Ernesto de la Peña (1927-2012)

Mario Saavedra

Poeta clásico y ensayista moderno, conforme en él coincidían, con meridiana nobleza, el espíritu renacentista y la sabiduría dieciochesca, con Ernesto de la Peña (ciudad de México 1927-2012) perdemos a uno de nuestros sabios más dotados y auténticos, humanista de otros tiempos que convirtió el conocimiento en pasión de vida, porque a diferencia de otros intelectuales encerrados en su torre de cristal, hostiles y huraños, se trataba en este caso además de un empedernido sibarita que gozaba a plenitud también de los más exquisitos placeres “mundanos”… Sorprendente y fidedigno erudito en muy diversos saberes humanísticos, era un apasionado políglota que dominaba más de treinta lenguas, sabio filólogo y lingüista que se asomaba a las más diversas culturas con la más encendida pasión de quien entendía como nadie que difícilmente podemos alcanzar una comprensión cabal de nosotros mismos sin la curiosidad de entender y reconocer al otro.

Iluminado polígrafo y bibliófilo que se movía con maestría en campos distintos que dado su talante él vislumbraba como cercanos y complementarios, porque para acceder al conocimiento cabal del Hombre hay que entender y saber todo lo que tiene que ver con él y que de una u otra manera lo explica, el maestro Ernesto de la Peña nos seducía con su deslumbrante sabiduría que desbordaba de igual modo como gran conferencista y conversador. Si bien leerlo constituye siempre una auténtica revelación, platicar con él u oírlo en sus cápsulas televisivas y radiofónicas era todo un deleite, acceder a mundos insondables que bajo su rayo iluminador adquirían claridad y corporeidad.

Toda una autoridad en materia de historia de las religiones, por ejemplo, era igualmente un melómano de enorme prosapia, sobre todo avezado en el terreno belcantístico que dominaba con no menos facilidad y solvencia por su preciso conocimiento de las distintas lenguas en que están concebidos los libretos e historias originales. Para quienes compartíamos con él dicha pasión, su participación protagónica en las transmisiones de los montajes de la temporada de la Metropolitan Opera House de Nueva York a través de Opus 94 del Instituto Mexicano de la Radio, desde hace algunos años presentadas gozosamente además al público en el Auditorio Nacional, constituía todo un agasajo, porque el sabio operómano contextualizaba con minuciosidad tanto la historia como el proceso creador de la obra, su presencia en el curso de la lírica y por supuesto de la propia música y del arte en general. Pero además lo hacía con tal placer y tal agrado, con la destreza de quien de verdad conoce y no ostenta su sabiduría, que formó y guió a nuevos públicos por el que él mismo aseveraba era “el gran espectáculo sin límites”.

Helenista y latinista que el propio Archimandrita don Pablo de Ballester estimaba sobremanera, Ernesto de la Peña recibió en vida diversos premios y reconocimientos por su inconmensurable obra a favor de las humanidades y el arte, de la promoción cultural, de la formación académica, de la investigación, de la creación misma. Premio Nacional en el área de Lengua y Literatura en el 2003, y recientemente Premio Menéndez Pelayo por sus notabilísimas aportaciones en los campos filológico y lingüístico, en el estudio del español como esencia cultural que va mucho más allá de su función comunicadora (“las lenguas o sistemas lingüísticos son auténticos universos de historia y sabiduría…”), también fue un no menos apasionado de la historia, de la historia de la culturas, de la filosofía (traductor de Anaxágoras e Hipócrates, a los presocráticos los dominaba al pie de la letra), y en el campo de la historia de las religiones donde ya se dijo fue de igual modo una autoridad, capitales son sus estudios sobre el judaísmo, el cristianismo y el islam, y en particular sobre la Biblia en todos sus contenidos y aspectos.

Obras suyas de obligada consulta o lectura son, entre otras, Las estratagemas de Dios, Las máquinas espirituales, El indeleble caso de Borelli, Kautilya, o el estado como manada, Mineralogía para intrusos, Los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan (traducido por él directamente del original griego), El centro sin orilla, Las controversias de la fe, La rosa transfigurada, Encuentros y desencuentros. Sus estudios y traducciones de poetas esenciales como los franceses Paul Valery, Gérard de Nerval, Stéphane Mallarmé, o de los alemanes Friedrich Hölderlin, Novalis, Rainer Maria Rilke, o del polaco Premio Nobel Czeslaw Milosz, o del beat norteamericano Allen Ginsberg, entre otros, son ya antológicos y referenciales.

Autor de múltiples ensayos sobre muy diversos acervos y literaturas, alguna vez dialogamos, o mejor sería decir que lo oí anonadado, en un espléndido restaurante de comida portuguesa de Polanco que le encantaba, disertar sobre Marcel Proust y su emblemática novela-río En busca del tiempo perdido, que el maestro De la Peña conocía al revés y al derecho, en su corpus total, además de haber hecho, embebido, el llamado “circuito Proust”.

Hombre sabio y generoso, brillante y gentil, Ernesto de la Peña es de esos personajes que por la dimensión de su grandeza espiritual e intelectual dejan un vacío insustituible… ¡Descanse en paz!