Ignacio Trejo Fuentes

Novelas como Señorita México, Uno soñaba que era rey, El miedo a los animales, El seductor de la patria, Ángeles en el abismo y Fruta verde; los libros de cuentos Amores de segunda mano y El orgasmógrafo sitúan a Enrique Serna (Ciudad de México, 1959) en la cima de la narrativa mexicana. La sangre erguida lo confirma.

La novela, cuya trama se ubica en Barcelona, tiene como protagonistas al mexicano Bulmaro Díaz, al catalán Ferrán Miralles y al argentino Juan Luis Kerlow. El primero es un ingeniero que abandona empleo, familia y país para seguir las nalgas de una cantante de cuerpo espectacular; el segundo es un oficinista que descubre la sexualidad casi al cumplir los cuarenta años; y el tercero es un actor de películas pornográficas en franco declive. A los últimos los emparienta el gravísimo problema de la disfunción eréctil, aunque por motivos distintos. El mexicano se dedica a vender viagra.

El trío anda por la maravillosa ciudad arrastrando sus penas y conflictos, y nos meten en ellos de manera contundente: vivimos sus terribles experiencias, los entendemos y nos compadecemos, somos parte de ellos. Son locos de atar: uno de ellos es encerrado en un centro psiquiátrico, otro en la cárcel. Y atestiguamos sus devaneos eróticos, más bien sicalípticos. Cogen de manera desenfrenada, enfermiza, con la mujer que se les ponga enfrente, joven o vieja, fea o primorosa (el mexicano es el único fiel: su enculamiento de la cantante lo maniata). Hasta que llega la impotencia sexual, que para ellos es el fin del mundo.

Y todo es contado por Serna con su acostumbrado tono despiadado, no tiene miramientos para desnudar a los protagonistas y machacarle las heridas, por eso su novela es una tragicomedia, sello personal del autor. En La sangre erguida (título tomado de un verso de Juan Rejano) no hay lugar para las distracciones argumentales, todo es llano, concreto; las acciones se suceden en medio del vértigo, y nos obligan a pensar en lo que nosotros haríamos si estuviésemos en el pellejo lastimado de aquellos tres. A mí me encantaría tener ese poder de seducción, pero no pagar las consecuencias.

Enrique hace que los protagonistas hablen como mexicano, catalán y argentino que son, aunque no soy quién para detectar algún yerro en ese sentido. Y me encanta el “paseo” constante por Barcelona, porque no es la urbe turística sino el nudo abigarrado que los forasteros no podemos conocer cuando estamos allá. La ciudad está viva, lo mismo que los personajes de la novela (aunque en realidad estén agonizando).

Como en sus libros anteriores, Serna muestra y demuestra un profundo conocimiento de la psique y el espíritu de sus criaturas, lo que le permite despedazarlos a placer, hacerlos víctimas del sarcasmo, de la ironía, sin que eso conlleve tintes morales (o moralinos): son así porque ellos fraguaron su propio destino despiadado. Para los varones (y creo que en consecuencia para las mujeres) la impotencia sexual debe ser lastre mayor, y el escritor lo despliega en forma mayúscula. Serna no se anda por las ramas, cuenta lo que debe contar y de la mejor manera: sus personajes no son caricaturas, aunque de todos modos nos hacen llorar.

Enrique Serna, La sangre erguida. Seix Barral, México, 2010; 326 pp.