De separatismos y federalismos/II y última
Guillermo García Oropeza
Como dijo mi colega Marco Antonio Aguilar en un reciente número de Siempre!, “no hay mal que dure seis años ni pueblo que lo resista”, y Felipe Calderón, gracias sean dadas a Yahvé y a todos los dioses mexicanos, es parte ya de un pasado negro pero pasado ya y su última boutade como dirían los franceses, la de cambiarle de nombre al niño quedará, creo, como eso, una absurda puntada como dijéramos en México, perdón, en los Estados Unidos Mexicanos. Una república federal con régimen centralista, en una solución política muy a la manera nuestra, con nuestra curiosa lógica nacional, pero que ha sobrevivido ya sus dos centurias bastante moviditas y donde todo nos ha pasado, hasta un emperador austrohúngaro con su loca emperatriz Mamá Carlota, personaje del más puro romanticismo literario.
Y el país también contra toda lógica ha permanecido unido y sus separatismos nunca llegaron a mayores, ni el de Yucatán, que pudo fácilmente convertirse en otro país caribeño, aunque no insular sino peninsular, ni de nuestras Californias que estuvieron por años solitarias como una isla perdida en la distancia.
Ciertos estados como mi Jalisco natal donde algunos se vieron tentados levemente con un separatismo que hiciera por fin realidad aquel reino que soñó el horrendo conquistador de estas tierras, competidor de Hernán Cortés, el tal Nuño Beltrán de Guzmán, que quiso bautizar su reino como “el de la Mayor España” y cuya grandeza decían algunos fueron cercenando “los del Centro” que “nos quitaron Nayarit y Colima”. Pero, ni modo, ganaron los de México y aquí estamos.
Y, por cierto, en el mismo Jalisco hubo un intento separatista, el de Lagos de Moreno que, harto del centralismo de Guadalajara, quería ser la capital del “Estado del Centro” que terminó siendo, más lógicamente, Aguascalientes, en un episodio histórico que queda para otra ocasión y otras copitas.
El hecho es que este México federalcentralista (valga el término) es también rabiosamente regionalista y es mosaico de etnias que milagrosamente sobreviven y que hablan sus todavía muchas lenguas, y los mexicanos en un problema psicoanalítico insoluble somos tan hispánicos (me rehúso a considerarme latinou como nos llaman los gringos). Tan hispánicos y tan indios y me encanta aquella cosa de don Andrés Henestrosa que decía bellamente cómo al dormir y soñar todos volvíamos a nuestro ser indígena.
Comienza un sexenio que promete llevarnos al primer mundo. Muy bien, pero sin dejar de ser nacionalistas, lo que en México significa ser al mismo endiablado tiempo hispánicos, mediterráneos y muy raza de bronce. Porque nuestras raíces están en Extremadura y en Roma (un poco en París) y en Atenas así como en Uxmal, Tajín, Montealbán y en el imperialista sueño azteca y nuestra Diosa Madre (que tiene nombre árabe) es Guadalupe, sí, pero también Tonantzin.
Me pregunto qué diría de todo esto el buen de don Gustav Jung, el del inconsciente colectivo…