De los periodistas culturales Mary Carmen Ambriz y Alejandro Toledo

Mario Saavedra

La sociedad sentimental y profesional de Mary Carmen Ambriz y Alejandro Toledo ha dado espléndidos frutos, en principio una hermosa hija que ha refrendado ese vínculo entre dos extraordinarios ensayistas y periodistas culturales, quienes a su vez, como otros notables casos en la historia de la creación artística (pienso necesariamente en Clara y Robert Schumann o Alma y Gustav Mahler en el campo de la música, en Camille Claudel y Auguste Rodin o Frida Kahlo y Diego Rivera en el de las artes plásticas, en Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre o Elena Garro y Octavio Paz en el de las letras, entre muchos otros) han propiciado una complicidad laboral no menos provechosa. Ella fue mi alumna en la carrera de periodismo, y desde un principio reconocí en su caso un peculiar talento literario, que afianzó al inscribirse después en la carrera de letras de la UNAM; en una benéfica simbiosis, también desde muy pronto empezó a destacar en ambos campos tan cercanos, y me parece que desde su relación con Alejandro, que es mayor que ella y tiene un largo camino recorrido, su propio desarrollo se ha enriquecido, porque el amor generoso y compartido fortalece.

Estando ambos personajes vinculados a estos dos espacios de expresión tan cercanos como interrelacionados en el tiempo y en el propio quehacer, el más reciente producto profesional de esta fructuosa mancuerna es su antología Historias del ring (Ediciones Cal y Arena, México, 2012), que reúne diferentes materiales tanto literarios como periodísticos ligados al boxeo y sus afluentes más cercanos.

Narraciones, poemas, ensayos, crónicas y reportajes, de diferentes plumas y oficiantes, hacen este rico y heterogéneo misceláneo en torno al pugilismo  —visto y expuesto en sus más diversas aristas—, conforme el boxeo ha sido espacio de efervescencia deportiva, de vibrantes triunfos y fracasos personales, de una compleja y entreverada maquinaria comercial, de un no menos sofisticado engranaje burocrático en el que —como en la política— suelen ganar sobre todo quienes controlan los hilos de este teatrino de tan sonadas veleidades y miserias.

Especie de microcosmos, a manera de la Comedia humana de Balzac o del propio “teatro del mundo” shakespereano, donde encontraron cabida prácticamente todas las pasiones humanas —eso ha sido de igual modo el mundo del boxeo: clara ilusión de ascenso y de éxito, puerta de entrada al paraíso, cuando no al purgatorio y al infierno—, Historias del ring corrobora por qué ha sido el boxeo uno de los deportes más populares, tema de tanto interés y espacio de fervorosa recreación, de lo cual dan constancia una amplia y variada bibliografía al respecto, una no menos copiosa producción en materia de artes plásticas y visuales.

Antología exhaustiva, por más que necesariamente en ella permee el gusto de sus antologadores (no existe otra manera posible de hacer una selección, más allá de criterios y paréntesis), en Historias del ring prevalece ese sentido casi metafórico que el deporte de los puños representa con respecto al esfuerzo mismo de vivir la vida día con día, y que en el propio terreno de la creación literaria, de lo que los clásicos llaman la “cocina de la escritura”, implica pelearse con la hoja en blanco, con el lenguaje como vehículo de expresión que en sus funciones cotidiana y sobre todo estética impone toda clase de reglas y limitaciones, y que dentro de dichos parámetros, como los existencialistas lo afirmaban con respecto a la vida, la libertad creativa también resulta relativa y parcial.

Como en el futbol y en la tauromaquia, o incluso la lucha libre, otros ámbitos que a su vez han propiciado culturas paralelas, quienes han escrito y reflexionado en derredor del universo del boxeo nos  han hecho caer en cuenta que por más que el talento creativo haya sido capaz de generar historias y emociones diversas a partir del estímulo de cuanto acontece dentro y fuera del cuadrilátero, con todo y lo que el genio consigue propiciar para la emoción y el disfrute de muchos, “la realidad supera las más de las veces a la ficción”…

Necesidad de sobrevivencia y espíritu de lucha, ambición y engaño, triunfo y derrota, son algunos de los pivotes de los que abrevan estas Historias del ring, ya sea a través de la narrativa, en el cuento (Jack London, Ernest Hemingway, Julio Cortázar, por ejemplo) o la novela (Sir Arthur Conan Doyle y Dashiell Hammett); o bien de la lírica, sacudidos por textos de poetas de la talla de Guillaume Apollinaire, Antonio Machado o Nicolás Guillén; o incluso del ensayo, cuando escritores del nivel de Salvador Novo, Enrique Jardiel Poncela, el propio Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, Eliseo Alberto o F.X Toole (seudónimo de Jerry Boyd, autor del best seller Rope Burns: Stories From the Corner, llevado espléndidamente al cine al cine, con guión de Paul Haggis, por Clint Eastwood con su Million Dollar Baby) han disertado sobre el tema.

En el terreno del periodismo, entre muchos otros, han dejado su impronta auténticos personajes como Norman Mailer, Ricardo Garibay (memorables sus Las glorias del gran Púas) o José Ramón Garmabella, sin olvidar aquella célebre entrevista de Ramón Márquez al eterno Mohamed Ali, uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos e imagen conmovedora de las más terribles secuelas del boxeo.

Espacio de grandes leyendas, de auténticos ídolos, esta evocadora y pertinente antología Historias del ring, de Alejando Toledo y Mary Carmen Ambriz, vuelve a poner en la palestra un deporte que ha dado grandísimas glorias a México, y que paradójicamente de unos años a la fecha, sobre todo en las más reciente ediciones de los Juegos Olímpicos, ha brillado por su ausencia.

Era costumbre que este y otros deportes que históricamente han recibido menos apoyo sacaran la cabeza por el país, y sobre todo el boxeo amateur ha resentido la mala y errática labor de directivos más preocupados en hacer carrera política que en abonar a una disciplina deportiva con tanto arraigo popular. Ya era hora de que el futbol, con tantos beneficios y en otras condiciones muy distintas, rindiera los frutos acordes a lo en él invertido, a la fiel entrega de un público aficionado que lo ha seguido en las regulares y en las malas: su primera medalla olímpica, y además de oro, después de una final en el mítico estadio de Wembley de Londres contra Brasil…