Hasta el Fondo Monetario Internacional lo dice

Magdalena Galindo

Ciertamente, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial son los dos organismos internacionales de mayor importancia en el sector (ya que disponen de la capacidad, por medio de presiones, de imponer determinadas políticas económicas a las naciones). Al margen de la demagogia de que echan mano a veces, se caracterizan por representar los intereses del gran capital financiero internacional, al que defienden a capa y espada, promoviendo en todas las situaciones de agudización de la crisis que de manera recurrente suceden desde hace ya 42 años, el salvamento de bancos y financieras cueste lo que cueste, y la aplicación de políticas draconianas que han devastado las condiciones de vida de la población trabajadora del mundo.

A pesar de esa despiadada función, sin embargo, los dos organismos, tanto por su estructura, en la que participan casi todas las naciones del mundo, como por sus funciones regulatorias del mercado financiero internacional, concentran una enorme cantidad de datos económicos y sociales, de modo que muy bien puede afirmarse que constituyen los institutos de información estadística mundial. A partir de ese acceso a la información, los equipos de investigadores realizan numerosos informes, entre ellos uno anual en el que diagnostican la situación económica de las distintas regiones e intentan una previsión del futuro inmediato. Este informe fue el que presentaron en su reciente reunión de primavera en la ciudad de Washington. Ahí se dieron a conocer datos importantes como, por ejemplo, que está en curso una desaceleración de las economías latinoamericanas, incluida la mexicana, que habían logrado mantenerse en crecimiento de arriba del 5 por ciento, pero que desde 2010 han perdido ritmo, fundamentalmente por el descenso de sus exportaciones hacia los países altamente industrializados que, como todo el mundo sabe, todavía no logran salir de la crisis actual que se considera tan profunda como la de 1929, o sea la peor de la historia del capitalismo y que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial.

Además de confirmar el crecimiento más lento de las economías latinoamericanas, los funcionarios del Fondo y del Banco Mundial mostraron su preocupación por los riesgos que implican las cuantiosas corrientes de capital que han ingresado en los llamados países emergentes, entre los que incluyen a México.

Y es que, en efecto, los montos de las inversiones extranjeras de cartera, es decir, las que se colocan en el sector financiero, han sido extraordinarios. Baste mencionar que en México esa cantidad llegó en enero pasado a la cifra récord de 127 mil 107 millones de dólares. Después de tanta propaganda en la que los sucesivos gobiernos han llamado a gritos a la inversión extranjera, podría sorprender que los organismos internacionales consideren al manejo de esos capitales como el mayor desafío y el mayor riesgo para las economías. Pero tienen razón, porque se trata de capitales con una gran volatilidad, esto es, que se mueven de un país a otro con enorme rapidez, motivados por cualquier hecho político, o por cualquier cambio en las condiciones económicas, por un alza de puntos o fracciones de punto en la tasa de interés. Esa volatilidad determina que el país receptor, como México, tenga que afrontar de manera inesperada una fuga masiva de capitales. Se trata, pues, de una deuda disfrazada de inversión, con la diferencia de que en este caso no se sabe cuándo habrá que pagarla en dólares contantes y sonantes. Por otro lado, ese ingreso de miles de millones determina una revaluación del peso (como se ha estado registrando en las últimas semanas) y eso que en principio parecería un dato positivo, tiene efectos no deseables, porque el mayor valor del peso significa que nuestras exportaciones resultan más caras en el mercado internacional, lo que significa que hay una mayor dificultad para vender los productos mexicanos. La inversión extranjera, pues, sí representa un riesgo para la economía mexicana como señaló el Fondo Monetario Internacional.