Intermedio absurdo
Guillermo García Oropeza
Una de las cosas más absurdas y desesperantes del sistema político mexicano es ese largo y vacío periodo que se da entre la elección del candidato presidencial (o de gobernadores) y la toma de posesión del nuevo equipo de gobierno. Ese interminable tiempo entre el primero de julio y el primero de diciembre en el caso presidencial o en algunos casos como Jalisco en que el intermedio se prolonga tres meses más en incrementado absurdo.
Y esto contrasta con lo usual en otros países como Estados Unidos, Rusia o en el reciente caso del cambio de poder francés en que Nicolas Sarkozy le dejó el timón a François Hollande, quien a los pocos días de su elección ya estaba comenzando a trabajar en Berlín con lo de la vital alianza franco-alemana. Yo ignoro desde cuándo se da en México esta solución, muy en nuestro estilo nacional de este “espérame tantito” o de esta salida a comer incluyendo siesta entre un mandatario y otro. Lo cierto es que algo que debe ser cambiado a la brevedad posible es ese vacío intermedio especialmente desesperante para el presidente saliente, que sabe que ha perdido si no toda su fuerza real sí una buena parte de ella, y que de acuerdo con nuestro ingrato sistema político ya no impresiona ni a los encargados de la limpieza de Los Pinos ni del Palacio Nacional.
Todos los que hemos tenido un puesto público, así sea de lo más modesto, sabemos lo que es ser ignorado por aquéllos con los que según nosotros nos habíamos portado bien pero que ahora ni volteaban a vernos. Y así los presidentes, gobernadores o alcaldes que eran adulados como infalibles se convierten en lo que los gringos llaman un has been, es decir “un muerto que anda”.
Supongo que el mandatario que va para afuera siente la gran tentación de no dejar el poder sobre todo como en el caso de Calderón, que según dicen por ahí en una comida de altos panistas en Querétaro le salió del alma decir que él “no iba a ser el Zedillo del PAN”, el que entregó el poder a la odiada oposición, a esos priistas que con tanto desprecio miraba cuando estaba en el Congreso.
Aunque, claro, a los profundos sentimientos hay que oponer el pragmatismo o, idealmente, las buenas maneras democráticas como ésas que llevaron al mencionado Sarkozy en su discurso de despedida a regañar a alguien que había insultado al ganador Hollande cuando dijo que nadie en su presencia podía criticar a quien habían elegido democráticamente los franceses. ¡Chapeau, Nicolas!
Aunque me temo que tanta belleza no se dé en nuestro México y en este tiempo en que la debacle del PAN le duele hasta el alma a nuestro visceral presidente, que sabe que la historia lo calificará como el que acabó con el sueño panista, así que se nos muestre en los medios como un estoico héroe de Plutarco, como un madurísimo demócrata, algo que nos parece demasiado bonito para ser verdad.
Y eso lo tendrá que vivir el “señor presidente” por los ciento cincuenta días del absurdo tiempo de nadie de nuestro sistema. Le deseo que la prueba le sea leve y que no caiga en ninguna tentación. Amén, Jesús.
