Sin ilusión ni optimismo

 

 

 

Usted es inmortal, está bien enterrado. Visite un día,

 el Panteón Jardín de México y lo confirmará.

—Ah, gracias.

Carlos Fuentes

 

Regino Díaz Redondo

Madrid.- La ilusión y el optimismo han desaparecido de Europa. Es mentira que dos o tres países de la cúpula puedan resolver los problemas del continente y tengan la capacidad necesaria para evitar la debacle que se cierne en el estrépito de la incoherencia que nos domina.

Este amasiato de civilizaciones sólo produce hijos bastardos, aumenta el pesimismo y estamos en poder de los dueños de pocos, muy pocos, caudillos feudales.

A tal extremo ha llegado la situación que Alemania, la imponente locomotora de la Unión Europea ha entrada en recesión y éste será el peor de los últimos cinco años.

La culpa es de todos. En principio, los gobiernos obtuvieron beneficios y justificaron el salvaje neoliberalismo con falsas promesas de moral, política y economía.

Termina febrero en los calendarios y nace marzo sin esperanza ni entendimiento.

Los ríos de discursos y peroratas ya nadie los entiende ni justifica. La demagogia imaginativa duele, rompe, destroza los cada vez más insignificantes estereotipos positivos.

Nuestro territorio, esclavo de guerras seculares, tiene ahora como denominador común a una clase dirigente que ha perdido inteligencia y razón. Entrega sus armas a cambio de migajas por las que nos arrodillamos.

Cierto es que el aleteo de los pueblos occidentales durará muy poco más. No se evitará la caída porque la solidaridad, la buena fe y el intento de sobrevivir han perdido su perfil.

Ni siquiera el más ardiente defensor de una sociedad estable encuentra argumentos suficientes que le permitan elaborar hipótesis de recuperación, no sólo aquí sino en los demás continentes.

Lo obvio ya está aquí

Alrededor del euro, o más bien picando sobre él, nadie ve más allá de sus narices. Lo esperado llegó. Lo obvio está aquí. La esperanza de mejorar no es más que una entelequia que repiten los que ya se ven amenazados y creyeron ser los dueños de la humanidad.

La gente participa en las controversias, en las reuniones, cumbres, en cualquier foro público por obligación; se deshace de compromisos, levanta y pisa banderas según conviene y arrebata la alegría de los ciudadanos del mundo.

Un ejemplo claro de cómo marchan las cosas es que la pésima situación financiera europea se desploma sin red protectora.

En los últimos cuatro meses, y pese a la evidencia y gravedad en que estamos sumergidos, las naciones poderosas que predominan ya no aguantan mayores cargas ni se soportan así mismas.

En el norte, la economía desciende un 8% y los líderes políticos no ocultan su decepción por haber incurrido en prácticas equivocadas y anteponer lo superfluo al crecimiento sostenible.

Resultan vanas, sin sentido, eufemísticas, frases tan recurrentes como “hemos tocado fondo” y no hay persona seria que se las crea ni las valore.

Estamos a mitad del camino de las reclamaciones mutuas. Las diferencias de nivel de vida entre unas y otras geografías son cada vez más cortas y los que antes fueron agoreros del desastre tenían razón.

Mientras, España e Italia —para muchos tercera y cuarta economías europeas— son irresponsables y manirrotas y a ellos se atribuye el desconcierto de lo público y privado.

A los ojos de todos aparece el abismo de la inconsistencia social. Los organismos internacionales, éstos sí culpables en forma desmedida de la pésima situación de cómo nos encontramos, empiezan a desgarrarse entre sí.

El Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la Unión Europea, quienes manejan el dinero ajeno, acaban de descubrir que sus bolsillos empiezan a romperse. Por los pequeños agujeros, antes casi imperceptibles, se escurren ya, no sólo las monedas ajenas a ellos, sino las propias y ahí es donde se ponen serios, irritados y desconfían de los que tuvieron apretujados durante los últimos 20 años.

En estos momentos, aparece en el panorama político y económico, el enfrentamiento entre el Fondo Monetario Internacional y la Comisión de Finanzas Europeas que han tenido la imperiosa necesidad de matizar cifras y llamar a acuerdos infructuosos.

Poco se habla ya de austeridad y reducción de déficit; no hay líder europeo que se permita transgredir las normas establecidas por Alemania pero sin mencionarlas.

Los recortes han pasado a la historia como tal para convertirse en partícipes de una época de equivocaciones auspiciadas por la avaricia.

Cambio de traje

 Olli Rehn, vicepresidente económico continental, empieza a cambiar de traje. Igual lo hacen las multinacionales, el Banco Mundial, los sindicatos y los empresarios antes de admitir los gravísimos errores cometidos.

Sin embargo, ni se han emitido eurobonos —bandera en alto de la canciller Merkel— y siguen los reajustes que ahora podrían llamarse adecuaciones para evitar la catástrofe.

Afortunadamente —gracias a la dialéctica—, los llamados a una nueva desigualdad empiezan a abrirse senderos tanto o más peligrosos que los de antes.

La metáfora de la austeridad expansiva que ya esgrimen muchos de nuestros próceres no servirá para nada. La primavera europea está lejos en lo financiero y las otras, las otras primaveras, como la árabe, empiezan a alejarse o a confundirse.

África y Europa se revuelven entre sí y contra sí mismos. Las monarquías absolutistas del continente negro, muchas de las cuales aún son divinas, se rehúsan a admitir su decadencia y se hacen más sensibles a los reclamos de la gente porque no tienen más remedio que aceptar pequeñas concesiones a cambio de mantener una hegemonía territorial.

El fantasma del impago de la deuda externa de la mayoría de las naciones vuelve a ensombrecer el ambiente.

Lo dicho por algunos políticos distinguidos hace ya 35 años vuelve a ser de actualidad. No se puede prestar con intereses leoninos porque ya no hay recursos.

Los que engañaron y engañan están fracasando, lástima que se deba a la putrefacción de la sociedad que nos gobierna desde que terminó la Segunda Guerra Mundial.

En España hemos tenido un respiro. Sí, un respiro intercalado por oxígeno contaminante. La corrupción a un nivel insólito ha distraído la atención de la gente y ha centrado aún más la observancia de preceptos morales que arrugan el mapa de conducta nacional e inmiscuyen a muchos padres de la patria.

Uno de los momentos más álgidos de la vida cotidiana lo escenifican los medios de comunicación nacionales que, aunque de encontradas tendencias políticas, se han unido en lo posible y verosímil para limpiar como nunca los rincones de basura que protagonizan los prevaricadores e influyentes de todas las esferas de la nación.

Si por alguna razón la limpia no se hiciera bien y completa, todos tendríamos una parte de la culpa. Los hay miedosos, culpables, parientes de defraudadores, políticos a troche y moche, que se mofan de un gobierno inhábil, oscuro y sin capacidad de decisión.

A ese gobierno, a estas autoridades, a quienes las representan, hay que pedirles mayor claridad, menos enjuagues sucios y un buen jabón para que laven las sucias vestiduras en que se arropan.

Aunque aún falta mucho para conseguirlo.