A 80 años de Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline

Humberto Guzmán

“Un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo”, dice el epígrafe de La náusea (1938), de Jean-Paul Sartre, que es de Louis-Ferdinand Céline. Su novela Muerte a crédito (1936), se refiere al niño y luego adolescente Ferdinand. Pero fue Viaje al fin de la noche (1932), acerca de las vicisitudes de Ferdinand Bardamu, probable alter ego de Ferdinand-autor, la que se publicó primero y le dio fama. El temperamento y la agilidad mental de sus protagonistas, que los hacen meterse en constantes líos, me hacen suponer que Céline adolecía de lo mismo. ¡Era un anarquista!, como se dice a sí mismo Bardamu.

Protagonistas solitarios, independientes, huyen de personas y lugares como si escaparan de algo. O como si corrieran al encuentro de lo desconocido. Cuando Ferdinand se despedía de una amante, Molly (Viaje…), ésta le dice: “Ya estás lejos, Ferdinand, haces exactamente lo que deseas hacer…”. El la besó “con todo el valor que le quedaba”.

En las diferentes situaciones en las que Céline enfrasca a sus protagonistas se puede percibir el peso de la angustia porque “la verdad es una agonía interminable”. Como si experimentara una profunda vergüenza por lo frágil de la condición humana y sus valores.

Reflexiona Ferdinand-personaje en Viaje…: “Tal vez sea eso lo que buscamos a lo largo de la vida (…), la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir”. Quizá por eso le habría gustado compartir su “furtivo destino” con Molly (una prostituta) años después: “Si ya no es bella, ¡mala suerte!”

En seguida dice que ha guardado “tanta belleza de ella” que podría durar hasta “el tiempo de llegar al fin”. Con frecuencia se refiere “al fin”, “al viaje” (el que no se sabe a dónde va en la vida, o el que lleva a la muerte), por eso el título: Viaje al fin de la noche, la noche como una vida entera.

Aunque se ha concluido que sus novelas están cargadas de autobiografía, Céline se defiende en la entrada de Viaje…: “Viajar (…) hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza.”

Hablar de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) y en particular de Viaje al fin de la noche, a ochenta años de su publicación, sofocados por la superficialidad que nos envuelve, es toda una novedad.

“Animo, Ferdinand —me repetía a mí mismo, para alentarme—, a fuerza de verte echado a la calle en todas partes seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe de encontrarse al fin de la noche.” ¿Qué hay al final de la noche? ¿Qué fantasma aterroriza a quienes intentan sepultar a un escritor del carácter de Céline?

Casi al final de Viaje..., hay un pasaje en el que el dueño del hospital donde trabaja Ferdinand abandona de repente la empresa por la que ha luchado durante cuarenta años. Como si siempre hubiera deseado hacerlo.

Pero, ¿qué es lo que busca? ¿Qué persigue en su Viaje al fin de la noche? Al final de la noche sólo se encuentra la nada. Es allí a donde se llega siempre, parece decirnos Céline, el pensador de “la  verdad como una terrible agonía”.

Vista así, Viaje al fin de la noche es una novela existencialista, sin Dios (ni consuelo) que mitigue el vértigo de existir. Pacifista —como se puede ver en la primera parte—, antidogmática, opuesta a la manipulación del individuo por el Estado, el patrioterismo, la familia y otros chantajes. Novela espléndida de la miseria humana. Ni es mentira ni habla de mentiras.

En Muerte a crédito el panorama no es diferente. Es el mismo lenguaje, se habla de manera extrovertida, a gritos, como seguramente hablaba el propio Céline. Con algo de desesperación, de ansiedad, pero no autocompasivamente, sino con irónica inteligencia. Sorprende que, tratando lo que trata, no caiga en el sentimentalismo. Refleja valor ante la soledad o la imposibilidad.

De este modo se sostiene (en ambas novelas) un ritmo narrativo excitante, seductor, que, a veces, nos hace apiadarnos de nosotros mismos. El Viaje…, es una parodia de la vida. Céline trata a sus personajes con profundidad; a veces de una manera que parece una mofa a propósito del fracaso. Los personajes son, de una manera o de otra, unos fracasados. (Los estadounidenses dicen “perdedores”, que es muy suave.) Viaje al final de la noche y Muerte a crédito nos hacen temer que algo se resquebraja en todas partes.

El médico de pobres Destouches (su nombre real), el novelista Louis-Ferdinand Céline es uno de los más grandes de Francia y del siglo XX.