En torno del affaire/I-II

Guillermo García Oropeza

El asunto es muy francés. Me refiero a eso de los affaires que le van dando movimiento y colorido a la política gala. Como el celebérrimo affaire Dreyfus que sacudió y dividió Francia allá en los finales del siglo XIX en torno a un oficial judío, Alfred Dreyfus, acusado por la derecha de ser traidor y espía a sueldo de los prusianos y a quien la Francia liberal encabezada moralmente por

Émile Zola defendió y liberó de la pavorosa prisión de la Isla del Diablo, este affaire ha sido uno de tantos y entre de los que me acuerdo está el affaire Stavitsky, con otro judío como protagonista y víctima y que llenó de lodo a la clase política francesa allá en los años treinta del siglo pasado.

En México, en rigor no ha habido muchos affaires y no por la santidad de nuestros políticos sino porque los controles gubernamentales fueron más efectivos que en la rebelde Francia donde la oposición, y esto desde los tiempos de María Antonieta, no ha tenido pelos en la lengua.

Aquí como que los escándalos no pasaban a mayores y nunca se ha dividido el país en campos ruidosos e irreconciliables ni se le ha cortado la cabeza a ningún rey.

Pero, bueno, ya tenemos nuestro affaire medio francés, el de la citoyenne Florence Cassez la cual, culpable o no, fue víctima del sádico, soberbio, arrogante aparato policial de Felipe Calderón que tenía como método constante el atropello impune, como lo pueden atestiguar los miles de mexicanos que fueron víctimas de la justicia de las corruptas policías expertas en la tortura y enfermas terminales de corrupción.

Yo creo que muchos mexicanos, sobre todo los de las clases más pobres, tienen su historia de horror que contarnos sobre la indefensión que se sufre no sólo frente a los delincuentes sino los quizá peores agentes del orden. Aquellos mexicanos apresados, torturados, enviados a prisiones sobrepobladas y donde todo se vende, desde la droga hasta el espacio para dormir, cárceles que quizá no sean las peores del mundo pero que por ahí andan. De aquellos mexicanos que se pudren sin que se les dicte sentencia porque el aparato judicial es totalmente ineficiente, excepto, claro, con los privilegiados.

El affaire Cassez no sólo exhibió a nuestra justicia en el mundo sino que además probó una vez más la arrogante arbitrariedad de Calderón, que de repente se convirtió en una especie de Justo Robespierre (seguimos en la onda francesa) frente a las peticiones de Sarkozy y Hollande, y olvidándose de lo dócil y servil que ha sido el gobierno mexicano frente a los yanquis que extraditan a quien se les antoja, de esos yanquis que ejecutan mexicanos pese a las defensas inútiles de nuestros cónsules.

Claro, para Calderón el presidente de Francia era menos importante que cualquier gobernador de Texas.