Indiferencia, del cineasta británico Tony Kaye

Mario Saavedra

En contraste con películas esteticistas si acaso movidas por la nostalgia de un ayer perdido como la multipremiada El artista, de Michel Hazanavicius, y Hugo, de Martin Scorsese, ambas en derredor de los orígenes del séptimo arte, han aparecido otras hermanadas por una visión más desoladora de estos tiempos tan particularmente convulsionados que nos ha tocado vivir.

De frente a un mundo que pareciera precipitarse sin remedio al abismo, cintas tan actuales y estremecedoras como La mujer que cantaba, del canadiense Denis Villenueve, Hablemos de Kevin, de la escocesa Lynne Ramsay e Indiferencia, del inglés Tony Kaye, al margen de que toquen temas en específico diferentes, coinciden en su visión angustiada y casi nihilista de una existencia atribulada.

Del mismo director de Historia americana X, Tony Kaye nos ofrece con Indiferencia (Detachment, Estados Unidos, 2011) un retrato a la vez estilizado y devastador del sistema educativo norteamericano, de sus mayores vicios y perversiones. Y lo hace a través de la mirada sensible de un joven profesor angustiado ante la indolencia de sus colegas y la propia sociedad que acaso asisten como meros espectadores pasivos          —cuando no son cómplices o verdaderos verdugos— a la tragedia de sus frágiles alumnos olvidados a su suerte, perdidos en la ruta de un sueño americano que termina por devorarse a sí mismo.

Casi estoico, esta especie de padre sustituto se ve erosionado por la vida de tres mujeres que inciden en su visión de la existencia: una creativa y sensible estudiante frustrada por su aspecto físico que choca con el estereotipo predominante, una compañera de trabajo incapaz de ver más allá de sí misma y una apenas adolescente drogadicta que se prostituye.

Una cinta nada fácil por lo que aborda y la manera de hacerlo, ambiciosa tanto en el terreno ontológico como en el formal, propositiva lo mismo en el campo de la complejidad de la vida mostrada aquí sin eufemismos como en el de la estética en el cual arriesga con sobrado dominio de los distintos recursos cinematográficos, Detachment oscila con solvencia entre el relato de ficción y el documental.

Y si el discurso aquí no es propiamente lineal, con el uso recurrente del flashback como testimonio de una memoria igualmente dislocada y la cámara como reflejo de la mirada inquieta del protagonista/cronista convulsionado por cuanto vive en primera persona, también resulta novedoso el montaje que incluso entremezcla pequeñas animaciones realizadas en una pizarra con tiza a modo de transiciones o cambios de secuencia o de ritmo, recordando el primer medio publicitario del que proviene Kaye.

Más cercano a la escuela naturalista que a la simple exposición del problema, el realizador recurre a la vivisección para conseguir la reflexión y la agitación emocional, un estado de incomodidad que los propios personajes logran transmitir al espectador atento y sensible ante una feroz realidad frente a la cual también llega incluso a asumir algún fragmento de culpa o al menos de complicidad porque, como dice el dicho, “el que caya, otorga”.

Y el manejo a veces descompuesto y hasta molesto de la cámara sugiere ese hastío de quien observa atento cuanto pasa a su alrededor y lo menos que puede es permanecer precisamente “indiferente” ante una brutal realidad que empuja a las nuevas generaciones al precipicio, porque las llamadas exigencias culturales de la época son cada vez más ásperas y los menos consiguen superarlas con éxito.

Muchos podrán tildar al Tony Kaye de Indiferencia de fatalista, pero en realidad disecciona la desafección de todos los involucrados en el proceso formativo estadounidense (gobierno y sistema educativo, maestros, padres, sociedad en general) para tratar de crear consciencia en que si no se atiende a las generaciones en desarrollo, a los niños y a los jóvenes, no podrá existir futuro halagüeño posible.

Y esa desafección generalizada es a la vez causa y efecto dentro de un círculo vicioso de cuidado, que debe atenderse de inmediato y a fondo, como lo aquí planteado por el documental De panzazo en el cual se exhibe a un sindicato y una lideresa voraces y a un gobierno débil.

Una estupenda película en todos los rubros, profunda y comprometida, inquietante por el grado de sordidez de la realidad que aborda y muestra con fino escalpelo, Indiferencia cuenta además con un espléndido reparto que encabeza el  extraordinario actor (ya premiado justamente con El pianista de Roman Polanski) Adrien Brody, quien da vida al maestro de literatura en crisis por cuanto viven sus frágiles alumnos.

Lo secundan nombres de peso como James Caan, Marcia Gay Harden y Lucy Liu, y como las mujeres que alteran la vida del sensible y conflictuado profesor, en tres distintos ritmos y tonalidades, Christina Hendricks, Sami Gayle y Betty Kaye, por cierto hija del director.

Película que deber verse por varios motivos, por sus incuestionables aciertos estéticos y técnicos, por su manera de profundizar en una problemática que tiene en jaque al país más poderoso del mundo y de la cual por desgracia no estamos muy alejados, con las propias variantes locales de abandono y corrupción, Indiferencia de Tony Caye es una de esas cintas obligadas por cuanto motivó su hechura y por su valiosa propuesta como documento cinematográfico hecho por un realizador con oficio.