Guillermo García Oropeza

Recuerdo una vieja película de Hollywood, The Last Hurrah se llamaba en inglés, con un director y un actor mitológicos, John Ford y Spencer Tracy, que narraba la última campaña de un político veterano y encantador que era derrotado por una nulidad, pero que era apoyado por la televisión que venía a vencer a todas las tradiciones políticas como los mítines, los desfiles, el conocimiento personal de las gentes, en fin, todo el folklore de la vieja democracia.

Esta película sonriente, pero melancólica resultó horrorosamente profética de lo que estamos viviendo en este mundo donde se ha impuesto la democracy norteamericana adaptada a los vicios nacionales. Esta nueva política mediática, carísima, mentirosa, abusiva, intrusiva, de profunda mala leche. Esta política que nos asediará, asaltará, atacará en los próximos tres meses para rematar (Dios así lo permita) en unas elecciones en las que México se juega tantas, tantas cosas.

Y digo que Dios así lo permita porque en el peor escenario a que nos enfrentamos podría no haber elecciones… ni democracia.

Llego a este tiempo de campañas lamentando ser pobre y no poder irme a unas largas vacaciones europeas, si posible en los Alpes suizos. Pero no, “aquí me tocó” como en la novela de Fuentes y a ver cómo me protejo de la tormenta de imágenes que se lanzará sobre el indefenso país. Una tormenta donde la prensa escrita es con mucho la más soportable y donde se refugian las escasas visiones críticas e inteligentes que analizan lo que está pasando, pero cuya presencia es mínima frente a la inundación radiofónica y televisiva, frente al ruido infernal y artificial de las campañas.

Esas campañas diseñadas ya no por los políticos mexicanos sino por “expertos” extranjeros como el tal Solá, representante de la peor derecha neofranquista española. Campañas que serán, en este año, particularmente sucias y donde Calderón —que no soporta la idea de dejar el poder— echará toda la carne al asador para perpetuar su guerra y su entreguismo.

Estas campañas donde una Iglesia católica triunfalista tras la visita de Ratzinger, que vino a dar la puntilla al laicismo, irá por todo porque sabe que el futuro no le es muy prometedor que digamos y que le urge apoderarse de la educación y asegurar que su brazo político, que es el PAN, elimine cualquier vestigio del liberalismo que en su nueva mentalidad afirma los derechos de los pobres, de las mujeres, de la minorías religiosas, étnicas y sexuales.

Se pone en marcha la obscenamente cara política electoral, se aprestan los mercachifles de las encuestas en las que no podemos creer, se preparan todos los golpes bajos y la manipulación tecnológica.

Me preparo a defenderme como pueda del horror que nos espera. Pondré discos en vez del radio y gracias a Dios que por ahí en la tele hay canales europeos donde no tendré que verle la cara a Josefina.