyes y estatutos que la memoria histórica se deposita en un viejo cajón del desván; Franco permanecerá en el Valle de los Caídos “hasta que no haya un consenso para llevárselo a otra parte”, dice, imperturbable, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría; los sueldos de los periodistas de la televisión pública se redujeron al 50% y se revisa minuciosamente la estructura de ese medio para realizar recortes en cantidades impredecibles.

Los periódicos de derecha y hasta los ultras están de plácemes. ABC y La Razón deforman noticias y manipulan sus titulares en forma grotesca.

Están en el paraíso soñado desde hace 36 años.

Todo es ficción, una ficción que habita en un cuerpo desintegrado con sus órganos vitales infectados, sin cura.

La realidad da escalofríos y la epilepsia extiende sus tentáculos que abruman a España, cuyos hijos han sido generosos y contradictorios. La historia escribe, ora entre los alzamientos militaroides, ora de la rebelión contra la injusticia.

Sociedad emponzoñada

El espíritu individualista despierta perplejo y desajusta a todos hasta que aterriza el sentido común y lo aplaca por un tiempo.

La verdad y la mentira se confunden y difuminan. Nadie distingue una de la otra. Del progreso, ni quién se acuerde; se desdibuja el futuro y el presente empequeñece su estatura.

El recelo crea inseguridad. Los españoles somos cada vez más ajenos entre nosotros. Se confunde el Estado de derecho con la impudicia y la impunidad.

El gobierno de Mariano Rajoy, que ganó en las urnas por mayoría absoluta, es un ejemplo de la incertidumbre y la soberbia que invade a hombres y mujeres que ostenta el poder. El razonamiento toma las de villadiego. Los debates ideológicos son efímeros y la verdadera historia aparece distorsionada.

¡Hay tanto que decir sobre esta sociedad emponzoñada que contamina y entristece!

Sigo con otras deliciosas medidas adoptadas por los conservadores: la nueva ley de reforma laboral es un banquete para los patrones.

Los empresarios de grandes consorcios se despachan con la cuchara sopera o con el cazo que es más grande.  ¿Saben qué reclaman? Es insólito, pero créamelo: Juan Rosell, presidente de Confederación Española de Organizaciones Empresariales, propone que “los trabajadores no se enfermen demasiado” porque de ser así serán dados de baja unilateralmente. Están seguros que hay empleados que fingen tener cáncer, o sida, o tuberculosis, pancreatitis o cansancio y caen en la depresión por débiles, por perezosos.

A ellos, a estos vagos aprovechados, hay que eliminarlos. Expresa Rosell que no se puede mantener a un elemento que engaña a los que crean riqueza y dan prestigio a España en el exterior. Pide, además, que el parado que no acepte el primer empleo que se le dé, aunque sea en Laponia, sea excluido.

Vamos, que si es ingeniero, a barrer calles; los abogados al servicio público de recogidas de basuras, a los técnicos a la forja, a higienizar inodoros o ser pinches en algún garito. Al joven emprendedor especializado, a cargar bultos, grandes cajas de refacciones o al matadero para mover las reses de un lado a otro.

A los sindicatos, exigen, ningún poder. Ni siquiera consultarlos y mucho menos negociar con ellos. “Son organizaciones subvencionadas con dinero del Estado”.

Por lo tanto, parásitos del sistema establecido. Nada de juntas de conciliación de arbitraje. Hay que deshacerse de los perniciosos que claman por mejores salarios porque no se conforman con los que tienen. Quieren “vivir como nosotros” y se olvidan de que los dueños de consorcios poseen más neuronas y experiencia.

Un escenario que supera a Kafka y disminuye a Einstein. La libertad “tiene sus límites”, agregan. El que está abajo, debe permanecer allí y que agradezca las sobras que le arrojan.

A los pequeños y medianos productores, per se, hay que mantenerlos vigilados, no se les vaya ocurrir crecer y hacerles la competencia. Los monopolios son un invento de los “indeseables izquierdistas, desestabilizadores de la sociedad y perturbadores del orden público”. Los que gritan en la calle son demagogos “pagados por socialistas que vociferan en la calle” y que arman mitotes porque fueron derrotados.

Lo grave es que los neosocialistas ni se inmutan.

A los que reclaman “violentamente” sus derechos y piden más igualdad, la cadena perpetua, según el actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón.

Jorge Fernández Díaz, en Gobernación, y sus coadjutores, regularán los permisos para autorizar plantones y huelgas. Nadie podrá  sobrepasar “lo que las buenas costumbres dictan”.

Los dirigentes de la Policía Nacional consideran que los que se juntan en las plazas y avenidas “son enemigos” y hay que reprimirlos. A los estudiantes que agitan libros en las universidades o en los colegios contra las porras de los custodios del orden, garrotazos y detenciones.

Estos individuos prefieren a la gente en sarcófagos para evitar desmanes.

La libertad es un signo maligno. El respeto será sólo para los obedientes que doblan el espinazo; los honores, para los políticos que fallecen y que fueron verdugos en la dictadura.

Que los pensadores no se extralimiten; no deben confundir ideas con alteraciones sociales. Hay que mantenerlos alejados, en sus campos de concentración colegial, darles un bombón de vez en cuando y acariciar sus espaldas y sus egos con premios literarios y discursos anodinos e ininteligibles. Para salir del paso.

Todos ellos, al parecer, están en el limbo; razonan, luego son peligrosos. Puesto que son sospechosos, están fichados y bien ubicados y no se les permitirá rebasar los límites de su entorno para que no envenenen a los buenos ciudadanos.

¡Todo en una nación en cuyos dominios no se ponía el sol!