Ignacio Trejo Fuentes

Hace un par de semanas, el escritor y periodista Pablo Boullosa tuvo bien puestos los pantalones para hacer la denuncia de algo grave: dijo que habían recibido instrucciones “de arriba” para no poner a cuadro portadas de libros ni de sellos editoriales en el delicioso programa La dichosa palabra, en el que participa junto con otros colegas (Germán, Laura, Eduardo, Nicolás).

¿Puede usted creerlo? Yo no, e imagino que tampoco podrían creerlo la directora del Canal 22 ni su jefe de información: conozco su trabajo y apuesto a que ninguno de los dos podría perder la cabeza de ese modo. Pero “alguien de arriba” tuvo que ser. Alguien “tonto de la cabeza”.

¿No es cierto que desde hace tiempo el gobierno federal se ha rebanado los sesos para hacer que “los mexicanos y las mexicanas” (je je) lean? Porque se sabe que nuestros paisanos leen medio libro literario cada año (yo leo trescientos, y le hago la tarea a muchísimos). Y sí, las autoridades sensatas han programado innumerables ciclos para fomentar aquella bendita costumbre. ¡Y ahora un “tonto” (o tonta) de la cabeza sale con la orden de que en La dichosa palabra no se puede mostrar portadas de libros: éstos son la materia prima del programa!

¡Ah!, pero esa determinación (léase censura) no se aplica, hasta donde sé, a otros programas, como Noticias 22, que conduce Laura Barrera. ¿Unos rabones y otros coludos?
El tonto de la cabeza (o la tonta) alude que al enseñar libros se hace publicidad. Y es cierto. Pero no sabe el idiota (o la idiota) que de eso se trata: de hacer publicidad a los libros, a sus autores, a los editores: incentivar la lectura. Y qué mejor que la televisión.

Durante mucho tiempo he participado en programas de radio y televisión dedicados a las bellas artes, y sé del poder de los medios electrónicos para difundir la lectura. Una vez, Héctor Anaya y yo invitamos a nuestro programa de la xew a Carlos Montemayor. El autor me dijo: “Nacho, ¿quién nos va a escuchar en domingo a las 21:00 horas? A esta hora la gente mira televisión, se prepara para ver ‘La jugada’ o está en el cine. Además sigue La hora nacional, y todos apagarán sus aparatos”. Anunciamos al público que teníamos seis ejemplares del nuevo libro de Carlos a quien respondiera a la pregunta (en apariencia absurda) de quién había sido el arquitecto encargado de diseñar y construir la casa que, en la calle de Arenal, al sur de la Ciudad de México, donde están las instalaciones principales de conaculta. Más me tardé en contar lo último que las llamadas a la radiodifusora para contestar de manera acertada. Carlos Montemayor no podía creerlo.

Sugiero a la señora Consuelo Sáizar que corrija la desproporcionada orden del tal tonto (o la tal tonta) de la cabeza que censuró (no hay otra palabra aplicable) a La dichosa palabra. Y por supuesto que no le corten la cabeza al buen Pablo Boullosa (hermano de la novelista Carmen) por haberse fajado el cinturón frente a las cámaras para denunciar la aberración surgida de la “parte de arriba” de una institución que, además, pagamos todos con nuestros impuestos.