América, América/III y última

Guillermo García Oropeza

Estados Unidos es, entre tantas cosas, el país del espectáculo o para decirlo a la americana del show business. En ninguna otra parte del mundo, pudo haber surgido una ciudad como Las Vegas que resulta ser una inmensa escenografía donde están París, Roma, Egipto y lo que usted quiera imaginar para albergar la jugada que nunca se detiene.

Y ahí están las Disneylandias y Broadway y Hollywood . Y last but not least está la política. Esa política que tiene un estilo propio y genial que creo que para mal está contagiando al mundo pero que como tantas cosas americanas es realmente irrepetible.

El estilo de la democracy que produce espectáculos tan colosales como esas  convenciones que son un gigantesco circo comparable a los espectáculos montados por los grandes dictadores del siglo veinte, aunque éste sea, claro, democrático. En esas convenciones florece la gran oratoria política norteamericana con maestros como Bill Clinton o la señora Obama que nos impresionaron en la tele, maestros en esa retórica tan natural tan endiabladamente simple, tan consciente de las necesidades del medio que la iba a transmitir a todo el mundo. Profesional (pro, dirían los americanos) y frente a la cual la de nuestros políticos se ve acartonada, pretenciosa.

Y qué decir de los debates que nacieron en una vieja tradición académica, en una especie de ajedrez mental, pero ahora cuidadosamente diseñado por los image makers, los creadores de imagen.

Porque como Las Vegas o Hollywood la política americana es imagen (iba a decir mentira) dirigida a la venta de ese producto que es el candidato cuyas ideas, si las tiene, son lo de menos.

Un producto que puede estar absolutamente vacío como en aquella novela de Jerzy Kosinski, llevada al cine, sobre un jardinero retrasado mental que por poco se convierte en candidato. El estilo político americano es bastante complejo, extraño a nosotros, desde esas “primarias” que sirven para descartar a los losers hasta el sistema de conteo que es de alguna manera la negación de una democracia real.

Los candidatos que, en realidad, representan muy poco pero que dicen lo que los electores quieren que digan en este país pavorosamente conservador, puritano y mocho, diríamos en México, que perdona la provocación de una guerra pero se escandaliza por un desliz sexual de sus políticos.

El político americano debe ser una especie de santo, amantísimo esposo y padre, atleta,  ir a los oficios todos los domingos y ser por encima de todo un patriota (capaz de volar el mundo en pedazos siempre y cuando eso convenga a los intereses norteamericanos) ignorando lo que dijo, creo que fue Ambrose Bierce, que “el patriotismo es el último refugio de los pillos”.

Sí, Estados Unidos es una democracia, aunque una que me recuerda que en una ciudad donde yo viví había dos periódicos: uno, liberal, demócrata, y otro conservador, republicano, los dos muy libres aunque los dos fueran propiedad del mismo dueño millonario…