Un camino al nulo crecimiento

Magdalena Galindo

Entre las trece determinaciones anunciadas por Enrique Peña Nieto el pasado primero de diciembre, la más inmediata y de mayor efecto para la economía es la de que se presentará una propuesta de presupuesto con déficit cero para el 2013. Se trata de un lineamiento típico del neoliberalismo, que lo mismo forma parte habitual de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional que de lo que se ha llamado el consenso de Washington, esto es, de las políticas económicas impuestas por Estados Unidos a los países subdesarrollados y aceptadas por la mayoría de los gobiernos, con excepción de aquéllos que han ofrecido resistencia a la supeditación al neoliberalismo, como, en América Latina, Venezuela, Bolivia o Argentina. En particular, la política de bajo déficit presupuestal, aunque no sólo recomendada, sino exigida a los países subdesarrollados, no ha sido adoptada por los países hegemónicos y, al contrario, Estados Unidos, por ejemplo, ha registrado déficit de un billón (millón de millones) de dólares, y se calcula que la cifra se repita en 2013.

Esa diferencia de actitud en que los países hegemónicos exigen reducir el déficit fiscal a los subdesarrollados, pero no aplican esa política en sus propios países, se explica porque en general el gasto público cumple la función importantísima de estimular el crecimiento de la economía, objetivo que, por supuesto, es el prioritario para cualquier gobierno. Y al contrario, la reducción del gasto o el aumento de impuestos para equilibrar el presupuesto fiscal, esto es, para reducir el déficit fiscal, se clasifican en la teoría económica como políticas procíclicas, es decir, que determinan la reducción de la actividad económica. Por eso, en estos días, el presidente Barak Obama está empeñado en una intensa y acelerada campaña para convencer al Congreso de Estados Unidos de llegar a un acuerdo para evitar el llamado precipicio fiscal; esto es un conjunto de medidas de recortes en el gasto y aumentos en los impuestos que empezarían a aplicarse automáticamente en enero de 2013, si el Congreso no llega a un acuerdo para desactivarlas antes. El interés y la prisa para conseguir ese acuerdo obedece a que ya se sabe que reducir el déficit fiscal significa quitar estímulos a la economía y que seguramente llevaría a Estados Unidos otra vez a la recesión, con el consiguiente aumento del desempleo, cuando apenas se encuentra en una débil recuperación.

Y hay que notar que en el caso de Estados Unidos el “precipicio fiscal” sólo implica una reducción del muy alto déficit fiscal, no llevarlo a un nivel cero, como anunció Peña Nieto para México. De verdad uno no se explica por qué en las cabezas neoliberales el déficit cero aparece no sólo como una meta deseable, sino como un lineamiento que se expresa con orgullo y que creen que puede funcionar como elemento de propaganda que parezca atractivo a la población. En este caso, los que al parecer resultarán más afectados serán los empleados públicos, pues en los discursos se ha dicho que se buscará reducir el gasto corriente, cuyo rubro más importante es precisamente la nómina de los trabajadores al servicio del Estado.

Esperemos que en la discusión del presupuesto en el Congreso haya una mayor prudencia y que no se cumpla con la propuesta del déficit cero, porque reducir drásticamente el gasto público, en estos momentos en que la economía de Estados Unidos, de la cual depende la mexicana, enfrenta una situación tan grave, en que la disyuntiva es que continúe a duras penas con la débil recuperación o de plano caiga en la recesión, significa que nuestra economía sufriría una fuerte caída de la actividad económica, con el consiguiente desempleo y las angustias que ya conocemos.