Suben los impuestos al trabajador

y se los bajan al defraudador.

 

Alfredo Pérez Rubalcaba/PSOE

 

 

 

 

Permite Hacienda pagar 10% de los adeudos


 

Regino Díaz Redondo                                                                                                              

Madrid.- El gobierno español acaba de descubrir la cuadratura al círculo y concedió amnistía a los defraudadores del fisco. Todo aquel que haya manejado dinero negro, eludido el pago de impuestos y ocultado ganancias en su declaración de la renta podrá rehabilitarse con pagar sólo el 10% de lo robado a Hacienda.

¡Bravo, mi buen…! Arregle sus cuentas, admita su culpabilidad pero arrepiéntase y le darán un certificado de ciudadano honesto y patriota.

Urgen millones de euros

Es con el fin de rescatar miles de millones necesarios para reducir el déficit público y cumplir con los requerimientos del Eurogrupo, ha dicho la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría.

La sociedad está a la espera de conocer al primer pecador que se presente dándose golpes de pecho, haga el mea culpa y prometa no volver a engañar el erario.

La economía subterránea acaba de recibir un golpe de muerte con tan imaginativa medida. Terminará la época del auge de las operaciones ilegales y desaparecerán los que han lucrado toda su vida, se enriquecieron y burlaron las leyes descaradamente.

Estoy seguro que ya hay colas de personajes millonarios frente a las oficinas de Hacienda para evitar que la Unión Europea declare a España en bancarrota.

Los paparazzi ­—cronistas de la prensa rosa—, políticos cómplices y curiosos se acercan para captar el sublime momento en que se extiendan cheques o se hagan traslados de bancos extranjeros por grandes cantidades. Aquello será un hervidero. Están apuntados cientos de periodistas para cubrir la información. Tan insólito acontecimiento se desparramará por Europa como un ejemplo a seguir, único en la historia del continente. Los depredadores se ganarán el reino de los cielos y recibirán palmadas de las autoridades.

He aquí una imagen de cómo los españoles somos únicos y acudimos para salvar a la nación, dice Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, que ya tiene preparado el discurso de reconciliación para leerlo ante miles de compatriotas, en un auditorio cuya escenografía está siendo elaborada por los más reconocidos expertos en el montaje de obras tragicómicas.

Se imprimen los folletos para distribuirlos entre los asistentes  con las heroicas biografías de los arrepentidos. Se han tomado close-ups de sus compungidas caras de sus beatíficas sonrisas, de sus gestos que invitan a la compasión.

De sus rostros serios, con aire de tristeza, piden conmiseración y perdón. Se mezclan lágrimas del público con apretones de manos y reconocimientos a granel.

¡Vaya, hombre, vaya, más vale tarde que nunca, admiramos su valor, señor X, y el suyo señor Z; no se preocupen, la historia los absolverá y serán imitados por las nuevas generaciones de engatusadores.

Todo olvidado

Los defensores a sueldo de esta innovadora decisión admiten que los evasores del fisco disfrutaron de lujos inmerecidos. Pero aseguran que eso ya está olvidado.

El mundo se asombra de este gesto tan spaniard y la hidalguía española brillará para atravesar mares y océanos, teñir de azules el horizonte, conmoverá a místicos y estoicos, la gente se juntará en familia para rezar y pedir que no haya castigos para nadie.

¿Quién no comete errores?

Lo valiente, lo admirable, es reconocerlo. Además, devuelven dinero que ya era suyo y esto es un triunfo. ¿Qué no hubo rebajas sustanciales? No, pero bienvenido parte del capital oculto. Vuelve a las arcas de España cuando nadie lo esperaba. Somos quijotes contemporáneos. Los Borgia han sido perdonados, los inquisidores modernos serán encomiados en el Diccionario de la Real Academia Española acostumbrada a decir la verdad, a limpiar conciencias y poner a cada quien en su lugar, en el púlpito de la gloria.

Pero el dinero golondrino permanece en los bancos extranjeros, en cuentas sin nombre y en clave, guardado bajo siete llaves, intocable y en aumento continuo.

¿Se investigará a los que tienen fortunas en paraísos fiscales o instituciones privadas que lucran groseramente?

¿Habrá quien pida informes oficiales de sospechosos de protagonizar la emigración de millones de euros a cuyos dueños debería extenderse también la amnistía para recuperar más caudales?

La primavera española se llena de optimismo y flores. La gente canta saetas al paso de los encapuchados, desencapuchados. En la pasada Semana Santa, muchos cargaron con vírgenes y santos como penitencia. Desde los balcones andaluces se escuchan cantos dolorosos. Los redimidos por Mariano Rajoy caminan arrastrando los pies, la cabeza baja y los bolsillos aún llenos, aunque menos.

Su proeza los salvó de la cárcel, de condenas impensables. Ellos no son asesinos ni ladrones; no han robado a nadie, sólo aprovecharon las circunstancias para enriquecerse. Aunque ahora devuelven migajas de lo que se llevaron y debemos de estar agradecidos.

Hay escépticos —nunca falta un negrito en el arroz—, individuos inconformes que ven estos actos como una burla a la integridad nacional. Ilusos, manifiestan en alta voz, tan alta como se les permite que es una demagogia y que alcanza niveles peligrosos.

¡Qué equivocados están!

Ellos insisten y se preguntan por qué, mientras tanto, suben los impuestos a los trabajadores, se despide a empleados sin razón; aumentan los parados, el mileurismo es una utopía y las colas son más largas ante las oficinas de empleo.

Otra vez no entienden. Vociferan, siembran  el descontento y la animadversión. En suma, viven en la absoluta irrealidad. Sepan que los 2 mil 350 millones de euros que piensa obtener el Estado por este concepto son para Bruselas porque hay que ser buenos chicos y cumplir con las órdenes de la troika.

Se agudiza la crisis

Abundan también los sorprendidos por el persistente cierre de tiendas e industrias, los recortes de personal en multinacionales y por la rebaja o congelación de sus raquíticos sueldos.

Y su injusta protesta sigue porque ven llenos los comedores públicos, los desahucios crecen y se ejecutan sin tregua. Los jóvenes no consiguen incorporarse a la sociedad. Cada vez nacen menos niños porque no alcanza para mantenerlos; las chabolas aumentan en número y en miseria; el narcotráfico toma calles y discotecas, centro de divertimiento y el peligro de asaltos se multiplica.

Los barrios seguros son menos, las violaciones crecen, el maltrato se apodera de las familias. El retroceso social es evidente y cotidiano.

No se oyen risas ni se desvelan sonrisas. Las agradables tertulias desaparecen, los amigos se distancian, la desconfianza mutua es mayor y el trato se endurece. Unos contra otros, sin motivo, sólo por si acaso.

El agobio económico se hace costumbre. La Unión Europea impone condiciones: austeridad pese al empobrecimiento.

¿Por qué es prioritario cumplir con las exigencias de los que mandan antes que fortalecer a la gente?

Hay insensatos que piden cambiar el sistema financiero internacional por otro más justo. Pero la reestructuración completa es considerada como herejía.

¿Quién se atreve a luchar contra el círculo vicioso que nos envuelve?

Criminalizar la protesta

Para redondear este panorama, ahí les va otra breva bien sazonada: los ministerios del Interior y de Justicia elaboran una ley para equiparar los castigos a terroristas con las quejas callejeras. Hay que aplicar la ley con el mismo rigor para ambas.

Los “subversivos” que toman la calle con pancartas y tiran piedras contra uniformados con pistolas, son tan peligrosos como los etarras y los yijadistas, sentencian los señores Jorge Fernández Díaz y Alberto Ruiz Gallardón.

Medalla de oro para ambos. Pasarán a ser referente indispensable de la democracia española.