Los mueven con habilidad

 

La tormenta se avecina.

Paolo Coelho

 

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Grecia es ahora el ratón del ordenador de la troika: lo mueven con habilidad, reciben a sus políticos con sonrisas, palmean sus espaldas y, simultáneamente, la sentencia a salir del euro sin ninguna posibilidad de habeas corpus ni de acudir a estancias superiores.

Trinka infernal

La odisea del primer ministro Samarás no fructifica. Es parecida al recorrido que hace, infructuosamente, el presidente del gobierno español Mariano Rajoy.

Se presenta en Bruselas, Estrasburgo, en la cancillería alemana y en otros lugares emblemáticos del poderío de los países que dominan la Unión Europea, con mantón de Manila.

En un segundo terreno, aunque cobijado bajo una sombrilla, hace el mismo recorrido el premier ministro italiano Mario Monti. Forman la “trinka infernal” de las naciones que están a merced del tesoro del Eurogrupo y que tienen que moverse sin rechistar al son que les toca la música de los especuladores y las agencias de calificación.

Este estatus no ha cambiado desde hace un año. Más bien empeora. Pasamos un agosto extremadamente caliente en donde hasta los propios ministros de España se enfrentan entre sí (caso Soria-Montoro) y las decisiones no se toman en espera de la reconfortante visita que nos hace el día 6 de este mes Angela Merkel.

El ministro de economía, Luis de Guindos, pide al Banco Central Europeo que compre bonos sin límite de tiempo ni de cantidad. Lo da como un hecho y lo declara en voz alta ante todos los que quieran oírle. Inmediatamente después, el Bundesbank y el presidente del Eurogrupo lo desmienten: “… Primero veremos si por fin se emiten eurobonos y después, ni de broma, la compra será ilimitada ni abundante. Además, se impondrán nuevas condiciones para, en su caso, lograr tal propósito…”.

Está claro “España no debe hacerse ilusiones”, expresan los dueños del dinero continental.

Mario Draghi, con su habitual pragmatismo y estudiada seriedad, se balancea, como la tela de una araña, y ora se inclina aquí y después al sol que más calienta.

El Fondo Monetario Internacional tiene aún más preocupaciones. Atento a las súplicas de los países europeos con problemas económicos, “pobrecitos”, ahora atiende con suma rapidez los requerimientos de otro mundo geográfico: Egipto le pide unos cuantos miles de euros para su rehabilitación. Y vaya que se los dará. Hay que ser ecuánimes, satisfacer a todos, portarse bien, y recibir los beneficios requeridos por prestar servicios tan humanitarios.

Nerviosismo de los poderosos

Los griegos no conseguirán su propósito. Después de un par de años de desconsuelo y de penurias, vuelven a estar a punto de salir, no sólo de la moneda única sino de la Unión Europea. No están fuera porque las naciones que le siguen en su marcha hacia el abismo hacen milagros por impedirlo. Entre ellas, España, cuyo gobierno pide a todos los santos que el problema griego se prolongue para que tengamos más oxígeno en la península.

Abajo del pedestal en que habitan Alemania, Austria y Holanda, los demás países están supeditados a la línea fijada por ellos que aún no se rompe y que sigue haciendo estragos en el continente. Se percibe, sin embargo, cierto nerviosismo en las filas de los poderosos. Se van quedando solos o, más bien, con menos amigos y éstos ya han elaborado un plan b que guardan en secreto para utilizarlo en el momento en que el Reichstag avizore algún molesto movimiento de tierra.

En el interior de este triángulo escaleno formado por Grecia, España e Italia, se mueven interesen distintos y, al mismo tiempo, similares. En el primer lado, ya se hacen a la idea de que no sería una catástrofe abandonar el euro y, en última estancia, la zona comunitaria. Ahora se preocupan más por evitar las conmociones internas violentas y de pobreza que les invade.

España tiene miedo

Aquí, la incertidumbre es cada vez mayor. Rajoy afirma siempre en sus declaraciones que habrá que esperar a lo que decida el triunvirato europeo para tomar decisiones internas, medidas que nos ayuden “en beneficio de los españoles”, estribillo de costumbre.

Es decir, estamos a expensas, por culpa de todos sin excepción, al ritmo que nos impongan los señores acaudalados, impertérritos y fríos.

Por último, en la tierra de Berlusconi, un presidente de gobierno no elegido por el pueblo, sigue siendo uno de los caballitos que monta la canciller alemana cuando lo cree conveniente, aunque esto perjudique a los habitantes de la tierra de Leonardo da Vinci.

En diferentes niveles, resulta que todos somos unos vagos enemigos del trabajo, acodados a nuestras fiestas autóctonas y a nuestras tradiciones que ya son consideradas anacrónicas y que en nada ayudan al progreso continental.

Entrar en los vericuetos de este país ha sido siempre alentador menos ahora. Acaba de surgir un fenómeno inédito en nuestra historia: el miedo. El pueblo español, en general, tiene miedo, por lo tanto, pavor. Este sentimiento no aparece en ningún acontecimiento del pasado. Estamos asustados, sumidos en un letargo de pasividad porque nos aterroriza que el golpe pueda ser mayor si protestamos.

Miedo y pavor en sus diferentes escalas de juicio son movimientos sociales insospechados en España. Estremece pensar que tal acontecimiento pueda ocurrir en la patria de Cervantes. Agachar la cabeza nunca ha sido norma de los españoles y en estos momentos lo hacemos. Una nueva bacteria, por lo visto, nos invade y enferma. Ojo, es peligrosa, hay que llenarse de antibióticos y vencerla porque está haciendo estragos.

El gobierno del Partido Popular contagia su estado de ánimo que se mueve como las líneas de un electrocardiograma. Ahí vamos, en ese sube y baja, todos los demás.

Acatamos órdenes, aceptamos rebajas a nuestro nivel de vida y nos achicamos en forma alarmante. Es una realidad, no hay por qué decirlo con eufemismos. Se trata de una epidemia nueva que hay que evitar a toda costa.

Si el gobierno español se desdibuja al extremo de que es vapuleado desde fuera y dentro, serán los españoles quienes tengan que salir, individualmente o en masa, a su rescate. En principio, emplear la palabra rescate que tanto resquemor impone a las autoridades.

Peores tiempos

Hay que pedirle al grupo conservador, con mayoría absoluta en el Congreso, que busque alternativas internas y externas, que pare de decir que no hay otra y que encuentre, a ver si es posible, a personajes creativos que utilicen sus neuronas y cultura para transitar por otro camino que no sea el que nos lleva indefectiblemente a la bancarrota económica y moral.

Son recortes, no ajustes; son rescates, no medidas unilaterales. Fuera la palabrería, venga la eficacia y que las determinaciones productivas se vean y den resultados positivos porque de lo contrario el porvenir tendrá un creciente color fatalista.

Menos estadísticas, oficiales o no, sobre cómo va nuestra economía y otros asuntos de capital importancia. Sentimos que la situación empeora —hay que repetirlo con insistencia— y que ya hemos llegado a “los peores tiempos”. Más allá no es posible caminar. La explosión social es eminente y ya se manifiesta.

Basta recurrir a este antecedente: Rajoy y compañía se quejan de que —oh, escándalo— se acaba de tocar y cantar por primera vez la Internacional Socialista, cosa que no ocurría desde el término de la Segunda República. Y tienen razón. Pero, ¿qué tal el Cara al Sol que se toca y canta desde hace 37 años, ya en democracia, en todo el país? Déjenme preguntar también ¿por qué permanecen en nuestras calles las estatuas y los símbolos franquistas si tenemos el ejemplo de que en Alemania e Italia ha desaparecido todo aquello que tenga relación con Hitler y Mussolini?

¡A ver si despertamos a tiempo!