Trayectoria cínica
Guillermo García Oropeza
Debo confesar, con cierta vergüenza por mi ingenuidad de la que quisiera ya estar aliviado antes de morir, que alguna vez sentí cierta estimación por Diego Fernández de Cevallos, quizá porque admiro en los políticos la elocuencia y la correcta construcción lógica de su retórica, así como el dominio del lenguaje. Recuerdo cómo Diego en aquel famoso debate con Zedillo y Cuauhtémoc los dejó tirados a los dos, que se vieron tan poco efectivos verbalmente.
Después de todo, existe, o más bien existía, una tradición en la política mexicana de aprecio de la elocuencia, una tradición con hondas raíces en el mundo latino y su ideal ciceroniano. En los colegios y después en las escuelas de Derecho se dio siempre un lugar a los concursos de oratoria, donde jovencitos prometedores hacían sus primeras armas hacia una carrera política. Todo esto ha desaparecido y poquísimos políticos actuales son capaces de domar el potro salvaje de un buen discurso. Muchos de ellos, incluso apenas si saben expresarse en buen castilla (no names, please) así que Diego, en este pardo panorama nacional era una luminosa excepción, con un estilo, diríamos en términos boxísticos, de verdadero fajador.
Lástima que al irle descubriendo sus pillerías, sus negocios de “exitoso” abogado, sus alianzas con los que se suponía eran sus enemigos, su desprecio por la más elemental virtud democrática, sus abusos de poder, como aquel embarazoso asunto de la “carretera del amor” donde se gastaron fondos públicos para facilitarle el acceso a Diego a su noviecita ranchera, la que prefirió a su legítima esposa por la ley de Dios, para casarse con la joven por las “impías” leyes de Juárez como las había llamado cuando era beato vociferante.
Y luego, pues, todo el sainete de su “secuestro” que no logró convertirlo en héroe ni detener su decadencia política. Diego, un bravero juvenil que atacó al entonces su compañero de partido Hugo Gutiérrez Vega con un látigo de hacendado soberbio y arrogante, no pudo ser esa figura brillante que su partido necesitaba en todo su desolador panorama de mediocridad intelectual, este pobre PAN del foxato y calderonato, con su Madero indigno de llevar el apellido, su neopriista Espino, su patética Josefina o su Cordero repelente para no hablar de sus gobernadorcitos blanquiazules como Emilio Etilio González de Jalisco.
Pues bien, Diego siguiendo instrucciones no sé de quien se lanza como en sus mejores tiempos contra Andrés Manuel López Obrador, quien seguramente es, como toda figura política sujeto de análisis, revisión y crítica, pero siempre y cuando ésta provenga de la objetividad, del conocimiento y, sobre todo, de una autoridad moral. Y es, precisamente, lo que Diego no tiene, cuya trayectoria cínica le impediría mencionar siquiera la palabra democracia.
Yo no sé qué futuro podría tener Diego en el PAN de la debacle y sólo se nos antoja desearle que ya se vaya a sus ranchos queretanos o que se construya un palacete en sus terrenos de Punta Diamante para que escriba sus memorias, de quien pudo haber sido sabio pero que se quedó en ser sólo listo.
