Calidad y prestigio

 

A la memoria de Alma Montemayor

Mario Saavedra

Cuando uno escucha en vivo a la Orquesta Filarmónica de Berlín, más allá de lo que digan su historia y su discografía impresionantes, comprueba por qué es la agrupación musical con mayor calidad y prestigio, por arriba de otras de primer orden que difícilmente pueden probar tal regularidad. Fundada en 1882 bajo la dirección de Ludwig von Brenner, escindida de otra agrupación anterior que trabajaba bajo las órdenes de Ernst Benjamin Bilse desde 1867, la Filarmónica de Berlín comenzó sus actividades en una antigua pista de patinaje de la Bernburger Straße, en el barrio de Kreuzberg, y su leyenda se empezó a construir con el estreno de obras capitales del repertorio clásico decimonónico, en muchas ocasiones dirigidas por sus propios autores, como fueron los casos, por ejemplo, de Brahms, Tchaikovsky y Grieg.

Pero su primer gran periodo de auténtico esplendor lo tuvo con Hans von Bülow, reconocido pianista y director que había sido alumno y protegido de Liszt y Wagner (de hecho, el primer marido de Cósima Liszt, quien después se casó precisamente con Wagner), quien estuvo al frente de 1887 a 1892 e impuso una disciplina de hierro, con largos e intensos ensayos que redituaron en colocar a la Filarmónica de Berlín en la élite de las orquestas alemanas. Se sabe que su sólida formación y su rigor ayudaron de igual modo a cambiar las costumbres del público asistente, pues desde su época se empezó a prohibir comer, beber y fumar en la sala, exigiendo además, como respeto a la música y a sus oficiantes, guardar absoluto silencio mientras la orquesta tocaba. Hombre culto, se hicieron de igual modo famosos sus discursos a la audiencia, en los que explicaba aspectos de las obras interpretadas y otros diversos asuntos contextuales. Con él de hecho estrenó la orquesta su primera verdadera sede ex profeso en 1888, la Philharmonie, construida sobre la antigua pista de patinaje…

Bajo la batuta intermitentemente de Richard Strauss en un trienio sin titular, y de 1895 a 1927 de Arthur Nikisch, con este último la orquesta viajó por prácticamente toda Europa, con la asistencia de solistas como Sarasate, Kreisler, Casals o Heifetz; con él, en 1913, realizó, para la Deutsche Grammophon, la primera grabación discográfica de la historia de una sinfonía completa: la Quinta de Beethoven. Después vendría el no menos largo, memorable y controvertido periodo con el genial Furtwängler (en realidad dos, de 1922 a 1945 y, después de su rugoso proceso de desnazificación, terminada la guerra, de 1952 a 1954), con quien adquirió fama mundial, estrenando obras de famosos compositores contemporáneos como Rachmaninov, Prokofiev, Stravinsky o Ravel, si bien se centraba en el clasicismo vienés y el romanticismo tardío, llegando a ser considerado como el máximo intérprete del patrimonio musical alemán, porque entendía la interpretación como un acto más de verdadera creación artística. Con la presencia intermedia del entonces joven rumano Celibidache, talentoso músico que la mantuvo en su nivel de excelencia y supo inyectarle el vigor de su enérgica personalidad, Furtwängler terminaría su carrera y sus días con la orquesta que él convirtió en paradigma de rigor y perfeccionamiento musicales.

Pero qué duda cabe que la Filarmónica de Berlín consolidaría en sus siguientes treinta cuatro años, con el egregio y excéntrico Herbert von Karajan al frente de ella (desde 1954, hasta su muerte, en 1989), el reconocimiento de orquesta de orquestas, con el cobijo innegable de la mercadotecnia y la tecnología como herramientas de proyección sin precedentes. Él amplió notablemente sus actividades: en 1967, el Festival de Pascua de Salzburgo, y con ello la oportunidad de desarrollarse como orquesta igualmente operística; en el terreno didáctico, una década después, la Orquesta-Academia; y en el de las grabaciones, una industria discográfica y videográfica extraordinaria, más que provechosa en el sentido artístico-musical y en el comercial. En pocas, el sello Karajan se convirtió en una mina de oro, y con ello la Filarmónica de Berlín recibió también todos los beneficios, incluida la construcción de su actual y envidiable sede  la Philharmonie, diseñada por Hans Scharoun, inaugurada en 1963, a la que en 1987 se añadió la sala de música de cámara.

El sucesor de Karajan fue el milanés Claudio Abbado, que era ya conocido por la orquesta desde 1966, y venía de dirigir la Sinfónica de Londres, la Scala de Milan y la Ópera de Viena. Abbado combinó el repertorio tradicional con el contemporáneo e introdujo un énfasis programático novedoso, con una refrescante sensibilidad latina. Con su actual titular, el inglés sir Simon Rattle, quien ya tiene al frente de ella desde el 2002, la orquesta ha mantenido su prestigio, su sonido admirable, la calidad y la categoría de sus atriles, la cantidad y la variedad de sus actividades, la amplia producción de materiales discográficos y de video que la siguen proyectando como la más prestigiosa, dinámica y popular de las instituciones musicales en el mundo.

Para prueba, un botón. En una reciente visita a Berlín, ciudad pujante y capital cultural del mundo que permanece en obra de embellecimiento y rescate desde la caída del Muro y la consecuente unificación de las Alemanias, desde finales de la década de los ochenta, tuve la enorme oportunidad escuchar a este portento de orquesta en su propia sede, con uno de esos programas que por su complejidad y su singularidad bien ejemplifican la solvente calidad histórica de la OFB. Para evidenciar su robusta y ejemplar sonoridad, el equilibrio de todas sus secciones, el nivel de sus atriles por separado y del conjunto todo, el rigor de lo que es hacer y ejecutar la música en su grado más elevado de perfeccionamiento, conforme a la tradición forjada en su más de un siglo de prodigiosa historia, Rattle incluyó en este programa 29 de la Temporada 2012/2013, asombroso también por su eclecticismo, la breve y sorpresivamente moderna página Atmósferas del húngaro György Ligetti, el frondoso “Vorspiel” inicial del Acto I de la ópera Lohengrin de Wagner, la hermosa danza poética Jeux de Debussy, ese admirable prodigio de creatividad que es la Suite No.2 de Daphnis y Chloé de Ravel y la siempre grandilocuente y seductora Sinfonía No.3 de Schumann.