Continente dormido

 La Curia ha asesinado

a la Iglesia católica.

 

 Graham Green

(Monseñor Quijote)

 


 

Regino Díaz Redondo                                                                                       

Madrid.- El continente está dormido y en poder de los halcones. Quienes le dieron vida e impulsaron se han ido o abdicaron seducidos por líderes ineficaces, sordos a los reclamos sociales.

El sueño maravilloso de la Unión Europea es ahora una pesadilla insoportable. Adiós al diálogo, olvido de sus principios, deterioro continuo y pérdida de peso en el contexto internacional.

 

Zombis y fantasmas

Los gobiernos de los 27 países están a la greña. El ambiente es casi un yermo donde la cosecha escasea. Sólo los zombis, fantasmas prefabricados, sobreviven para servir a unos cuantos.

La élite cobra caro sus favores y presta con intereses leoninos. Los periféricos, abrumados por sus deudas y derroches, ya no aguantan. Piden alivio, tiempo para salvarse. Pero no hay piedad. La respuesta es siempre la misma: admites tu culpa o te vas en este momento, rápido. Aquí no hay lugar para ti.

Estamos más divididos que nunca. En este territorio hubo guerras civiles y las dos mundiales; hambruna y millones de muertos, peste, fiebre amarilla, reyes tontos, curas inquisidores, locos peligrosos y naciones expansionistas que echaron más tierra a las cosas. Pero entre tanto desastre y perversidad, se oía siempre la voz de los humanistas que tuvieron espacios; los rebeldes, los inconformes, se fueron a luchar a los montes, entre las rocas de las playas; el pensamiento se agudizó y nació fuerte el anhelo de superación.

Llegó, se instaló y fue ejemplo y sostén de la solidaridad. Emergieron universidades, centros culturales, instituciones benéficas. Hubo comida y vivienda para casi todos.

La inteligencia y el trabajo duro sacaron de la miseria, reconstruyeron ciudades históricas; los jóvenes rompieron barreras ideológicas y físicas. La música de la libertad invadió todos los espacios, la esperanza fue bandera para dar paso a la moral. Cayeron gobiernos vergonzantes, imperios absurdos y la armonía sentó sus reales.

Ahora, el Tribunal Internacional de La Haya es casi una entelequia, un ente perdido entre la telaraña de viejos libros olvidados. Nadie lo toma en cuenta. Los líderes del macro consumismo se burlan de sus sentencias y saben que su fuerza es

sólo teórica y que sus condenas definitivas no acaban con los crímenes de lesa humanidad.

 

Hambre

Apenas nos llega el viento de la renovación. Es pasajero y no ocupa ningún sillón en los consejos administrativos.

Es un simple observador y, por lo tanto, carece de voz y voto.

Los diputados europeos aprueban las exigencias de Bruselas y supeditan las economías de sus países a los designios inalcanzables, dictados por un pequeño grupo de privilegiados.

El ser humano es fácil de manejar y presto a esclavizarse a cambio de un mendrugo.

El razonamiento —de alguna forma hay que llamarlo— toma partido a favor de la mayoría sin escrúpulos. El cerebro se cierra. Simula estar vacío, o lo está, para evitar agresiones. Prefiere seguir la corriente absolutista.

Hombres y mujeres en las aceras de las calles piden limosna, la mano extendida y la cara suplicante. Cada vez son más los resignados. Los que protestan disminuyen y se debilitan porque primero hay que saciar el hambre y luego vendrán las reivindicaciones.

La realidad se tiñe de negro azabache.

Los brotes verdes, que traen justicia, se esfuman. En los áridos campos, el ser humano llora impotente. Mira al cielo y no encuentra consuelo. Siguen las mulas arando las tierras y los tractores, regulares o malos, se venden para sobrevivir.

En las covachas donde habitan millones, la droga, la prostitución y la suciedad son los signos  identitarios.

Antonio María Rouco Varela, cardenal primado de España, visita, inmunizado de antemano, barrios paupérrimos, y cuál es su conclusión. Se limita a decir que “la catequesis disminuye”. Dialoga con un niño y le pregunta: “¿Sabes quién fue el Niño Jesús?”. El chiquillo, atento, responde: …“El hijo de la Lucía”. Se espanta monseñor y se aleja avergonzado.

Izquierda, derecha, comunismo, capitalismo, igualdad, democracia, derechos humanos, libertad, respeto al prójimo, amistad y convivencia, son términos que se pierden en la memoria. Se convierten en palabras vanas, anacrónicas, abandonadas a su suerte. Un concepto nuevo crece imparable: para alcanzar el poder se utiliza a los esclavos como escalones o se construyen elevadores con las costillas de los pobres diablos que no supieron adaptarse a los nuevos tiempos.

 

Continente deshilachado

Argamenón, insufrible; Séneca, el español-griego, ilegible; los clásicos, a la hoguera. La tradición se cambia de ropa en las pasarelas de la moda. La historia comienza a reescribirse. Los asesinos del pasado son “generales valiosos”, salvadores de religiones  y reguladores del orden.

Duele, afecta mucho, vivir en un continente deshilachado, sin rumbo, ridículamente soberbio, que se hunde en el pantano de la codicia. No tiene suficientes fuerzas para enfrentar un presente podrido y un futuro desolador. La red nerviosa que nos corre por la espalda produce cosquilleos y escalofríos. Las vértebras de la sociedad tienen osteoporosis incurable.

Una siesta es interminable, insulta a las conciencias. La ideología positiva desaparece, corre y huye despavorida.

De los democristianos es la hegemonía, nuevo rincón resucitado por animaluchos insufribles y avaros. Las repúblicas y los regímenes políticos de cualquier orden son peleles de caprichos totalitarios. Diputados y senadores modulan su lenguaje en época de elecciones y, después de recibir el apoyo en las urnas, sacan el chicote y apalean sin miramientos.

Dignidad y ética han perdido color y sustancia. Las instrucciones vienen de arriba, verticales, inapelables. Te rindes o te apachurran.

Los debates políticos serios escasean, el pensamiento molesta; razonar es teoría ineficaz.

La paz llora solitaria y camina sin abrigo por las estrechas calles que le permiten los poderosos. A veces, se esconde. Inclusive, reflexiona… ¿estaré equivocada…?, se pregunta.

 

 

Los desorientados tiemblan y se autoincriminan. Están frustrados, sus principios no sirven. Cuando los ponen en práctica, la decepción es mayor.

La moral es un manjar en subasta. La compra quien más paga en la puja millonaria. Todo tiene un precio caro, cada vez más caro. La ostentación es señal de buena salud y los enfermos son los viciosos, ilusos convulsivos, que no entienden cuáles son las reglas del juego.

El progreso se sumerge en sueños guajiros, vergonzantes.

Los molinos de viento vuelven a ser otra vez los valladares contra los que se estrella la hidalguía de Don Quijote.

El optimismo, a veces esquivo, intenta abrir puertas y tumbar mezquindades, pero la enfermedad endémica no puede ser erradicada.

Frente a este panorama, intentemos amar al prójimo y extender los valores éticos. Logremos, o luchemos, porque los grupos visionarios consigan unir a las naciones para alcanzar un destino común basado en la igualdad y el respeto a derechos y deberes.

Creamos que esta aspiración debe consolidarse en la práctica para admiración y el aplauso externos.

Es cierto, el paraíso no existe, pero evitemos que se aleje y esconda.