La llama sigue prendida
Guillermo García Oropeza
La muerte de Chavela Vargas no es solamente un hecho “cultural” o, peor aún, mediático sino que nos inspira una importante meditación política, y es que Chavela tiene todos los méritos para encarnar un icono cargado de significados nacionalistas y progresistas. Esta costarricense que paradójicamente se convirtió en alguien tan profundamente mexicano fue también una figura que España, la mejor España, claro, reclama para sí.
Voz fundamental para mi generación, junto con Cuco, con Lola, con José Alfredo, con Antonio Bribiesca, Chavela Vargas le dio una mayor profundidad a la música del pueblo, del hondo “volk” dirían los alemanes, de una región de América que rebasa las fronteras nacionales.
Chavela nos hizo descubrir que esa música iba más allá o mejor mucho más adentro de lo pintoresco de los éxitos rancheros radiofónicos, de la música para mariachis de parranda.
Chavela nos cantaba íntimamente, su voz que tenía un perturbador registro grave a veces bajaba al nivel del susurro o subía al grito existencial y retador. Era una cantante para adultos que seguramente alarmaba a las buenas conciencias: “Ponme la mano aquí, Macorina…”
La profundidad en momentos trágica de su sensualismo la hermanaba con ciertas grandes boleristas, también para adultos, como la añorada Elvira Ríos o a doña Amparo en su cueva. Pero en otra vertiente, Chavela seguía una tradición brava de una Lucha Reyes, la Tequilera o, en sus momentos, de Lola Beltrán la del merito Sinaloa.
Esas hembras que entusiasmaron a López Velarde que nos habló en La suave patria de las cantadoras con pechos bravíos “empitonando” la camisa a lo largo de las ferias trashumantes. La costarricense, que venía de su Macondo centroamericano, se vino a sumar a una guerra importantísima que es la del nacionalismo, de raíces indígenas, mestizas, africanas y políticamente revolucionario. El mismo de Frida, de Diego, de Rulfo y de tantos más, esa guerra cultural contra los afrancesados, gringófilos, internacionales de tercer mundo. No names, please. Esa guerra que continúa aunque me temo que la vayamos perdiendo los del México profundo.
Chavela, y esto la emparenta con ese otro icono que es Frida, milita en ese otro feminismo que antes “no podía decir su nombre”, como lo recuerda curiosamente Consuelo Sáizar, la del Conaculta panista, un feminismo contrario a la supuesta sumisión y forzada frustración que las mexicanas debían de practicar.
Chavela en un gran segundo aire es descubierta por los españoles como Almodóvar y Sabina, y Madrid se entrega a esta mujer mayor con voz disminuida y grave pero cargada de emoción. Esa España que es la buena, como dije, es la misma de García Lorca y de la Pasionaria. Los madrileños encuentran en la costarricence mexicana ese “duende” que hubiera dicho Federico, que campea tanto en el flamenco de la pena negra, como en el tango “pensamiento triste que se baila”, como en el bolero de México Cuba.
Pero mejor que el descubrimiento de Chavela que hace España es el descubrimiento que los jóvenes hacen de ella ahora, en la rica etnicidad de Lila Downs, por ejemplo. La llama sigue prendida y para celebrarlo habrá que brindar con un tequila por que Chavela siga viviendo.