En sus ochenta años de edad, en Bellas Artes 

Mario Saavedra

Sin duda el artista plástico latinoamericano vivo más importante, Fernando Botero (Medellín, 1932) ha generado una estética que lo hace único e inconfundible, en su específico caso muy estrechamente ligado en su formación y su evolución al Renacimiento italiano que tenía en el dibujo y el tratamiento diverso de la figura humana uno de sus más significativos signos de identidad. Muy famosas son por ejemplo sus divertidas y elocuentes variaciones sobre clásicos tanto del arte italiano renacentista como del español barroco, sin perder de vista sus no menos ingeniosos trazos goyescos en torno tanto a la corte como a la fiesta brava. Humanista de vocación y por formación, la obra de Botero resulta polémica no sólo por su sui generis visión de la belleza, que tanto en la forma como en el contenido nos remiten a la trasgresión y a lo lúdico, a la ironía y el humor trascendentes, sino también por los temas que aborda y la manera de hacerlo.

Más allá de que se trate de un artista con un estilo muy definido, ya paradigmático, Botero ha sostenido igualmente su presencia protagónica por un espíritu siempre inquiero y propositivo. Un revolucionario dentro de la tradición, que en su particular caso implican permanencia referencial y movimiento incesante, esos fueron precisamente los rasgos definitorios de su amplia y variada serie sobre los conocidos e indignantes casos de tortura y humillación a prisioneros musulmanes en la cárcel de Abu Ghraib en Irak por parte de militares norteamericanos, en una de las más extensas y completas de toda su producción, y que en México tuvimos  la oportunidad de apreciar en el 2007 —en toda su magnificencia— en el Parque Fundidora de Monterrey, de cara a una crisis de violencia extrema que ha cubierto ya buena parte de la geografía nacional. Prueba notable de un creador en plenitud de facultades y un parte aguas en la carrera del artista colombiano, nos reveló además a un crítico ya rayano en el nihilismo (“nada o poco nos queda por hacer ante tales signos de barbarie”), si bien en diferentes etapas de su carrera abundan obras igualmente motivadas por su repudio y su desasosiego ante el tema de la violencia eterna y multiplicada en un país azolado por la guerra civil y el narcotráfico, por los paramilitares y las guerrillas, por la corrupción y la impunidad.

De regreso a un país en el que mucho se le admira y se le quiere, ahora ha venido a México a celebrar sus ochenta años de edad con una exhaustiva exposición suya en el Palacio de Bellas Artes, que por la cantidad, la variedad y la importancia de obra exhibida sugiere una especie de retrospectiva que vale tanto por lo que muestra como por su enorme significado al permitir una comprensión casi total de la evolución y la personalidad estética de uno de los más grandes artistas plásticos latinoamericanos de todos los tiempos. Escultura, óleo, acuarela, lápiz, tinta, usos mixtos, nos permiten reconocer la maestría de un artista que domina prácticamente todas las técnicas y se formó sobre las bases de un reconocimiento a fondo del arte clásico y la escuela moderna, entendiendo que la escuela renacentista representa, por su espíritu visionario e innovador, las simientes indiscutibles de la modernidad.

Pero me sigue cautivando sobremanera el dotado dibujante que con los menores y más primarios elementos construye obras de excelsa belleza, auténticas filigranas con las cuales el poeta-pintor consigue tocar nuestras fibras más profundas, y que por tener un peso específico en Fernando Botero trasciende notoriamente al escultor, al pintor, al acuarelista. Qué duda cabe entonces que el dibujo es el origen y la base, y que aun grandes coloristas o constructores de atmósferas sin ese don han mostrado una limitación que siempre termina por pesar y hacerse notoria, sobre todo en tantos que han ido a engrosar la cada vez más laxa superficie del hoy por demás democrático arte abstracto. Un gran salto en la historia del arte, levantado sobre la valiosa impronta de grandes creadores que después de haberlo recorrido todo con maestría imaginaron otros posibles espacios de búsqueda estética, al margen de la proporcional figura, desgraciadamente ha desembocado en sumaria charlatanería donde muchas veces se da gato por liebre, si bien el genio y el talento auténticos afloran a la vista de quienes se permiten mirar más allá de las apariencias.

Pero el talento y la maestría de Fernando Botero saltan a la vista en una muestra que si bien no cubre la totalidad de la producción de un prolífico creador, en cambio describe un itinerario completo con respecto a la poética y el recorrido de un poderoso artista plástico que alcanza sus ocho décadas de edad en plenitud de facultades, confirmando por qué ha sido uno de los más influyentes en las más recientes cuatro décadas. Paisajes, naturalezas muertas, autorretratos, ambientes y escenas de la vida colombiana (el fervor de la fiesta y los horrores de la violencia), homenajes y variaciones de otros clásicos, son algunos de los motivos que dan vida a la amplia y variada obra exhibida en esta extraordinariamente bien puesta exposición de Fernando Botero en la segunda planta del Palacio de Bellas, reflejo fidedigno de un notable artista plástico propiciador de un estilo tan vigoroso como inconfundible.

¡De Colombia para el mundo!