La contrarreforma laboral
Magdalena Galindo
La contrarreforma laboral que se encuentra ya en la Cámara de Senadores, después de ser aprobada en fast track por la Cámara de Diputados, pues Felipe Calderón ejercitó su reciente derecho a marcarla como preferente y, en consecuencia, a fijar plazos perentorios, no constituye, como todo el mundo ha visto, un caso de excepción en el mundo. Hay que recordar que ante la crisis estructural que se inicia en los setenta y que, con ciclos cortos de crecimiento y recesión, continúa hasta nuestros días, las burguesías respondieron con un conjunto de estrategias para recuperar su tasa de ganancia y reconstituir la acumulación de capital.
En el terreno económico, la principal estrategia fue intensificar la internacionalización del capital hasta llegar a lo que se conoce como proceso de globalización, a fin de aprovechar la mano de obra barata de los países subdesarrollados. Tan importante como avanzar en la globalización fue la estrategia que bien puede calificarse como ofensiva mundial contra los trabajadores. Naturalmente, esa ofensiva se manifestó en un terreno nacional, es decir, la burguesía de cada país buscó reducir sus costos, a través de aumentar la explotación y reducir los niveles de vida de los trabajadores de su propio país, de manera que aumentara la tasa de ganancia.
Así, la ofensiva se manifestó en varios niveles. Uno, quizáS el primero en el tiempo, fue reducir los renglones del gasto social dentro de los presupuestos gubernamentales. Disminuyeron, pues, las proporciones del gasto en educación, salud y vivienda, y prácticamente en todo el mundo se eliminaron los subsidios a la alimentación y el transporte, mientras se liberaron los precios —en aquellos países en que había control— de todas las mercancías, incluidos los productos básicos (como en el caso de México, el frijol y la tortilla), con excepción del precio de la fuerza de trabajo. Aquí, por ejemplo, se aplicaron los topes salariales, que consisten en que los aumentos al salario se mantienen siempre por debajo de la inflación. De esta manera, se consiguió una transferencia masiva de recursos de los trabajadores hacia los patrones, privados o públicos.
Una segunda línea de batalla se centró en las pensiones de los trabajadores y aquí la burguesía actuó en dos campos. Por un lado, en aumentar la edad de jubilación y por otro en privatizar los fondos de pensiones que lograba, al mismo tiempo, despojar a los trabajadores del derecho a las pensiones vitalicias y, por otro, quizáS el aspecto más importante para las burguesías, conseguir que esos fondos sirvieran, a través de su inversión en las Bolsas de Valores, para financiar a los grandes consorcios que de esta manera se beneficiaban doblemente.
La tercera línea de la ofensiva contra los trabajadores es la que se formaliza hoy en México en la contrarreforma laboral y que puede resumirse en el término de flexibilización del trabajo, o sea la eliminación de los derechos de los trabajadores conquistados a lo largo de todo el siglo XX, de manera que los capitalistas puedan contratar y despedir, según las necesidades de la empresa, sin costos en prestaciones.
La ofensiva ha sido tan drástica y violenta que hemos visto estallar las protestas en el mundo, lo mismo los trabajadores estadounidenses, que los franceses, los españoles, los griegos, los argentinos, los chilenos o los mexicanos han tenido que responder ante el brutal despojo y la caída de sus niveles de vida. No obstante, la ofensiva ha seguido adelante, a pesar de que cualquiera puede ver que se está formando un peligroso clima en el que los estallidos sociales pueden alcanzar niveles imprevisibles.