Desapariciones/I-II
Guillermo García Oropeza
Campo de Criptana es un lugar mágico, si va por los madriles no se lo pierda, que está en el corazón de La Mancha y allí, en un paisaje de dorada austeridad, se levantan unos molinos blancos de aquéllos como al que arremetió Nuestro Señor Don Quijote con su lanza justiciera creyéndole gigante.
Pero ahora Campo de Criptana tiene otra razón para ser famosa y es que allí nació hace ochenta y tantos años Sarita Montiel, que recién se nos murió, y yo, confieso, le guardé luto porque con ella se había muerto uno de mis primeros pecados mortales, pecado de pensamiento y deseo pero, ¡ay!, no de obra, cuando fui como tantos mexicanos al cine, creo que era el Arcadia, a ver El último cuplé y luego compré el disco que la tenía de portada con su cara bonita y su escote tentador. El último cuplé se repitió con otros nombres varias veces nada más cambiándole un poco el argumento y poniéndole nuevo galán internacional (Raf Vallone, Maurice Ronet), y la Sarita trabajó en Hollywood, abriéndole las puertas del cine americano al cine español (en ese momento víctima del franquismo) muchos años antes de Almodóvar, Bardem, Antonio Banderas y la linda Penélope Cruz.
Sarita también filmó en México películas olvidables pero sus canciones como Fumando espero o Nena las sabíamos todos y sobre todo la de ese melodrama en tres minutos que habla de los amores del “torero de más tronío y más castizo de tooo Madrid” que le pide a Sarita que pise “con garbo” su capote para que con un trocito de él haga un relicario del amor.
Sarita, en suma, llegó a ser el emblema en el mundo de la imagen de la belleza española, sin desdoro de Conchita Velasco y la muy maja de Carmencita Sevilla, así como el hacernos redescubrir la canción española años antes del tal Raphael, el tal Julio y la muy mona de la Dúrcal, que hasta cantaba bien las rancheras. Y en un tiempo en que España y nosotros estábamos regañaos, como lo novios, por culpa de Franco —a quien espero que hallan mandando a los infiernos—, eso sí bajo palio y con misa en el Vaticano, la cara, cuerpo y voz de la Montiel nos reconciliaron con esa España con la cual no teníamos relaciones diplomáticas aunque sí taurinas en los tiempo aquellos de Manolete, Carlitos Arruza y el buen compadre Silverio Pérez que era más mexicano que el pulque pero a quien le compusieron un buen paso doble, aunque hay que recordar que el tal pleito diplomático no evitó tampoco que la Doña fuera guapísima a España y que a Jorge Negrete por poco lo desvistieran sus fans madrileñas y al Flaco de Oro le levantaran estatua en el bravo barrio de Lavapiés y que muchos niños españoles fueran concebidos gracias a la sensualidad que destilaban nuestros boleros de Consuelito Velázquez o del Chamaco Domínguez “mujer, si puedes tú con Dios hablar…”
Ni modo, pues, se nos murió la Sarita tan deseada y con ese extraño humor negro que tiene la vida se murió el mismo día que su polo opuesto sentimental, la horrenda Margaret Thatcher, tan cómplice de tantos males que vive el mundo de hoy y a la que como en las películas de episodios volveremos en el siguiente artículo si no me muero ni me corren antes.