Los necesitamos con urgencia
Guillermo García Oropeza
Escribo esto el día de los Santos Reyes en este año que comienza, muestra del optimismo humano, con tantas esperanzas. La Epifanía o Día de los Santos Reyes fue la gran fiesta en torno al nacimiento de Cristo en nuestro mundo hispánico y tengo la impresión de su importancia en la ciudad de México más que en otros rumbos del país.
En España es, claro, la gran fiesta frente a la insidiosa invasión del Christmas yanqui con su Santaclós cocacolero. Los Reyes Magos, aun para los espíritus laicos como el que esto escribe, son uno de los más hermosos personajes cristianos y me basta recordar ese fantástico relicario que es la catedral de Colonia donde se conservan sus restos, para no hablar de tantos cuadros y esculturas y representaciones teatrales que han hecho la alegría de tantos.
Aunque recientemente en un acto que yo no entiendo, quizá con admirable honestidad, el papa Ratzinger despidió a la peregrina estrella que guiaba a los reyes para sustituirla con una muy científica estrella nova y según oí en la nueva versión pontificia los tres reyes ya no son de oriente (aunque supongo que el negro Baltasar vendría del sur, de la Etiopía de la reina de Saba), sino que su nuevo origen parece ser Andalucía, lo que los haría aburridamente blancos sin elefante ni camello. Por razones estéticas me quedo con los reyes del Evangelio según Mateo, y no con el nuevo evangelio según Benedicto…
Pero a lo que voy es a pedirle a los Reyes Magos que le traigan a este pobre país ciertos regalos que necesitamos urgentemente. Regalos complicados, mucho me temo, como el armisticio que termine con la abominable guerra de Felipe Calderón que como él la planteaba no tenía ni victoria ni fin. Este armisticio conducirá tarde o temprano a un gran juicio histórico que se haga de ese comandante en jefe que los feroces moneros inmortalizaron con su uniforme de cabo que le quedaba grande.
Y si bien es muy posible que el gobierno de Enrique Peña Nieto sea muy prudente en este juicio, no se podrá evitar que vaya formando, la sociedad civil, un expediente que va a constar, seguramente, de muchos libros que nos vayan contando el horror de lo sucedido. De hecho ya existe toda una industria del libro de denuncia del calderonato. En estos momentos estoy leyendo un libro de esa industria que es México en llamas, de Anabel Hernández, que se viene a sumar a otros muchos, y por cierto que una vez más en este país son mujeres investigadoras y periodistas las que resultan ser más valientes, incluyendo a esa joven cuyo nombre no recuerdo y que escribió un libro sobre la infiltración del narco en Pemex y a la que vi con asombro en una entrevista nada menos que en la Deutsche Welle, esa voz alemana que se origina bajo la Puerta de Brandenburgo. Y recordar que algunas de esas periodistas pagaron su profesionalismo con la vida.
Otro regalito serían unas miles de chambitas para tantos mexicanos, y sobre todo esos jóvenes que no se merecen ser dejados a un lado en la economía, y que paradójicamente son la generación más educada en nuestra historia aunque esa educación haya sido la que les quiso dar la Maestra, y finalmente yo que soy un obsoleto liberal pediría el regreso de ciertas conquistas liberales y revolucionarias (me atrevo a usar la palabra) de que gozaba el México de mi muy lejana juventud. Conquistas como la postura internacional de nuestro país tantas veces galana y valiente.
Y para que vean qué tan obsoleto soy, me acuerdo de cuando no éramos amigos de Rajoy sino de la Republica Española. Que vivan mi general Cárdenas y, claro, también Melchor, Gaspar y Baltasar.
