Por las nuevas tecnologías

Magdalena Galindo

Entre las varias revoluciones tecnológicas que ha vivido el capitalismo, desde la que les da inicio con la máquina de vapor, cuando comienza la mecanización del proceso productivo, la que hoy vivimos con la aplicación de las computadoras, o dicho más precisamente con las máquinas de control numérico a la producción, y sobre todo con la propagación del uso de internet, representa no sólo otra de las grandes transformaciones tecnológicas, sino una que podríamos decir es de nuevo cuño, en el sentido de que no sólo significa un cambio en el ámbito de la producción y el consumo, como en las anteriores revoluciones tecnológicas que ha experimentado el capitalismo, sino que ésta adopta una nueva forma, pues ya no se manifiesta sólo en objetos físicos, como sería la máquina de vapor o el motor de combustión interna, sino que ahora, además del cambio en los objetos físicos, en este caso las computadoras, las ipads o los teléfonos móviles, atañe a los contenidos simbólicos, o sea, a la información transmitida por los nuevos aparatos. Esto es, se expresa en un terreno distinto, en un intangible, en la creación de un nuevo ámbito social. No es extraño, pues, que los estudiosos hayan recurrido a nuevos términos, como economía del conocimiento, para caracterizar a las nuevas realidades que ha generado esta revolución tecnológica.

Desde luego, la posibilidad de la comunicación instantánea es la base técnica indispensable para que se haya producido el crecimiento anormal del sector financiero en la economía del mundo, con todas las consecuencias que ha traído como la crisis global. Pero, además de esos efectos de gran calado, el surgimiento de internet y su propagación en cientos de millones de usuarios ha afectado de manera particular a las industrias culturales. La difusión del libro electrónico, por ejemplo, ha significado una competencia desleal para las editoriales, sobre todo porque en internet se pueden conseguir de manera gratuita. El caso más notable es, obviamente, el de la música, pues hay millones de piezas que pueden bajarse gratuitamente de internet, lo que no sólo ha llevado a la quiebra a numerosas disqueras, sino que por eso mismo ha planteado una disyuntiva difícil de resolver, ya que es un hecho que la música, hoy difundida por internet, tiene que ser creada en su origen por compañías especializadas que paguen a músicos e intérpretes, de modo que la falta de ventas de discos que afecta a las disqueras puede desembocar en la merma o la total falta de producción de nuevas expresiones musicales.

En el caso del cine, el fenómeno ha sido un tanto diferente, porque los usuarios no han recurrido, ni tampoco están disponibles en cantidades semejantes, a las películas en internet. Ahí lo que se ha conformado es un enorme mercado de piratería, que, dados sus bajos precios comparativos, ha determinado la quiebra de grandes cadenas distribuidoras de video como Blockbuster.

Tanto por la piratería, como por la reproducción legal en video de las películas, la afluencia a las salas de cine ha disminuido notablemente, pues los espectadores prefieren, en la mayoría de los casos, disfrutar de las películas en su propia casa.

En el caso del cine, sin embargo, las nuevas formas de difusión simbólica no han afectado en la misma medida a las empresas productoras, tanto porque se han adaptado a la combinación con el video, como porque hasta ahora, la adquisición por internet ha sido marginal respecto al mercado del cine.

En el caso de los periódicos y revistas, el fenómeno ha sido tan devastador como en el de la música. Si bien aquí han sido las propias editoras las que han colocado en la red sus publicaciones, la diferencia es que los usuarios no se avienen fácilmente a pagar por la consulta de diarios y revistas en internet.

Y, ante el hecho de que la crisis económica ha determinado la caída drástica de la publicidad en diarios y revistas de papel, estas publicaciones, en el mundo en general, se han visto al borde de la quiebra. Desde periódicos tan conocidos como El País, The Washington Post o The New York Times se han visto ante la necesidad de disminuir su plantilla, y realizar ajustes extraordinarios o privilegiar la página web. La semana pasada se informaba por ejemplo, que los diarios estadounidenses están recurriendo a la venta de servicios de información por internet, como un medio de recuperar la estabilidad perdida.

Ante la revolución tecnológica que hoy atañe no sólo al ámbito físico, sino al simbólico, y que ha afectado en particular a las industrias culturales, es necesario recordar que en la difusión y el consumo de los bienes culturales como música, cine, video o periodismo, lo principal sigue siendo el contenido, lo que se transmite y comunica a través de los viejos y los nuevos medios.