Danza y cine
A Eva Uranga y Rodolfo Rodríguez
Mario Saavedra
A más de tres años de su lamentable y más bien prematura desaparición física, lo cierto es que el nombre de la egregia bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch (Solingen, 1940- Wuppertal, 2009) sigue más vivo y vigente que nunca, como una de las más talentosas y creativas figuras de la danza contemporánea. Y mucho ha contribuido a enaltecer y reavivar la imagen de esta gran artista el bellísimo y novedoso documental que el también importante realizador teutón Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) ha hecho sobre su personalidad y su legado, en un por demás sentido y visionario homenaje que comenzó a pensar y trazar todavía en vida de la fundadora de la muy activa compañía y el hermoso teatro sede que llevan su nombre en la joven ciudad de la Westfalia alemana que desde iniciada la década de los sesenta había escogió para residir y trabajar.
Tributo además a una muy cercana y admirada amiga suya, este cineasta recupera con Pina (Alemania, Francia, Reino Unido 2011) el aliento y por qué no el camino que había perdido y abandonado en proyectos unos más bien comerciales y otros excéntricamente anodinos, lejos del joven e inspirado de Alicia en la ciudades y El joven americano, o del ya plenamente maduro y penetrante de París, Texas, Cielo sobre Berlín y Tan lejos, tan cerca, y que parecíamos haber recuperado plenamente en ese otro bello y revelador documental, de finales de los noventa, en torno al famoso y paradigmático grupo musical cubano Buena Vista Social Club. Como los títulos arriba mencionados, que convirtieron a este talentoso e inteligente realizador en una de las figuras más representativas de la mejor cinematografía alemana de la segunda mitad del siglo XX, Pina posee los mejores atributos y recursos que convirtieron a Wenders en un director de culto, en este caso además con el uso magistral e impecable de la tecnología en tercera dimensión.
Y una de las mayores virtudes de este nuevo proyecto del autor de En el curso del tiempo, en una especie de renacimiento que apuesta precisamente a los nuevos lenguajes, pero sin perder el sentido de lo que podríamos llamar “clásico” dentro de la imagen en movimiento, del séptimo arte como una muy específica manera de narrar, es que el 3D subraya y redimensiona aquí la esencia vital del arte dancístico, que en el caso específico de Pina Bausch se sublima en la poesía y la fuerza contenidas en el lenguaje primigenio del cuerpo llevado hasta sus últimas consecuencias.
Al margen de otros tantos ejercicios en 3D que echan toda la carne al asador sólo al virtuosismo tecnológico, las más de las veces preciso pero frío, visualmente exacto pero carente de materia viva y de espíritu, Wenders consigue con Pina un auténtico prodigio de dinámica corporeidad, un verdadero poema visual que potencia las mayores aportaciones de una coreógrafa que con sus más emblemáticos montajes (su orgiástica Consagración de la primavera de Stravinsky, apelando al carácter ritual de la original de Nijinsky de 1913; o sus no menos electrizantes versiones del Orfeo y Eurídice y la Ifigenia en Táuride de Gluck; o su gozosamente novedoso Café Müller, por ejemplo)revolucionó el arte de la danza contemporánea.
Dos grandes artistas de nuestro tiempo, la Pina Bausch de Wim Wenders nos confirma una vez más que las fronteras artísticas sólo son artificios para una necesaria nomenclatura de costumbres y usos estéticos, para su contextualización teórica, si bien los más grandes y logrados ejercicios en las diversas manifestaciones apelan a un siempre sano y constructivo roce o intercambio de esencias creativas. Como las más afortunadas coreografías de la Bausch, este documental de Wenders trasciende su primer plano informativo en torno a su fuente de investigación, que por cierto atiende con todo detalle y sin omisiones, convirtiéndose por sí mismo ya en un objeto o evento creativo independiente, que seduce por su vital poesía, por su elocuente dinamismo, por su sustancial profundidad expresiva y vivencial, por su penetrante simbolismo siempre en estrecha conexión con las tribulaciones del mundo y de la vida, como lo expresaban las propias obras geniales de la artista conmemorada.
Con guión del propio Wim Wenders que aprovecha muy bien la personalidad y la cocina de los montajes de la inolvidable Pina Bausch, el sentido y locuaz testimonio de sus más cercanos colaboradores y bailarines, bien supo aquí el experimentado director echar mano a su vez de un equipo de extraordinarios cómplices, como el musicalizador Thom Hanreich que intercala con provecho fragmentos de las partituras empleadas por la maestra en sus puestas y otras piezas acordes al sentido visual del documental, o el maravilloso trabajo de montaje de Toni Froschhammer que saca el mayor provecho de la nuevas tecnologías al uso, o la bella fotografía de Hélène Louvart que permite apreciar al máximo tanto las muchas coreografías en exteriores como las más que significativas en otros espacios cerrados y sobre todo la propia sede de la compañía —el Tanztheather, símbolo ya de Wuppertal—, en recuerdo de una de las grandes personalidades de la danza contemporánea, quien por cierto ya había tenido participación protagónica en el séptimo arte, en dos filmes de antología, Y la nave va de Federico Fellini y Hable con ella de Pedro Almodóvar… La danza y el cine, más cerca que nunca.
