Para ser competitivos, los empresarios reducen sueldos

Magdalena Galindo

Desde que el capitalismo entró, allá por los ya lejanos años setenta, en la crisis más profunda y más larga de su historia, las burguesías de los países altamente industrializados desplegaron dos grandes ofensivas, una contra los países subdesarrollados, cuya principal estrategia fue el proceso de globalización, y otra contra las clases trabajadoras del mundo. Si bien no puede decirse que tales ofensivas hayan logrado resolver la crisis estructural del capitalismo, sí puede afirmarse que han sido exitosas, en cuanto han conseguido proteger las ganancias de los capitalistas y traspasar los mayores costos a los trabajadores del mundo.

En nuestro país, esas dos ofensivas se manifiestan de una manera compleja, porque el proceso de globalización, una de las estrategias de la ofensiva contra los países subdesarrollados, ha significado que los empresarios mexicanos enfrenten una fuerte competencia protagonizada por las transnacionales, principalmente estadounidenses, pero también inglesas, españolas, alemanas, canadienses y de otras nacionalidades, que ha determinado, por un lado, la extranjerización de la planta productiva. Basta mencionar que hoy está en manos de extranjeros el 33.5% del capital de las empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores, o recordar que ramas casi completas de la economía, como la banca, pertenecen a firmas extranjeras. Por otro lado, los empresarios mexicanos, apoyados por el Estado, han decidido que la vía para competir es reducir los costos, no a través de la modernización tecnológica que supone cuantiosas inversiones, sino a través de la reducción de los salarios y en general de la pauperización de los trabajadores.

En estos días se dieron a conocer datos que muestran los resultados de esa estrategia. En un nivel general, se informó que sólo en los dos últimos años un millón 300 mil mexicanos cayeron en la pobreza extrema, para llevar el total a 13 millones en tal tipo de pobreza, lo que quiere decir que no sólo carecen de algunos satisfactores básicos, sino que padecen hambre. Y en el contexto del Foro México 2013, el subsecretario de la Sedesol, Javier Guerrero, calificó a la mexicana como “una sociedad de 80-20”, pues advirtió que el 48% de la población es pobre y otro 32% “es vulnerable o carenciada”, o sea que sólo el 20% de la población vive en condiciones aceptables, mientras el 80% tiene algún grado de carencia.

Por otra parte, la Secretaría del Trabajo, junto con el INEGI, señalaron que el 60% de los empleos generados el año pasado se ubicaron en el sector informal, lo que no sólo confirma la tendencia a la conversión de la economía hacia la informalidad, sino también da cuenta de que los trabajadores mexicanos que no encuentran empleo tienen que recurrir a estrategias de sobrevivencia desesperadas, aunque signifiquen la ausencia de seguridad y de cualquier prestación.

Y en cuanto a los trabajadores que se ubican en el sector formal, no les ha ido mejor, de acuerdo con los datos publicados, pues ha habido una tendencia hacia el incremento de los que reciben menores salarios, y una disminución de los que tienen un ingreso mayor a los tres salarios mínimos, ingreso que por cierto tampoco significa niveles de bienestar, pues apenas supone 5 mil 826 pesos mensuales en la zona A, la de más alto salario mínimo.

Así, según el informe de la Secretaría del Trabajo, los que perciben un salario mínimo o menos aumentaron en 705 mil 568 hasta representar el 37%, es decir más de un tercio de la población ocupada, y sumar un total de 6.8 millones de personas. Los que reciben entre dos y tres salarios mínimos aumentaron en 511 mil 800, con lo que llegaron a 10.4 millones de trabajadores, que significan el 27% de la población ocupada. De modo que el total de los que se ubican por debajo de los tres salarios mínimos, o sea de los 5 mil 826 pesos mensuales, es el 64% de la población ocupada. En contraste, los que reciben más de tres salarios mínimos disminuyeron en 315 mil trabajadores. Los datos, pues, prueban, sin lugar a dudas, la pauperización de la población trabajadora y, en este sentido, el buen éxito de la estrategia de los capitalistas mexicanos para conseguir proteger sus ganancias a costa de los niveles de vida de los trabajadores.