Los británicos están desligados de la realidad
Regino Díaz Redondo
Madrid.- Entre las brumas de sus islas, el premier David Cameron, consanguíneo político de Margaret Thatcher, envía una bomba submarina al continente con la severa y admonitoria advertencia de que los intereses de Gran Bretaña están por encima de la Unión Europea y que si no se satisfacen sus exigencias a favor de la Citi lanzará un referéndum para abandonarla.
El propósito está bien claro. Los tories no desean abandonar el barco del que han sacado múltiples provechos pero quieren aprovecharse de la crítica situación en que se encuentra la comunidad para obtener privilegios que no merecen y el respeto que están perdiendo en el ámbito internacional.
Con menos acierto y una soberbia inigualable, el actual inquilino de Downing Street demuestra tener menos tacto aun que doña Margaret, cuando desde un principio buscó abandonar sus compromisos con el proyecto más importante de Europa.
En dos ocasiones, la Dama de Hierro —perdón por caer en un lugar común— se manifestó escéptica sobre la vigencia de la Unidad Continental y, sobre todo, enemiga acérrima del euro.
Ahora, en su lecho, ve cómo uno de sus más distinguidos descendientes recoge la antorcha que ella arrojó y se presenta como el protagonista de una reforma financiera, que no tiene otro propósito que fortalecer los intereses de su país por encima del espíritu conciliador y de colaboración que se le ha exigido siempre a Inglaterra.
Utiliza una estrategia a todas luces increíble. En el texto de su discurso incluye que será en 2017, después de ganar las elecciones de 2015, cuando se atreva a inmiscuirse en esta fantasmagórica aventura del ya clásico color de los conservadores isleños.
Mientras, sonriente y sudoroso, Cameron mantiene conversaciones con la canciller Angela Merkel y el presidente François Hollande a los que explica, a su manera, que su espíritu europeísta no está en juego, pero que él es el referente de la seguridad económica y política de una gran nación.
La demagogia no parecía, en principio, característica de los súbditos de su majestad, pero ahora resulta que se amparan hasta de tan precaria razón para el fallido intento de conservarse ilusoriamente como el imperio ya fallecido.
Doña Ángela lo escucha atentamente como a todos. Poco tiempo y ninguna concesión porque no conviene tampoco a sus propios requerimientos nacionales.
Le dice que la Unión Europea precisa de Inglaterra dentro pero sí contrae mayores compromisos con sus socios, a los que hasta ahora denuesta imprudentemente.
Es más directo el jefe del Estado francés. Desde París, Laurent Fabius, ministro de Relaciones Exteriores, le extiende la alfombra roja para que salga de la Unión y le advierte que no se pueden permitir posiciones tan egoístas dentro de un grupo que busca la reivindicación de Europa después de más de siete años de declive evidente y de 20 de casi inactividad ejecutiva, aunque sí burocrática.
Tenemos el enemigo dentro, ha llegado a insinuar el Elíseo, pero, al mismo tiempo, da un capotazo a las aspiraciones políticas de don David y al sentir de un 57% de la población británica que se ampara tras la pancarta de “yo soy inglés, no europeo”.
Son fanfarronadas
Es evidente para cualquier observador que la fuerza de los británicos se sostiene sobre bases un poco fanfarronas y desligadas de la realidad en que vivimos. Londres es el centro de una historia institucional digna de alabanza, pero también de amargura y desinterés por el resto de sus amigos continentales.
Parece mantener mayores nexos con Estados Unidos, hijo de sus hijos, con los que compagina no tan bien como ellos quisieran, y sí tan mal como lo cree el presidente Barack Obama al reclamarle que los intentos de dejar la Unión Europea por parte de Gran Bretaña deben desecharse porque el mundo necesita naciones libres y colaboradoras que combatan el fanatismo, el terror y a los fundamentalistas que pululan y mantienen a la gente en un hilo.
Además, ni siquiera Alemania tiene ya la fuerza para por sí sola manejar los problemas surgidos en los últimos tiempos. Mucho menos la Citi y su delegado Cameron que desde luego hará, dentro de unos años, el papel de un muy buen financiero británico.
Su presencia en la política de Londres no será muy larga para fortuna de muchos y decepción de los de siempre.
No obstante, sí está dando dolores de cabeza que en nada contribuyen a aliviar al enfermo en que nos hemos convertido en los últimos tiempos.
El premier sostiene su tesis en que “se ha perdido competitividad en los países europeos” y que ello es el motivo por el que él se manifiesta de tal forma.
La verdad es que Inglaterra lleva un periodo muy largo de fracasos en todos los terrenos de la vida pública. Aunque mantiene la consistencia de su pasado como una espada pendiente de la cabeza europea.
Se mantiene un amor-odio, Londres-París y las posiciones son ya antagónicas y comienzan a crear problemas en Bruselas.
Con lo dicho por Cameron, la distancia entre los tories y los liberales se redujo la mitad. Ahora, ganarían las elecciones estos últimos con el 39% pero con una oposición del 33%. Y esto preocupa a muchos. A los fuertes y a los débiles. A los afectados y a los que sufren. A los que fueron rescatados y a los que van a serlo. A quienes obedecen y se inclinan, y a los que ordenan y se regocijan.
Alrededor de este asunto escabroso, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional han entrado en una guerra de sofismas y dialéctica, a veces ininteligibles para los profanos pero muy conveniente para la defensa del statu quo en que nos encontramos por nuestra propia culpa.
Mario Dragui señala que “la mejoría en la eurozona es gradual, considerable y que hay confianza”. Agrega que la recuperación ya está en marcha pero que “es preciso mejorar los mercados financieros y no se puede tropezar por ningún motivo”.
Vender, vender, vender
Alemania insta a España a que venda productos a Latinoamérica: “muchos”, dice Merkel en una entrevista de menos de cinco minutos con el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, quien le suplicó —ése es el verbo— nuevamente que apoyara medidas para equilibrar el crecimiento con los ajustes, combinación en gran desuso.
Christine Lagarde, por su parte, apunta que “faltan planes a medio plazo para conseguir la mejoría continental” y teme que el banco europeo pierda el pulso por la urgencia de salir del bache.
Sostiene que si estamos saliendo del colapso hay que “evitar la recaída. No es el momento de relajarse”. Para ella es preciso “utilizar mejor el fondo de rescate y avanzar más deprisa en la unión bancaria continental”, pero cree que “algunos gobiernos sólo tienen visión a corto plazo porque aún hay más de 24 millones de personas en la eurozona en paro y 2 de cada 5 tienen menos de 24 años”.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que en Estrasburgo ni en Bruselas se están haciendo las cosas medianamente bien? La burocracia crece, sus dirigentes emiten discursos de vez en cuando para aparecer en pantalla pero han demostrado que ya no tienen la capacidad necesaria para resolver los inmensos problemas creados por todos.
Es conveniente, imprescindible, cambiar a quienes encabezan el posible gobierno central porque de lo contrario habrá metástasis.
La cura será imposible y la realidad ahogará, irremediablemente, las aspiraciones de los europeístas.
Ya quedó atrás la hegemonía del anfitrión del trío de las Azores, José Manuel Durao Barroso y de un tibio y casi transparente Van Rompuy que se sacaron de la chistera para dejar todo sin resolver y mostrarlo como un muñeco de rococó.
¿Recuerdan cuándo estos dos señores se han enfrentado con razonamientos comprensibles y comprometidos a las decisiones de la troika y de las multinacionales que son un solo grupo?
El portugués, amigo y soporte de José María Aznar, a quien avaló con los pies sobre una mesa a la hora que el presidente George Bush declaró el ataque a Irak, vive de sus recuerdos y cree que nadie se ha dado cuenta.
Está equivocado. Tiene que tirar la toalla, dicho en términos vulgares. El baño-sauna ya no lo reconforta y la ducha, bajo la que se cobija, empieza a arrojar agua helada.
Que se vaya antes de que todos quedemos congelados.


