Homenaje a Cataluña/I-II

Guillermo García Oropeza

Estamos en un momento de pausa, esperando el cambio en México y el resultado de las elecciones en Estados Unidos, entre los republicanos y los demócratas, aunque recordando lo que decía el recién recordado Gore Vidal, que estos dos partidos eran en realidad sólo uno: el Property Party.

De esta manera, aprovechando la pausa estoy atento a eso que está pasando en España (país con el cual estamos cada vez más enredados) y que es el movimiento independentista de Cataluña, ese movimiento que de pronto invade las calles de Barcelona en la llamada Diada que, según entiendo, es la conmemoración de la pérdida de las libertades de Cataluña bajo la bota de un rey Borbón, Felipe V, allá en 1714.

Libertades, las catalanas, siempre añoradas y que recibieron el peor de los golpes y las humillaciones a manos de Francisco Franco, aquel asesino de comunión diaria y caudillo de la España Una, Grande y “Libre”.

Pero ahora, dado que naufraga la carabela española en una crisis que, a la mejor, llegó para quedarse, Cataluña se lanza por su independencia, algo que quizá al mexicano medio parezca curioso si no absurdo, y es que ignoramos la historia de Cataluña, cuya individualidad y diferencia se hunde en lo más lejano de los tiempos, pues ya los romanos reconocían esa diversidad de la provincia tarraconense frente, qué sé yo a la bética o la lusitana.

Es decir, que desde el Imperio Romano, Hispania no es “una” sino varias, las Españas. Y Cataluña, en la Edad Media y el Renacimiento, es próspera y diversa con su vocación mediterránea y su cercano parentesco con el sureste francés, la tierra del “Languedoc”.

Cataluña oscila entre la influencia francesa y la española hasta que el tal Felipe V, de una dinastía francesa, la de Luis XIV, se queda con el espléndido pastel hispánico, tras de la guerra de la Sucesión Española allá en los comienzos del siglo XVIII, luego de la decadencia total de los Austrias con el pobrecito de Carlos el Embrujado.

E independientemente de los movimientos de la política, Cataluña tiene una cultura propia, muy propia; una lengua que no es un dialecto; una literatura y, sobre todo, un arte maravilloso que nos seduce cuando visitamos aquel museo barcelonés donde su guardan los tesoros del arte románico.

Cataluña, además, es la primera región que se industrializa, que accede al capitalismo burgués cuando el resto de España, sobre todo la pobre Andalucía, sufre las miserias del latifundismo aristocrático, y es Cataluña la receptora de una migración de meridionales que buscan en ella pan y trabajo.

Esto curiosamente hará de Cataluña la tierra prometida  del movimiento anarquista que llega, vigoroso, hasta la Guerra Civil, donde es masacrado, curiosamente, por los comunistas estalinianos de ese tiempo y hay que leer el conmovedor “Hommage to Catalonia” de George Orwell.

Pero queda mucho por decir…