Concede la Unión Europea rescate de 130 mil millones de euros
Regino Díaz Redondo
Madrid.- A España le prestarán una parte de las 130 mil millones de euros aprobados por la Unión Europea. ¡Qué bien! A nadie le amarga un dulce, sobre todo si de dinero se trata. Pero… —siempre el pero endemoniado— el crédito viene del Fondo de Rescate Comunitario y condicionado a que el gobierno vigile que los bancos cumplan y exige al Estado que sea garante de cualquier desliz o mal uso del crédito.
La carta que Mariano Rajoy se negó a firmar pero que lo hizo —y recontrahizo— es un compromiso en toda regla. El documento en poder de Bruselas es la garantía inequívoca de que las finanzas públicas están y seguirán intervenidas por expertos economistas extranjeros, cuya misión es revisar las cuentas de las instituciones crediticias, avisar y reclamar el pago de la deuda si ésta no es cubierta a tiempo y modo de los deudores.
Lo demás es un engaño —bendito engaño, dicen los de siempre— que lesiona gravemente la soberanía nacional. ¿Qué otra cosa puede hacerse?, se pregunta el equipo de Mariano Rajoy. Era aceptar las condiciones o morir de inanición. Ni éste ni el premier italiano, Mario Monti —ambos marianos y abnegadamente religiosos— perdieron la batalla.
Lo conseguido está pactado desde hace meses y sólo se esperaba recibir la petición formal y por escrito de España.
Así fue. Es una farsa que el capital vaya directamente de banco a banco porque, además, los que revisarán la inyección monetaria son precisamente los nacionalizados, entre ellos Bankia, La Caixa, Caja Galicia y otras que gestionaron mal las inversiones de los ahorradores y están en quiebra bajo vigilancia oficial. El Banco de España, bien gracias, no dice ni hace. Se mueve con discreción, timidez o susto, y sus directivos se volvieron sordos de repente.
Que ahí viene el lobo
Los mercados, menos susceptibles a los embustes, quizá porque ellos son los autores, no se creen nada. Las primas de riesgo alcanzan niveles históricos y las bolsas de valores hacen piruetas en una montaña rusa que tiene más de 60 años y no ha sido revisada.
Cierto es que aliviará nuestra triste y acongojada economía y da la impresión que empezamos a respirar. Lo hace, sí, pero con aire ajeno, cuyos grifos pueden cerrarse en el momento en que no obedezcamos los dictados unitarios.
¿Quién puede creerse que la ayuda vendrá directamente sin la intervención del Estado? Seguro que muy pocos y ¿cuánto durará la alegría para transformarse en reclamo imperioso?
Además, hasta hoy, no hay noticia. Todo es un refrito que repite el gobierno a la deriva. La urgencia del rescate —ahí viene el lobo— es ya una petición de auxilio angustiante.
El pontevendrés exclama por todos los rincones —bastante tiene el hombre con cargar con su colega romano— que ya no se puede aguantar más.
Las medidas inmediatas no llegan. La burocracia y la lentitud de la Unión Europea son evidentes. Hay un estira y afloja entre sus dirigentes, muchas cabezas y pocos sesos. O neuronas que no se entienden por egoístas y convenencieras.
Desgraciadamente no habrá “línea de crédito”, como dice el Partido Popular, sino hasta después. Si se aprueba la rapidez con que se canalizará será, paradójicamente, lenta. Llevará semanas y, ojalá no, meses.
El Estado español tendrá que firmar más cartas para reiterar su respaldo económico al que no pague a tiempo. Alemania gana otra vez. Ahora no se trata de evitar los eurobonos, ya descartados como Angela Merkel desea; es preciso reforzar, apuntalar aún más las estructuras neoliberales. Apuntalarlas para dejar santo y seña de la civilización del casino global. Eso sí, con más edificios altos, modernas vías de comunicación, flamantes Eurovegas. Ni China, Egipto, ni Grecia y Roma. Nuestro presente será un pasado glorioso, ejemplar, que facilitará el trabajo de historiadores, antropólogos y arqueólogos.
Por lo pronto, y antes de ser referentes del pasado, es conveniente preguntar: ¿qué son los mercados y quiénes están atrás de ellos y por qué alteran el ritmo cardiaco?
Acostumbrados a mencionarlos, es seguro que tienen nombres y apellidos, verdaderos o inventados, pero los mueven personas conocidas, élites insaciables. ¿Por qué no investigamos? ¿Será muy difícil quitarle la capucha a unos cuántos?
La palabreja, convertida en dogma, es un ente bautizado por los oligopolios financieros, con personajes reales que se confabulan. Metamos el dedo en la llaga y ahondemos para ver quién mueve los hilos. ¿Es imposible? Quizás, pero intentémoslo.
Impidamos que unas cuantas monedas sellen nuestras bocas y nos orillen a la resignación y el sufrimiento; que la depresión ceda el paso a la rebeldía pacífica, pero invencible.
Los brokers se mueven también al compás del falso bienestar. ¿Realmente cuál es la misión del FMI? Seguro que fue creado para administrar el dinero de los grandes consorcios y dar y quitar a su antojo. Pide dinero y lo distribuye según su conveniencia. ¿Qué organismo independiente lo supervisa?
¿Por qué nunca se detectan malos manejos en los bancos multinacionales y en los consorcios a gran escala? La desaparición de Lehmann & Brothers fue para calmar algunos bolsillos cuyos dueños iban a ser investigados. El señor Maddox, con su burdo imperio, fue a la cárcel. Es el único rehén, el que pagó el pato. Muchos lo sabían: su negocio era piramidal como se hace desde hace decenios en los barrios de cualquier ciudad. ¿Cómo llegó a ser tan poderoso? Pues no, no era él solo el que sacaba provecho sino otros que al ver el fantasma del fraude corrieron como conejos.
Hemos llegado a tal punto de desmayo que las cumbres europeas son planicies secas donde bebe agua el que lleva cantimplora y puede comprarla.
Radicalismo de Merkel
Agréguele a esta situación que a doña Angela le entró la paranoia y el pensamiento único inunda su cerebro. Es preocupante y sorprende. La dueña del destino de Europa perdió el equilibrio.
Hace poco declaró —aunque usted no lo crea— que “mientras yo viva, no habrá eurobonos”, dicho con un tono totalitario y sin respeto para nadie. Igual de insensatos fueron los aplausos históricos de la totalidad de los parlamentarios del Bundestag. En el recinto legislativo hubo quien, en la misma línea atolondrada, le contestó exultante: “Entonces, que viva usted muchos años…”.
El ambiente del antiguo Reichstag nos recuerda épocas pasadas, estremecedoras, nostálgicas, para unos y repulsivas para la democracia.
En los últimos meses, la canciller acentúa su radicalismo, olvida el protocolo diplomático y lanza al continente una amenaza intolerable. Fraü Merkel busca tener vasallos en vez de socios en la inestable Unión Europea. La doña empieza a sembrar sospechas inquietantes entre financieros, políticos e intelectuales del resto de los países. Su firmeza, avalada por un principio de idolatría que aparentemente busca, conviene a los especuladores y a la inefable Christine Lagarde, dama muy protegida por los dueños del edificio.
Es apenas perceptible un breve cambio en la política económica de la primera ministra teutona. Pero todos, al unísono, agachones, reciben los latigazos con sonrisas de masoquismo insólito.
Sin embargo, resulta que hasta los conservadores, reacios a la democracia pero que la aceptan a regañadientes y la utilizan como escudo, se mueven nerviosos y empiezan a sonar las alarmas. “A los refugios, a los refugios, nos bombardean”, gritos que muchos recordamos y que era el aviso para meternos en el refugio antiaéreo.
Los alicaídos socialdemócratas y los pocos republicanos que aún quedan ven cómo las brasas les cierran el camino por desidia e ineptitud.
Llevamos cuatro años en el juego del gran pirulero: tú participas, pero yo gano primero. Tengo —hasta ahora— las mejores cartas y, si no, las cambio o le pido al crupier que vuelva a barajar hasta que me favorezcan.
Para Berlín “se habla demasiado, con todo tipo de ideas, pero no de controles y reformas estructurales”. Es preciso mantener el pacto fiscal y la austeridad, conceptos ya muy sobados y de sobra inoperantes. Para ella hay países buenos y malos, pero no es cierto. Existen naciones que están actualmente en situación crítica. No confundamos la supremacía étnico-económica con la necesidad de que haya más Europa, lo que significa que nos pongamos de acuerdo para evitar la debacle del gran proyecto elaborado hace más de 60 años. A nadie le conviene que desaparezca el euro, mucho menos a Alemania, Finlandia, Holanda, Austria y algún que otro país con menor influencia territorial. Para los que mandan la moneda única es una garantía de ingresos que no podrían obtener si volviésemos a los billetes tradicionales.
Bajo el paraguas de la libra
Ocupa lugar aparte la rubia Albión, cuyo primer ministro, David Cameron, asiste feliz a este debate sobre el euro al que no pertenece “ni pertenecerá”. Mientras la City esté bien, los ingleses, a sus anchas, disfrutando de las ventajas de formar parte del sistema comunitario sin acatar condiciones fiscales, políticas ni el gobierno único. Lo de siempre, Inglaterra juega con ventaja como nos tiene acostumbrados y parece que nadie se atreve a impugnar sus amaños. Don David no tiene vela en el entierro ni asistirá a las misas posteriores, si llegasen. Gran Bretaña está bajo el paraguas real de la libra.
Es necesaria una penúltima reflexión: las naciones del euro no podrán reducir ni éste ni el año que viene su déficit público al 3%. Hay que cambiar de piel y poner a trabajar a las neuronas. La gravedad es tal que el continente está a punto de retroceder a la mitad del siglo pasado.
Terminemos, por ahora, porque el problema tiene tantas aristas que nadie puede acercarse sin temor a salir herido.
¿Cuáles condiciones impondrá la troika para repartir el dinero aprobado teóricamente; a qué plazos, serán los intereses muy altos? Los acreedores son bancos alemanes en su mayoría y quizás estén interesados en mantener el actual statu-quo porque empezarán a cobrar los intereses de sus créditos y soñarán, sólo soñarán, con obtener el pago de la deuda primigenia.