Freud y Jung, en el corazón del psicoanálisis

 A la memoria de Kimba, alma viajera.

 

Mario Saavedra

Uno de los realizadores más interesantes de las últimas décadas, el canadiense David Cronenberg (Toronto, 1943) se ha caracterizado por hacer de su cine un arrobador espacio de búsqueda y experimentación, quien ha planteado en el séptimo arte algo similar a lo que el genio visionario de Antonin Artaud supuso para el espacio teatral en las décadas de los veinte y treinta. En su caso denominado “horror corporal”, Cronenberg ha explorado los miedos humanos ante la transformación física y la “infección”, a través de lo que él mismo ha llamado el concepto de “la nueva carne” (“el espíritu corporeizado y el cuerpo espiritualizado”, en palabras de Artaud), eliminando así las fronteras entre lo mecánico y lo orgánico, entre lo psicológico y lo físico. Y si bien en la primera mitad de su carrera exploró dichos temas y preocupaciones en el género fantástico, principalmente a través del horror y de la ciencia ficción (Rabia, La mosca e Inseparables, de la década de los setenta, dan clara cuenta de ello), su cada vez más introspectivo trabajo se ha ido extendiendo paulatinamente a otros géneros, siguiendo una progresión definida, un movimiento del mundo social a la vida interior.

Pero qué duda cabe que la madurez de este capaz y creativo realizador se manifiesta sobre todo a partir de que su cine arribó definitivamente, dos décadas más tarde, a los terrenos a las vez frágiles y reveladores de la exploración psicológica del individuo, a menudo contrastando realidades subjetivas y objetivas, como en sus ya mucho más elaborados M. Butterfly, relectura de David Henry Hwang del cásico operístico de Puccini; Crash, inteligente versión de la novela de J. G. Ballard, homónima a su vez de la no menos estrujante cinta que una década después realizaría Paul Haggis; y Spider, especie de homenaje (con guión de Patrick McGrathal, a partir de su propia novela) al mundo oscuro y asfixiante de su tan admirado Franz Kafka.

No pocas veces ha dicho el mismo Cronenberg que sus películas deberían ser observadas “desde el punto de vista de la enfermedad”, obsesiva búsqueda introspectiva cuyo paroxismo se expresa ya sin cortapisas ni eufemismos en su más reciente y multinacional Un método peligroso (A Dangerous Method, Canadá-Reino Unido, Alemania, Suiza, 2011), alrededor de las entreveradas relaciones profesionales y afectivas surgidas entre las complejas personalidades de Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein. Drama histórico en torno al origen y el impulso vital del psicoanálisis, del encuentro y el desencuentro que los genios de Freud y Jung protagonizaron de frente a uno de los hallazgos más sorprendentes de la historia médica moderna (recuerdo ese hermoso y profundo drama escrito por Nacho Solares: La moneda de oro: ¿Freud o Jung?), Un método peligroso cuenta con un inteligente y muy bien documentado guion del premiado escritor Christopher Hampton (a partir de su propia obra de teatro, basada a su vez en un estudio biográfico de John Kerr), que nos ubica en las vísperas de la I Guerra Mundial, en las bulliciosas calles de Zúrich y Viena que sirven de marco para una oscura historia con trasfondo erótico-emocional e intelectual.

Si bien la película de Cronenberg y su fuente literaria se basan esencialmente en hechos históricos probados, en buena medida a partir de la correspondencia real de los tres personajes implicados, como a su vez lo hace Kerr en su ensayo biográfico, lo cierto es que Un método peligroso también recurre a la ficción pura, sobre todo en la supuesta y nunca probada del todo relación sentimental que Jung entabla con su paciente y discípula Sabina Spielrein. Pero esas licencias imaginarias no van en detrimento ni de la historia ni de los personajes, porque el mismo director y su guionista han reconocido que tampoco buscaban hacer una biografía al pie de la letra, logrando, en cambio, imprimirles mayor sustancia viva a sus entes de referencia… La verdad de las mentiras, se llama precisamente un medular ensayo de Vargas Llosa, y a su vez el propio Freud reconoció siempre el caudal inagotable de “verdad” implícito en la creación artística, de lo cual da clara razón por ejemplo en su cardinal acopio de ensayos El psicoanálisis del arte.

Tratándose de una película de época, Cronenberg consigue con Un método peligroso poner a un público no avezado en la materia en contacto con la personalidad arrolladora y compleja de tres personajes esenciales en la construcción del psicoanálisis, justo en el quiebre de uno de los más consignados expedientes de un método —peligroso, en cuanto experimental— para curar la histeria clínica: “Yo sólo he abierto una puerta. Le corresponde a usted cruzarla”. Freud y Jung no sólo tuvieron éxito, sino que además la misma Sabina Spielrein se convertiría en protagonista dentro del desarrollo de la psicología y el propio psicoanálisis.

Con algunos altibajos y ausencias, David Cronenberg regresa al centro de la escena cinematográfica con Un método peligroso, largometraje que lejos está de coquetear con lo comercial, y en cambio apuesta por un proyecto inteligente, que destaca además por la calidad de sus rubros artísticos y técnicos, por una fotografía y una ambientación que igualmente sobresalen y son acordes a la naturaleza del filme, por una no menos protagónica banda sonora de Howard Shore que alterna muy bien una partitura original envolvente y la apasionada fuerza de algunos fragmentos representativos del Sigfrido de la tetralogía El anillo del Nibelungo de Richard Wagner.

Y en el vórtice de este complejo enfrentamiento psicológico, ético y social, Cronenberg vuelve a mostrar su talento a la hora de seleccionar el casting adecuado, con otra puesta en escena especialmente afinada y sutil en su trabajo con actores que se encuentran en muy buen momento: un Michael Fassbender en plenitud de facultades, la aquí casi irreconocible —muy al margen del glamour— Keira Knightley y un no menos convincente Viggo Mortensen, sin desconocer otras presencias de solvente complementación como la del casi siempre en papel Vincent Cassel.