Calles les dijo que las Cámaras o las armas
Humberto Guzmán
“Sin planes, sin organización, sin jefes, los cristeros se levantaron, y con una constancia notable comenzaron por desarmar al enemigo más cercano para procurarse fusiles”, dice Jean Meyer en La Cristiada* (tomo 3).
No me ha dejado de sorprender que un estudiante de posgrado francés, que viajó a México en 1962, pudo entender, profundizar, explicar, este tema (“reaccionario”) hecho a un lado por el poder y los “estudiosos” de México. Como el de la Nueva España. De la llamada Conquista se salta a la Independencia y allí, ¡oh, sorpresa!, renace México. Luego, se excluirá la rebelión de los cristeros, entre otros. Sin embargo, existe interesante bibliografía.
En La Cristiada me encuentro con una investigación feraz: vasta, analizada y con inteligentes conclusiones. Se intentó vencer a los cristeros con la fuerza del ejército (que fracasó) y luego por la del olvido histórico (y casi lo logran).
Meyer señala que “hasta 1970 la censura seguía casi total sobre el tema de la Cristiada”. Así que se dio a la tarea de acudir a los lugares recónditos, de buscar a los sobrevivientes de aquella guerra desigual entre un ejército reglamentario y turbas de campesinos desarmados, mal vestidos, de guaraches y mal comidos que se alarmaron al no escuchar las campanas que llaman a misa. (Me imaginé que iba con su grabadora portátil —nuevo invento de entonces— en mano por las milpas y los cerros.)
La rebelión cristera fue un fenómeno asaz espontáneo, nacional e histórico. El Vaticano y los altos jerarcas, en general, no la querían. Sin saberlo, los cristeros luchaban por los derechos ciudadanos de su pueblo.
Grosso modo, La Cristiada me recuerda (t. 1), aunque no lo dice expresamente, que el origen de México como nación surge con la llegada de los españoles y el catolicismo y la lucha que se da. Pero después de la Independencia (a pesar de que Morelos quería una república guadalupana e Hidalgo enarbolara la imagen de la virgen de Guadalupe) una recién llegada y agresiva nación, Estados Unidos (¿cuál América?), lo invade con armas de diversos tipos, entre éstas el protestantismo o la idea de erradicar todo lo que reconozca como un peligro para lo que parece un plan hegemónico bien trazado. No le convenía un México europeo, que temía fuerte. Un arma eficaz era borrar su religión. Y no estaba equivocada, como se expone en La Cristiada.
Como los liberales mexicanos del siglo XIX, los del XX, vieron con buenos ojos esta penetración extranjera en la pos- Revolución. Expulsada España, restaba el catolicismo —porque son parte inexpugnable de la historia y de la cultura de México.
En La Cristiada, Meyer incluye (t. 1) incontables testimonios de habla viva de personajes variados. De Palomar y Vizcarra: “Creía firmemente «en el gran destino, en el destino ejemplar de México, como nación católica e hispánica, a pesar de los negros designios de la Casa Blanca»”.
Se dio una notable contradicción: los católicos (la cultura española) fueron antiyanquis (nacionalistas, 34 años antes que Fidel Castro) y los liberales-masones fueron proyanquis (admiradores y aliados de Estados Unidos, como en el siglo XIX).
No es difícil constatar que Estados Unidos apoyó a estos liberales y luego a Calles y su “ley Calles”. Se descubre que “el tirano” (t. 2) —así decían los cristeros—, no fue el primer anticatólico, hay antecedentes (sin contar el siglo XIX) en Carranza y Obregón, más políticos que Calles.
Así, se infiere una influencia pocha-norteña-protestante. (¿Pero en el oaxaqueño Juárez?) En tanto que Zapata y los zapatistas eran guadalupanos de escapulario.
Meyer presenta (t. 2) la feroz lucha diplomática entre la Iglesia y Calles. Descubre que la Iglesia buscaba una separación real con el gobierno mexicano (al contrario de lo que se cree) y éste la quería controlar hasta estrangularla (junto al pasado español).
Detrás de este forcejeo, el pueblo católico se debatía en una cruel incertidumbre. Es el que no iba a tardar en ser sacrificado.
Al final, se ve en La Cristiada antes que otros libros, los obispos (el Vaticano) y el gobierno (desesperado por el fracaso de su persecución estéril en contra de un pueblo católico) van a negociar unos “arreglos” que no eran los de los cristeros.
Calles había dicho a los obispos: “Pues ya lo saben ustedes, no les queda más remedio que las Cámaras o las armas”. Los que se iban a morir serían los miles de hombres (dicen que hasta 250 mil) en la defensa, con todo derecho, de su religión.
Calles había declarado (t. 2) que su objetivo era “liquidar a la religión católica y a la Iglesia”, a las que consideraba, más allá de la Constitución de 1917, un dique para el desarrollo de México.
Por La Cristiada confirmo que los obispos sólo utilizaron a los cristeros cuando éstos ganaban en el campo de batalla. Pero, el gobierno también los engañó a ellos y resultó, junto con Estados Unidos, el único vencedor. Estados Unidos apoyó a Calles y éste les devolvió el favor: “La Suprema Corte confirmó la sentencia del juez de primera instancia, favorable a la Mexican Petroleum. Co.” Y siguieron fusilando cristeros después de los “arreglos”, que más bien fue una capitulación.
*La Cristiada, tomos: 1. La guerra de los cristeros; 2. El conflicto entre la iglesia y el estado 1926-1929; 3. Los cristeros; 4. Promo domo mea, La Cristiada a la distancia. Siglo XXI Editores, México. Primera edición 1973. Traducción de Aurelio Garzón del Camino. 1236 páginas, más numerosas fotografías.
Fotos: Jean Meyer, La Cristiada, FCE-Clío