Estreno de Horacio Franco
Mario Saavedra
Contemporáneo de Johann Sebastian Bach, Georg Friedrich Händel (Halle, Alemania, 1685-Londres, Inglaterra, 1759) aparece como otra de las grandes figuras indiscutibles del barroco musical, y a diferencia de su compatriota quien prácticamente permaneció toda su vida sin salir de Alemania, el autor de El Mesías completó su formación a lo largo de sus muchos viajes por Europa como dotado violinista y clavecinista.
Figura indispensable también del género lírico que con él vivió uno de sus momentos más gloriosos, sobre todo a partir de su larga permanencia en Inglaterra donde se modificó la grafía de su apellido por Haendel, su carácter cosmopolita enriqueció marcadamente su obra, a partir de su primera larga estancia en la Italia que dominaba sobre todo el terreno operístico, de la mano de Alessandro Scarlatti que mucho influyó su estilo melódico.
A los pocos meses de haber llegado a Londres estrenó su primer gran éxito operístico Rinaldo, obra en tres actos con libreto en italiano de Giacomo Rossi, a su vez a partir del poema épico contrarreformista Jerusalén liberada, de Torcuato Tasso, de 1593. Fue tal el triunfo de ésta su primera obra lírica escrita y estrenada en tierras inglesas, en el Teatro de la Reina Haymarket de Londres en 1711, con el famoso castrato italiano Nocolò Grimaldi a la cabeza del reparto, que pocos años después sería nombrado director de la Royal Academy of Music, ópera fundada por algunos nobles —con el fin de revitalizar el género musical inglés— con la que Haendel tuvo la suerte de viajar por buena parte de Europa tras la búsqueda de compositores y cantantes para futuras producciones. Por esos años escribiría otras de sus óperas de mayor trascendencia, como Julio César y Rodelinda, pero como el propio público local empezaba a considerar el modelo italiano como agotado, tras la búsqueda de una ópera verdaderamente nacional, ambos títulos fueron recibidos con cierta frialdad.
De vuelta al oratorio, a lo largo de la década de los treinta consolidó su prestigio musical con otras obras notables en el género orfeonístico, con tal popularidad que muchos de estos títulos eran representados sin su consentimiento (no había entonces ley alguna de protección a los derechos de autor); fue tal el abuso de los plagiarios, que el autor se vio en muchas ocasiones obligado a hacer notorias modificaciones a sus originales, para poder reestrenarlas él mismo y atraer así la atención del público. Esos fueron los casos por ejemplo, según su biógrafo Romain Rolland, del oratorio dramático Saúl y del épico coral Israel en Egipto, y más tarde de Baltasar, los tres con textos en inglés de Charles Jennens, con quien también escribiría el celebérrimo Mesías.
Nuestro paladín por excelencia de la música barroca, algo así como nuestro “Jordi Saval”, el extraordinario músico y promotor Horacio Franco ha aprovechado su año sabático en el Conservatorio Nacional de Música con la concreción de un proyecto largamente acariciado, el estreno en México precisamente de la más célebre ópera de Haendel: Rinaldo. Con alumnos del Conservatorio y la Capella Barroca de México, antes Capella Cervantina, el notable flautista ha hecho así énfasis en el absurdo de por qué en este país no se había pensado hasta fecha —a tres siglos ya de su triunfal estreno mundial en Londres— en una obra que es prodigio de escritura musical, pletórica de hermosas y efervescentes melodías, magistral por su exigida y a la vez brillante línea de canto, con no pocas de las más famosas arias de Haendel, entre otras muchas, por ejemplo la celebérrima “Lascia ch’io pianga”.
Complejo examen vocal que en buena parte explica el porqué de la escasa presencia de este repertorio tanto en los escenarios del mundo como en el terreno discográfico, Horacio Franco ha puesto aquí nuevamente a prueba su talento musical, su profunda sapiencia en un terreno en el que ha venido haciendo escuela, su contagiosa pasión por un arte y un repertorio dentro de los cuales se ha ganado un prestigio indiscutible. Y si bien su idea original era presentarla con todas las de la ley, con una producción que cubriera todos los rubros implicados, y en el 2011 en que se conmemoraba el tercer centenario de su estreno (en sentido estricto, él ha echado más bien mano de la segunda versión integral de 1731, pues las acostumbradas al menos en el terreno discográfico son pastiches de ambas), se ha postergado un año y lo ha hecho en versión concierto, si bien con vestuario y hasta maquillaje.
Y lo ofertado ha sido más que decoroso, con un sobresaliente trabajo de la orquesta que bajo la dirección de su titular se ha destacado por el colorido y la limpieza de su ensamble, con músicos perfectamente compenetrados con este repertorio y una partitura que constituyen una auténtica especialidad. Y otro tanto habría que decir de lo logrado por el maestreo con sus alumnos, en una endiablada línea de canto que implica un verdadero examen y prueba de fuego para cantantes profesionales, y que la mayoría de estas todavía jóvenes voces ha sacado con favorable calificación, con recursos y carreras que habrá que seguir de cerca, sobre todo aquellos que tuvieron el compromiso de interpretar los roles más exigidos, como la mezzosoprano Paola Gutiérrez, o las sopranos Yamel Domínguez, Betsy Urdapilleta, Nayelli Acevedo; un caso aun más singular es el del contratenor Gamaliel Reynoso, tesitura no muy frecuente sobre todo en México, y con la que este joven destaca sobremanera por la belleza de su color y el volumen de cuerpo de su emisión.
Esta nueva y solvente empresa artística y académica de Horacio Franco, secundada por otros no menos entusiastas promotores como Arturo Plancarte, vuelve a poner el dedo en la necesidad de que nuestros ámbitos musical y belcantístico abran su espectro de interés, en este específico caso con respecto a un repertorio barroco que por su riqueza y su diversidad, por sus requerimientos y exigencias, debiera convertirse en materia obligada de formación de músicos, cantantes y público. El Rinaldo, de Georg Friedrich Haendel, es un claro ejemplo de ello.
