Thatcher y la Guerra de las Malvinas
Guillermo García Oropeza
Todos recordamos aquella frase de Marx que advertía a sus contemporáneos que un fantasma —el del comunismo— recorría Europa. Hoy muchos años después otros fantasmas recorren el mundo: los de las revoluciones y el de la indignación, tanto los de las llamadas revoluciones de la primavera árabe que nos parecen desde lejos bastantes confusas, sirviendo algunas a intereses de lo más sospechoso como la de Libia o inútiles como la de Egipto que parece confirmar el inmortal principio del Príncipe Salina (que no Salinas) de que es necesario que todo cambie para que todo quede igual, hasta la Revolución Bolivariana de la que tanto se burlan nuestros sabios de la televisión y junto a las revoluciones, esas prerrevoluciones que son los movimientos de indignados que florecen desde Manhattan hasta la linda y madrileña Puerta del Sol, y de ahí a todas partes. Y menciono esto porque dediqué mis últimos artículos a dos desaparecidas simultáneas, la añorada y guapa Sarita Montiel que se murió al mismo tiempo de la abominable Margaret Thatcher, una de las primeras ejecutoras del siniestro neoliberalismo que es la actual plaga apocalíptica de la humanidad. Y casi al mismo tiempo que las dos mujeres también lo hizo Stéphane Hessel, ese alemán y héroe de Francia que inició con su obra el movimiento de los Indignados, especialmente con ese libro que es una denuncia y un programa de acción y que está entre los libros políticos más importantes de nuestros días: el Indignez-vous! que habrá que conseguir en nuestra querida Librería Francesa.
Pero la Thatcher que es canonizada por el cine de Hollywood encarnada por la buena actriz que es la Streep no se me puede ir sin una recordación mexicana, porque no quiero ser vulgar y decir mentada, como la comandante suprema de la Guerra de las Malvinas en la que murieron tantos jóvenes inocentes mandados al matadero por los milicos argentinos, esa casta militar ineficiente y asesina de tantos y tantos en el periodo de terror que ensangrentó a tantos rumbos de Sudamérica bajo la promoción del asesino Kissinger, al que luego se le premió con el Nobel de la Paz… Ese terror que esperemos no manche al papa Bergoglio, y que hay que volver a leer y odiar en el maravilloso Abbadón el Exterminador, de nuestro amado Ernesto Sabato, maestro de vida y de letras. Lo de las Malvinas se explica por la codicia de las riquezas de la Antártida y es otro incidente más del insaciable imperialismo británico que en un momento dado quiso invadir el extremo sur del imperio español en América cuando los ingleses intentaron robarse Buenos Aires (las famosas Invasiones Inglesas) allá por 1806, y cuando un francés, curiosamente, Jacques de Liniers, animó la resistencia de los porteños que expulsaron a esos ingleses tan elegantes y tan piratas. El pirata en jefe era el almirante Popham que también quiso conquistar Montevideo que iba a ser, según él, “un segundo Gibraltar”. Así que la Thatcher simplemente siguió el ejemplo de sus compatriotas que formaron el imperio más grande del mundo antes de terminar siendo una especie de colonia de Estados Unidos, a los que cuando lo de las Malvinas, por cierto, se les olvidó lo de la solidaridad panamericana y actuaron no como americanos sino como anglosajones.