La España de Mariano Rajoy

Me siento objeto de una hostilidad implacable.

Una familia lejana, de Carlos Fuentes

 

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Si cambiar de opinión es de sabios, no es el caso del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, porque lo que hizo fue mentir con promesas que no cumpliría. Nadie, ni siquiera él, pudo desconocer la situación de emergencia que nos atenaza desde hace mucho. Luego, engañó a sus votantes para llegar a la Moncloa.

Eso se llama hipocresía y cinismo. No es políticamente honesto. Ahora, agobiado por la culpa, desparrama cachaza para justificar las amputaciones al gasto público y a la economía de los trabajadores para convertirse en un fiel servidor de los requerimientos de Bruselas.

El pariente pobre

Se doblega don Mariano hasta la humillación para conseguir que se le escuche en la Unión Europea aunque ninguna de sus peticiones han sido tomadas en cuenta hasta ahora.

Su peregrinaje por París, Berlín, Estados Unidos y Bruselas ha sido la del pariente pobre que solicita ayuda para sobrevivir. A trancas y barrancas, persigue a la canciller alemana Angela Merkel y a sus adtáleteres para tener, cuando menos, una plática informal. Solo, en un yate alquilado en Chicago, logró charlar con la jefa alemana. El encuentro fue informal como en un pic-nic programado por un grupo de turistas que descansaban de la política para echar una cana al aire.

Rinde tributo a la ultraderecha, hiere la libertad de expresión, coloca a sus dogmáticos en los informativos de RTVE, reduce la pluralidad noticiosa y vigila a los periodistas para cambiar su imparcialidad en un instrumento a su servicio.

Para este gobierno progresista hay que eliminar todas las tendencias de “adoctrinamiento ideológico”. Es decir, la praxis política del silencio se lleva a extremos con el fin de fichar como delincuentes a los que protestan contra los recortes.

Obedece, sin rechistar, órdenes de afuera; se rinde ante la globalización y califica de violentos a quienes se rebelan contra la serie de medidas adoptadas que lesionan y empobrecen a las clases medias.

La suástica y el fascio se unieron en matrimonio y tuvieron dos hijos: uno tonto pero dócil y manejable y, el otro, la oveja negra de la familia al que hay que vigilar de cerca para que no rebase los límites establecidos por el Partido Popular que puedan afectar al Estado de derecho, ya casi agotado.

Si alguien se pasa de la raya y araña el sistema es preciso borrarlo, condenarlo a prisión perpetua y arrancar de raíz la mala semilla.

Porque si queda algún rastro, envenenará el ambiente con anacrónicas manifestaciones subversivas, huelgas y cuestionamientos “irracionales” que atentan contra el titánico esfuerzo que hacen los populares y sus simpatizantes del resto del continente.

De los nazis y el soviet, teorías fracasadas por imponer el totalitarismo en el mundo, nacen los intachables protagonistas de la economía actual.

Vivimos en un ambiente de consternación. Estamos desorientados, sin brújula, a la deriva y a expensas de un grupo minoritario que nos cree masoquistas.

En Estrasburgo los líderes de la Unión Europea sonríen piadosos ante nuestras escasas neuronas.

Quejarse en España es antipatriótico y quien lo hace pasa a engrosar las filas de posible delincuente, sujeto a investigación policíaca.

Desaparece la Ley para la Educación de la Ciudadanía porque atenta “contra las buenas costumbres”. Borra el derecho de las personas a defender sus inclinaciones sexuales, castiga los abortos y a los alborotadores y multa a la chusma que altera el orden con huelgas generales perjudiciales los intereses de los que mandan.

Regresa el pasado

La televisión pública, imparcial desde 2005, deja de serlo. Los tertulianos y directores de noticiarios son vigilados de cerca —aún no hay censura previa— y los conservadores de siempre invaden los coloquios con prepotencia y soberbia.

Se analizan imágenes, frases, comentarios, tiempos de duración de cada secuencia e, inclusive, el énfasis que los presentadores dan a sus palabras y preguntas.

Reviven viejos sectarios que lucran apoyándose en la democracia en pañales y nunca practicada por los actuales funcionarios.

El pasado regresa con cajas destempladas; sus representantes se apiñan, forman grupos de poder omnímodo e imponen la ley a su libre albedrío.

El periodismo empieza a ser encadenado; desaparecen programas incómodos al régimen, se castigan los presupuestos destinados a mantener la independencia de criterio. El cotilleo y la vulgaridad invaden los informativos. Se restringe la presencia de personajes importantes en algunos programas como es el caso de Los Desayunos que dirige Ana Pastor.

La otrora caja boba le da más circo a la gente y la manipula hasta convertirla en una informe masa con cara de tonta.

Se alaba el pensamiento único; supeditan a los analistas y les exigen obediencia partidista.

La inteligencia es cuestionada si no se ajusta a los cánones reales y lo racional pasa a un segundo plano, oscurecido por la imposición de expertos en doctrinas de la fe.

Esperanza y caridad son términos obsoletos y los dogmas moneda de circulación corriente.

España está envuelta en una gran crisis, sí, pero aumentada y corregida por un gobierno sordo a los reclamos sociales, amigo del inmovilismo, pragmático a más no poder y asustado por la inteligencia que lo censura con argumentos irrebatibles. Por ello, hay que enterrarla y el que venga atrás que arree.

Desecha el Partido Popular, con la complicidad de CIU, el Impuesto de Bienes Inmuebles a las miles de propiedades de la jerarquía católica y mantiene el mismo subsidio de casi 7 millones de euros a la Casa Real “porque es el más bajo del que se otorga a las demás monarquías de Europa”.

Preguntado por el pago del gravamen, el cardenal primado de España, Antonio María Rouco Varela, expresó, contrito, que afectaría las labores de Cáritas y que desde luego no es una medida adecuada en estos momentos de crisis.

Los ministros se cansan de repetir que sus decisiones son avaladas por la mayoría de los votantes el pasado 20 de noviembre. Este pretexto comienza a ser el estribillo de una canción popular.

Soltar la polilla

Algo insólito acaba de ocurrir: la Asociación Nacional de Rectores —57 en toda la nación— decidió rechazar la invitación que el ministro José Antonio Wert les hizo hace poco. Se negaron públicamente; lo dieron a conocer porque afirman que, de antemano, se les advirtió que nada cambiaría en la nueva ley sobre la enseñanza.

El responsable de nuestra cultura oficial le restó importancia a tal acontecimiento. “¿Cómo es posible que no quieran escucharme?… me parece  que se atenta contra el diálogo y la seguridad de los colegios de estudios superiores”, exclama, con falso enfado, tan ilustre personaje.

La verdad es que los tijeretazos a los presupuestos destinados a los centros de docencia eran, hasta este momento, inimaginables: se despide a un gran número de catedráticos, a otros, les rebajan el sueldo y se elevan las cuotas de inscripción para los jóvenes que desean continuar sus estudios en organizaciones públicas.

En cambio, se privatizan colegios y se privilegia a las universidades con sesgos inequívocos de adoctrinamiento neoliberal.

No paran ahí don Mariano y sus ministros. Archivan denuncias evidentes por los crímenes cometidos por el franquismo durante la contienda civil y la posguerra. Fueron ejecutadas 140 mil personas sin juicio premio y al vapor.

Vuelven las manifestaciones de la Falange a las calles de ciudades y pueblos; resucitan, ufanos, alcaldes pro-fascistas en Garinoain, Navarra, por ejemplo, y recupera bríos la derecha española de esa región, encabezada por Nieves Ciprés. Rafael Ripoll, concejal de Alcalá de Henares, protagoniza actos para recordar al Caudillo y vuelve el comentario de que “con Franco vivíamos mejor”.

Pero, ¿cuál crisis para la jerarquía católica que mantiene y aumenta sus privilegios?

Nos vendría bien una sacudida importante para soltar polilla y que la gente transite de la pasividad a una actitud activa y reclamante.