Veinte aniversario luctuoso de quien vivió para escribir

Mario Saavedra

El próximo 6 de septiembre se cumplen ya dos décadas de la sensible desaparición física del notable humanista y escritor veracruzano Rafael Solana (Veracruz, Ver. 1915-Ciudad de México 1992), acaecida a menos de un mes de haber celebrado con bombo y platillo sus 77 años de edad, en un festejo convocado por el entonces titular de cultura de la Delegación Cuauhtémoc y amigo muy querido Pepe de la Rosa.

Siendo una de las plumas fundadoras de este semanario, recuerdo todavía con profunda emoción su columna en agradecimiento a esa velada en la que nos reunimos sus muchos afectos y admiradores; dolorosa despedida, con la lucidez y en el superior estilo que lo caracterizaban, no exento de humor aun en circunstancias difíciles, hacía una concentrada retrospectiva de cuanto había sido su paso por este mundo, con el pasmoso valor de quien a distancia se ve vivir —y morir, irremediablemente— desde la otra orilla del Leteo.

Personalidad rica y compleja, hace cinco años publiqué, con el apoyo de la Universidad Veracruzana, un ensayo biográfico en su honor: Rafael Solana: escribir o morir. Con una vocación literaria y periodística a prueba de todo, tan firme y honesta como su talente humanístico y generoso, no me pareció que nada describiera mejor su naturaleza que esa célebre frase del poeta alemán Rainer Maria Rilke: “escribir o morir”, conforme convirtió ese oficio de la “creación pensante y anímica” en una razón de ser y de existir, tan vital como el respiro y el alimento. Algunos años antes pudimos editar en CD Rom, gracias al Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli y con el apoyo de Siempre! y de su directora Beatriz Pagés Rebollar, una copiosa selección de las crónicas y críticas teatrales publicadas por don Rafael en los más de cuarenta años en que apareció su sección del Anónimo Cronista (¡todo el medio teatral sabía bien quién era!), auténticas lecciones de sabiduría, de observación meridiana, de pulcro y envolvente estilo, de aleccionadora construcción.

Apenas una pequeñísima retribución a lo mucho que la fortuna de la vida me permitió aprovechar y disfrutar de ese generoso y gran humanista y maestro de tan numerosas y distintas sabidurías, con Rafael Solana: escribir o morir traté de hacer si no una exhaustiva sí panorámica revisión tanto de la personalidad como de la obra de un escritor y periodista constructivo, siempre dispuesto a compartir con los demás.

En un mundillo cultural dominado por la desmemoria y la mezquindad, como rasgos distintivos de ésta nuestra condición humana tan proclive al menoscabo y la destrucción (bien escribió Nietzsche que “aun construyendo, nos define nuestra naturaleza devastadora”), esa rememoración, secundada por mi también dilecto maestro y entrañable amigo René Avilés Fabila con un cariñoso e inteligente prólogo, pretendía hacer un llamado para que las autoridades reeditaran, reimprimieran o pusieran en escena la obra dramática de un autor ciegamente ninguneado por quienes consideran (no hay peor sordo que el que no ve ni peor ciego que el que no oye) no se encuentra entre “el Parnaso de los elegidos”…

Ya uno de sus más cercanos amigos, el visionario y espléndido director teatral poblano Xavier Rojas ha sido víctima de lo mismo, cuando la actual presidenta del Conaculta se presentó para hacerse visible en la ceremonia luctuosa de cuerpo presente en el teatro que lleva su nombre, pero en cambio no hizo nada por promover unas becas para las cuales ella sabía que había dejado recursos con el propio Conaculta como beneficiario en su testamento.

Recordamos al poeta elegante, al cuentista ingenioso, al novelista perspicaz, al ensayista penetrante, al comediógrafo dotado, al periodista integral, al musicólogo y melómano sensible, al crítico de artes escénicas y visuales constructivo, al cronista taurino sabio (prácticamente nuestra única diferencia), al maestro y amigo magnánimo, en fin, a ese humanista de otros tiempos que detestaba la vanagloria y pecó de más de modestia.

Un auténtico maestro en el arte de vivir, del bien vivir, del vivir a plenitud, sin duda el más complejo e inusual de los saberes, don Rafael tuvo por otra parte esa luz no menos peculiar de reconocer y además promover como suyos —en verdad, más y mejor que los suyos propios— la obra y el talento ajenos. ¡Y qué decir del viajero y el sibarita, del anfitrión desprendido y el cocinero probo!

Ser humano y creador de una sola pieza, con una cultura tan vasta como ecléctica, siempre firme en sus convicciones más hondas, que son las que en verdad importan y trascienden, nos legó una obra y una enseñanza —en realidad, muchas, de acuerdo a su amplia y rigurosa formación— que merecen ser redimensionadas con el paso del tiempo. El tamaño de su múltiple legado tendrá que ir siendo revalorado por las nuevas generaciones, por aquéllos que entiendan que sólo se puede construir una obra, independientemente de cuál sea la naturaleza de ésta, a partir del estudio y el trabajo, sin tener que desplazar al otro ni a costa de los demás.

Con un lugar destacado en el Museo del Escritor creado y promovido por el propio René Avilés Fabila, otro proyecto generoso más que ha tenido que remar contra corriente y la particular animadversión de la misma Consuelo Sáizar (tan dada a enfermizos afectos pocos y fobias muchas), y presente de igual modo en el nombre de un teatro en el Centro Cultural Veracruzano promovido por su sobrina Pilar Colín Solana, cuando estaba al frente de éste, la figura emblemática de Rafael Solana sigue por fortuna vigente en algunos esfuerzos alentados por algunos otros nobles y agradecidos creadores como la dramaturga y narradora tamaulipeca Altaír Tejeda, fundadora y promotora de un ya consolidado festival de teatro que lleva su nombre en esa entidad del norte.